Jérôme Cahuzac negó durante semanas que tuviera una cuenta secreta en Suiza. Mintió y se vio obligado a renunciar a su cargo de ministro de Presupuesto del actual gobierno francés del socialista Francois Hollande. La información que desató el escándalo la reveló Mediapart, un sitio en Internet fundado hace pocos años por el antiguo director de redacción del diario Le Monde, Edwy Plenel, un veterano periodista cuya filosofía sobre el ejercicio de la profesión, y persistentes críticas a sus colegas, disgusta en poderosos círculos de la prensa y del poder político y económico de su país. Sin embargo, Plenel ha logrado lo que parece inviable en tiempos en que la prensa atraviesa una grave crisis económica y de credibilidad: que un sitio de Internet de paga, cuya oferta está centrada en el periodismo de investigación, obtenga ganancias y pueda presumir de una sólida confianza de parte de los lectores. La revista gala Les Inrockuptibles publicó una entrevista con Plenel en su edición del 20 de marzo de 2013 bajo el título La moral del boxeador. Europafocus traduce un fragmento.
Después de un lanzamiento arriesgado en 2008, Mediapart presenta una salud editorial y económica a contracorriente de las predicciones y del estado depresivo de la prensa. Si la apuesta a un medio independiente y de pago parece ganada, su fundador Edwy Plenel reconoce, sin embargo, la fragilidad propia de todo nuevo medio, sobre todo cuando afronta la desmesura oligárquica de los poderes financieros y políticos. El antiguo director de la redacción del diario Le Monde publicó un nuevo manifiesto, El derecho a saber, en donde expone su concepción de un oficio en el que ciertos colegas ya no comparten los valores de un periodismo de ofensiva. El affaire Cahuzac, que siguió a los escándalos aún vivos de la época del anterior gobierno de (Nicolas) Sarkozy –Karachi (la implicación de Sarkozy en un caso de corrupción y venta de armas francesas a Pakistán y Arabia Saudita, que habría provocado un atentado el 2 de mayo de 2002 en el que murieron 11 técnicos navales galos), Bettencourt (la presunta evasión fiscal de esa millonaria empresaria francesa), Woerth (el presunto financiamiento ilícito de la campaña presidencial de Sarkozy en 2007), Tapie (cuando era ministra de Economía de Francia, Christine Lagarde, hoy a cargo del FMI, habría negociado una exagerada indemnización para el millonario Bernard Tapie que iba contra los intereses del Estado)…–, ilumina hoy todo eso que lo separa de un periodismo de gobierno, de industria o de ficción.
Regresando sobre su trayectoria, y dejando aflorar las heridas pasadas, Edwy Plenel aspira a una renovación del periodismo y a una refundación de la cultura democrática, de capa caída, según él, en Francia. Defendiendo una “moral de boxeador”, él resiste los golpes, coherente con su visión de periodismo como deporte de combate.
–Mediapart tiene únicamente cinco años de existencia y acumula beneficios por segundo año consecutivo. ¿La apuesta está ganada?
Edwy Plenel: El objetivo de Mediapart era demostrar que se podía defender la tradición periodística en el corazón de la modernidad digital. Reencontrando la clave esencial: contenidos de alto valor agregado que crean confianza ante los lectores. Queríamos demostrar que si hay independencia, calidad, investigación, exigencia, los lectores estarían dispuestos a pagar. Estoy convencido que para la información política y general, el modelo gratuito publicitario no tiene ningún futuro. No puede más que agregar destrucción de riqueza a aquella que ya produce la transición digital.
–¿Por qué?
Porque la gratuidad y la publicidad empujan hacia el flujo, hacia la audiencia, hacia la inmediatez, hacia la masa. Mientras que los periodistas tenemos que regresar a nuestra misión principal: dar informaciones útiles, de interés público, permitiendo a los ciudadanos ser libres y autónomos. Las informaciones útiles son prioritariamente las que no se conocen, aquellas que estaban ocultas. La información que retoma la comunicación de una empresa o de un partido político, no nos sorprenderá. Sólo la información inédita hace realmente reflexionar. Pero sería muy presuntuoso creer que el futuro de Mediapart se puede construir independientemente de una batalla más extensa sobre los retos democráticos que fundan la legitimidad de nuestro oficio. Se trata de asirse de esta revolución digital para refundar nuestra cultura democrática, nuestros reflejos profesionales, nuestras maneras de hacer las cosas. ¿Cómo vamos a refundar nuestra profesión en plena crisis? Crisis social, cierto, pero también crisis de legitimidad frente al público.
–En relación a los años que usted dirigió la redacción del diario Le Monde (1996-2004), ¿ese déficit de cultura democrática se ha agravado?
Digamos que ha habido batallas perdidas y, entonces, regresiones. Este combate no es de hoy. Lo he llevado, en otro lado, en un periodismo de sistema al seno de una institución como Le Monde. Ese periódico sacudió a casi todos los poderes, hasta al poder económico, con el affaire Vivendi, efectuado por dos periodistas que hoy trabajan para Mediapart, Laurent Mauduit y Martine Orange. Pero nosotros traspasamos la línea roja: la investigación económica, el secreto financiero, los vínculos entre la política y el dinero, la oligarquía que está en el centro del poder. Esta batalla fue sancionada con una derrota. Entonces dejé Le Monde.
–Con el paso del tiempo, ¿cómo analiza usted su salida del periódico, en 2005, después del escándalo del libro de Pierre Péan y Philippe Cohen, La cara oculta de Le Monde?
