Por Margaret Killjoy
La semana pasada viví en el mismo mundo que Ursula Le Guin, una gran maestra de la ciencia ficción que aceptó premios condenando el capitalismo y parecía, con cada aliento, hablar de los mundos mejores que podemos crear. El lunes 22 de enero de 2018, falleció. Tenía 88 años de edad y sabía que iba a pasar, y por supuesto mi pena es por mí y mi propia pérdida y no por una mujer que, después de toda una vida de buen trabajo luchando por lo que creía, murió siendo querida.
Nunca me ha gustado la parte de la historia en que el personaje del mentor muere y jóvenes héroes y heroínas dicen que no están listas para continuar solas, que todavía le necesitan. Nunca me ha gustado porque me parece un cliché y porque quiero ver la lucha intergeneracional mejor representada en la ficción.
Hoy no me gusta esa parte de la historia porque… no me siento preparada.
La semana pasada viví en el mismo mundo que Ursula Le Guin, una gran maestra de la ciencia ficción que aceptó premios condenando el capitalismo y parecía, con cada aliento, hablar de los mundos mejores que podemos crear. El lunes 22 de enero de 2018, falleció. Tenía 88 años de edad y sabía que iba a pasar, y por supuesto mi pena es por mí y mi propia pérdida y no por una mujer que, después de toda una vida de buen trabajo luchando por lo que creía, murió siendo querida.
Pero también es una pena haber perdido a una de las anarquistas más brillantes que el mundo haya conocido. Especialmente ahora, cuando comienzan los tiempos difíciles que ella dijo que vendrían.
Para ser claro, Ursula Le Guin no se llamaba a sí misma anarquista. Le pregunté sobre esto. Me dijo que no se llamaba anarquista porque no sentía que lo mereciera, que no hacía lo suficiente. Le pregunté si le parecía bien que la llamáramos así. Dijo que sería un honor para ella.
Ursula, te prometo que el honor es nuestro.
* * *
Cuando pienso en ficción anarquista, la primera historia que me viene a la cabeza es una simple, llamada El bosque de Ile, apareció en la recopilación de Le Guin de 1976 Países Imaginarios. La narrativa está enmarcada por dos hombres que discuten la naturaleza del crimen y la ley. Uno sugiere que algunos crímenes son simplemente imperdonables. El otro lo refuta. El asesinato que no es en defensa propia, argumenta el primero, es imperdonable.
El narrador principal de la historia continúa relatando la historia de un asesinato —una historia vil, una historia misógina— que te deja incómoda y con la conciencia de que, en ese caso particular, no habría justicia en buscar venganza o repercusiones legales contra el asesino.
En pocas palabras, sin siquiera intentarlo, ella socava la fe del lector tanto en los sistemas legales codificados como en tomarse justicia por la propia mano.
No es que Le Guin llevara sus ideas políticas a su trabajo. Es que un mismo espíritu animó tanto su escritura como su política. En un post de 2015 de su blog llamado Utopiyin, Utopiyang, escribe:
El tipo de pensamiento que por fin estamos empezando a construir sobre cómo cambiar los objetivos de dominación humana y crecimiento ilimitado por los de adaptabilidad humana y supervivencia a largo plazo es un cambio del yang al yin, por lo que implica la aceptación de la transitoriedad y la imperfección, la paciencia con la incertidumbre y la improvisación, la amistad con el agua, la oscuridad y la tierra.
Ese es el espíritu anarquista que animó su obra. El anarquismo, tal y como yo lo veo, se trata de buscar un mundo mejor aceptando la transitoriedad y la imperfección.
Paso mucho tiempo pensando, leyendo y aprendiendo de otras personas sobre cómo la ficción puede comprometerse con la política. No quiero poner a Le Guin en un pedestal –ella misma se negó a que la gente le denominara como un genio en su campo– pero nadie ha escrito ficción política con su misma habilidad para expresar una metáfora de la longitud del libro.
El libro del que más fácilmente puedo hablar es Los Desposeídos, porque es la novela utópica anarquista más leída del idioma inglés. Cuando una anarquista como Le Guin escribe su utopía, es explícitamente “una utopía ambigua”. Lo dice en la portada. Es la historia de un científico anarquista en desacuerdo con su propia sociedad anarquista y las convenciones sociales sofocantes que pueden surgir en el lugar que ocupaban las leyes. Es una historia de esa sociedad anarquista, que está lejos de ser perfecta, pero que que supera favorablemente la comparación con el capitalismo y el comunismo de estado. También es una historia sobre lo hermosas que pueden ser las relaciones monógamas una vez que no son obligatorias. Cuando los anarco-curiosos me pidenreguntan por una novela que explore el anarquismo para leerla, no siempre la sugiero, ya que el mundo anarquista representado es muy sombrío (suelo optar, más a menudo que no, por La Quinta Cosa Sagrada de Starhawk). Es un texto demasiado anarquista para servir como propaganda.