Fui un pretensioso. Creí que la batalla colectiva llevada con la redacción de Le Monde podía ganarse frente a los intereses exteriores que estaban ya adentro, Alain Minc en particular, presentes desde 1985. El muro resistió hasta 2002. En 2003, una máquina infernal, ese libro de Péan y Cohen, fue lanzado contra el colectivo de Le Monde: mi nombre es citado más veces que el número de páginas: fui un agente de la CIA, un infiltrado trotskista, un mal francés, un “sinfronterista”; “con Pétain, la tierra no miente jamás; con Plenel, ella miente siempre…”. En ese momento, acepté convertirme en el escudo del colectivo de periodistas. El blanco de ese ataque era (afectar) la dinámica del periódico, y fue efectuada en nombre del poder: nos reprochaban el affaire Vivendi, el affaire Greenpeace, todo aquello que concierne los secretos del poder. Es evidente que, al ser el escudo, me convertí en el chivo expiatorio, que desataron en el desierto, cargado de todos los males de la colectividad. Afortunadamente, ese chivo sobrevivió y reconquistó su libertad.
–¿Quedó la herida?
Defiendo desde hace 35 años este periodismo de combate. Siempre he pensado que hay que tener una moral de boxeador: aprender a aguantar los golpes. Pero vi a un colectivo de periodistas deshacerse, desaparecer solidaridades, romperse amistades. Porque nuestra profesión no puede sobrevibir si no es un trabajo colectivo.
–Esta democracia de baja intensidad, ¿es una particularidad francesa? En Francia, ¿aquel periodista que investiga y revela es el que siempre está equivocado?
En el imaginario anglosajón, el periodista es un héroe de la democracia, alguien a quien se puede acudir. En el imaginario francés, ese periodismo intransigente es despreciado. Nuestras élites periodísticas se instalan del lado del comentario, del lado de la literatura o de la política. El periodismo está sobredeterminado por nuestra cultura democrática que acusa un enorme retraso. El acuerdo reciente entre la Asociación de la Prensa de Información Política y General de Francia (IPG) con Google es sintomático. Un protocolo de acuerdo es firmado en el Palacio del Elíseo (sede de la Presidencia francesa) incluso entre dos socios privados, un grupo de editores franceses y Google. El documento fue firmado en público, pero no se conoce el contenido: éste será protegido por el secreto empresarial, ¡aunque incluso el presidente de la República lo haya signado en nuestro nombre! Evidentemente ese documento debería ser público. Todos los días hay ejemplos de ese tipo, algunos mucho más graves, que ilustran nuestra falta de exigencia democrática.
–¿Por qué considera usted que los problemas de los periodistas y la crisis de la prensa conciernen a todos los ciudadanos?
¡Luchen para que los periodistas continúen incomodándolos! Lo peor sería que el mismo público abandone su preocupación por la información y acepte una sociedad mucho más temible que una sociedad del espectáculo, una de ficción: una sociedad en “desrealización”, que pierde influencia sobre lo real. Porque un mundo donde no existiera más que mi opinión contra la tuya, mi prejuicio contra el tuyo, mi identidad contra la tuya, mi comunidad contra la tuya, ese mundo ya no es uno común. Hay que concordar sobre verdades, verdades de hecho. Este desafío no tiene etiqueta partidista. El papel del periodista no es pensar como usted, sino ayudarle a hacerse una opinión. Hay que darle a los periodistas los medios para ejercer esta función democrática esencial. Un ejemplo de esta falsa jerarquización de lo real: la profesión mediática ha discutido mucho, de manera opinativa, sobre el libro de Marcela Iacub acerca de Dominique Strauss-Kahn (el socialista galo que siendo director general del FMI atacó sexualmente a una empleada del hotel Sofitel en Nueva York el 14 de mayo de 2011, lo cual le costó su carrera política), mientras que, en ese mismo momento, Mediapart desmenuzaba sobre el terreno de los hechos otro libro, que me parece más importante en términos de relación con la realidad, La France Orange mécanique, de Laurent Obertone. Somos los únicos en haber analizado el contenido de ese libro, que es una mistificación y el síntoma de la banalización del racismo. Es una tema editorial mucho más importante que el affaire Iacub, y hay una separación demente entre esos tratamientos mediáticos.
–¿El affaire Cahuzac es un ejemplo de esta constatación?
Efectivamente es un buen ejemplo de esta democracia de baja intensidad. En Mediapart hacemos normalmente nuestro trabajo. Aportamos informaciones de interés público, en este caso documentos y testimonios que permiten decir que el ministro de Presupuesto tuvo una cuenta no declarada en Suiza. Nosotros no somos policías o jueces. Nosotros no tenemos sus recursos de investigación, principalmente en torno al secreto bancario. Pero si nosotros publicamos esas informaciones, es porque estamos seguros de la solidez de nuestras alertas, de la autenticidad de las grabaciones, de la fiabilidad de nuestros testigos , del conjunto de las otras fuentes que nosotros protegemos. ¿Y qué pasó? Ni nuestra democracia en el plano institucional, ni en el plano mediático, funciona. Nuestra democracia institucional se vuelve un Poncio Pilatos a la décima potencia: ella no dice nada, o ella niega, ni siquiera mira lo que hay sobre la mesa, ella está ausente. Ninguna queja de difamación fue notificada contra nosotros tres meses después de nuestras publicaciones, y tampoco ninguna diligencia legal contra la grabación o contra el testigo que la acredita. El poder político asume incluso la agravación del conflicto de intereses porque el ministro, jefe de la administración fiscal, utiliza ésta para blanquearse.
–¿Qué tenían que haber hecho sus colegas?
Pues su trabajo de periodista. ¿Se puede encontrar en la tele o en la radio una entrevista a Cahuzac donde se le hagan las preguntas precisas sobre los hechos? El periodista normal debería insistir hasta obtener una respuesta.
*Las letras cursivas son notas agregadas del blog Europafocus para una mejor comprensión.