Le Guin también era pacifista. Yo no, pero respeto su posición al respecto. Creo que fue el pacifismo lo que le ayudó a escribir sobre la lucha anticolonial violenta con tanto matiz como lo hizo en El nombre del mundo es Bosque. Hay una bondad inherente en la violencia de ese libro, que enfrenta a una raza alienígena indígena (por cierto, la inspiración para los ewoks de La Guerra de las Galaxias, en caso de que necesites más pruebas de que los anarquistas inventan todo) contra invasores humanos. La gloria de la lucha se silencia, se retrata de manera realista. Su gloria es tan peligrosa como la propia violencia, como debería ser.
Le Guin y otros autores abrieron las puertas de lo que podría ser la ciencia ficción, tratando cuestiones de las ciencias sociales tal como se venía haciendo con las ciencias duras. Su novela La mano izquierda de la oscuridad trata sobre personas que alternan entre hombre y mujer. Según tengo entendido, fue una obra sin precedentes cuando salió a la luz en 1969. No me ha gustado tanto como algunos de sus otros libros, pero no estoy segura de que pueda imaginarme cómo sería el mundo si nunca se hubiera escrito. No puedo señalar otro trabajo que haya hecho más para sembrar la idea de que el género puede y debe ser fluido. Es posible que mi vida como mujer trans no binaria fuera completamente diferente si Ursula no hubiera escrito ese libro.
La Rueda Celeste es una ficción psicodélica en su máxima expresión y una parábola del poder que poseen los artistas y aquellos que imaginan otros mundos. Proféticamente, explora una sociedad destruida por el calentamiento global.
Para los niños más afortunados de mi generación, Terramar, la serie fantástica de Le Guin, cumplió el papel que Harry Potter tiene para gente más joven que yo. Ojalá lo hubiera leído de niña, aunque no me arrepiento de haber leído The Hobbit. En el mundo de Terramar, los villanos que amenazan al mundo son facetas de los héroes que tienen que salvarlo.
Sin embargo, las palabras que Le Guin ha escrito y que más han significado para mí son sus historias cortas. Si quieren entender por qué tanta gente lloró al oír su muerte, lean Los que se alejan de Omelas. Es, simplemente, y no digo esto de forma hiperbólica, perfecta. Es corta y hermosa, y exactamente el tipo de historia que puede cambiar el mundo.
No he leído todos los libros de Le Guin, y tengo que admitir que hoy me alegro de ello. Me alegro de que haya más historias suyas esperándome.
Cuando me iniciaba en el anarquismo, quería saber qué tenía que ver el anarquismo con la ficción. Obtengo la mayoría de mis ideas hablando con gente inteligente, así que me propuse hacerles mi pregunta a las personas inteligentes. Escribí una carta a Ursula Le Guin y se la envié a su apartado postal. Me devolvió el correo electrónico y la entrevisté por lo que pensé que sería un fanzine.
Ese fanzine se convirtió en mi primer libro, que comenzó lo que desde entonces se ha convertido en mi carrera y, presumiblemente, en el trabajo de mi vida. Ella no tenía literalmente nada que ganar ayudándome, animándome y prestándo su tremenda credibilidad social a mi proyecto. Me gusta pensar que estaba emocionada por hablar explícitamente sobre anarquismo de una manera que no podía hacerlo a menudo, pero francamente, podría estar proyectando mis esperanzas en ella.
Pienso en su bondad hacia mí como un acto de solidaridad entre dos personas que luchan en la misma lucha.
Esa es una de las mayores razones por las que he llorado tanto su muerte.
Vivimos en el capitalismo. Su poder parece inexorable. También lo parecía el derecho divino de los reyes. Ursula Le Guin.
Más tarde en ese mismo proyecto de libro, empecé a preguntarme por qué me importaba tanto por qué este o aquel autor se identificara como anarquista o trabajara en proyectos anarquistas. Siempre he estado menos preocupada por los límites de nuestra ideología y más interesada en las palabras y acciones que fomentan el libre pensamiento, en los individuos autónomos que actúan cooperativamente. Que Le Guin se llame a sí misma (o nos permita llamarla) o no, una anarquista no cambia lo que ha escrito o cómo ha impactado al mundo. Muchos de los mejores y más benéficiosos/as escritores/as, activistas y amigos/as que conozco, o de los que tengo conocimiento, no se califican como anarquistas, y eso no cambia el amor que tengo por ellos/as. Nunca he estado particularmente entusiasmada con la cultura de las celebridades, el culto al o simplemente la fama como concepto.
Sin embargo, me importaba —todavía me importa— que Le Guin fuera un anarquista.
Finalmente entendí por qué me preocupa tanto. Me preocupo porque significa que esas historias que han significado tanto para mí fueron escritas por alguien con quien estoy alineada en muchas esperanzas y en sueños muy específicos. Me importa por que puedo usar sus propias palabras para destripar a cualquiera que intente recuperarla en algún otro campo —digamos, progresía capitalista o comunismo de estado— y usar su celebridad para promover causas que no apoyó o a las que no se opuso activamente. Me preocupo porque los logros de los/as anarquistas han sido borrados una y otra vez de la historia, y Le Guin es famosa por algunos logros muy específicos e innegables que serán muy difíciles de borrar. Tal vez es culto a la heroína. Tal vez sea admirarse en un reflejo ajeno. No lo sé. Sólo sé que me hace sentir orgullosa de ser anarquista.
No tengo muchos héroes ni muchas heroínas. De la mayoría de mis autores/as favoritos/as, aspiro a ser su compañera. Ursula Le Guin era una heroína. Me enseñó sin saberlo. Alentó mi escritura tanto directamente, diciéndome que estaba entusiasmada por lo que yo escribiría, como indirectamente, diciéndome por qué vale la pena escribir y también con su libro sobre cómo escribir Steering the Craft (inédito en español).
Ahora mismo, estoy pensando en sus palabras sobre la importancia de las palabras. Cuando me alejo de la mayoría de las organizaciones, pienso en lo que me dijo hace una década:
Los/as anarquistas activistas siempre esperan que sea una activista, pero creo que se dan cuenta de que sería pésima, y me dejan volver a escribir lo que escribo.
Pero sabía que las palabras por sí solas no son suficientes. El arte es parte del cambio social, pero ni de lejos lo es todo. Le Guin también hizo un trabajo ingrato, asistiendo a manifestaciones y rellenando sobres para cualquier organización que pudiera usar su ayuda. Es esa dicotomía lo que la hace mi heroína. Quiero que todo el mundo me deje con mi escritura y que no espere que me organice, pero también quiero ser útil de otras maneras.
Anoche, tres de nosotras intercambiamos mensajes en Signal sobre su muerte. “Ahora depende de nosotras”, dijimos. “Ahora tenemos que trabajar más duro sin ella”, dijimos. Los mensajes en Signal son a veces como susurros. En plena noche decimos las cosas que nos asustan.
En 2014, Le Guin le dijo al mundo:
Se avecinan tiempos difíciles, en los que vamos a desear voces de escritores/as que puedan ver alternativas a cómo vivimos ahora, que puedan ver otras formas de vivir más allá de nuestra sociedad asolada por el miedo y sus tecnologías obsesivas, e incluso imaginar verdaderas bases para la esperanza. Necesitaremos escritores/as que recuerden la libertad —poetas, visionarios/as— realistas de una realidad más grande.
No me siento preparada, pero nadie lo está. La verdad es: Lo estamos. Hay escritores que recuerdan la libertad. Tal vez ahora más de lo que nunca ha habido. Hay historias que necesitan ser contadas, y las estamos contando. Walidah Imarisha se lo dirá. Adrienne Marie Brown se lo dirá. Laurie Penny se lo dirá. Nisi Shawl se lo dirá. Cory Doctorow, Jules Bentley, Mimi Mondal, Lewis Shiner, Rebecca Campbell, Nick Mamatas, Evan Peterson, Alba Roja, Simon Jacobs, y más gente de la que puedo conocer o enumerar se lo dirá. (1)
Todos/as nosotros/as las contaremos, las unas a los otros, por cualquier medio. Recordaremos la libertad. Quizá hasta lleguemos allí.
La autora hablando con Ursula K Le Guin en Powell’s Books en 2010
*Este artículo fue publicado el 28 de enero de 2018 en el portal anarquista CrimethInc en inglés y sin derechos de autor (copyright free). Aquí puedes leerlo➔. Esta versión en español fue publicada por el sitio Kaos en la red y la traducción es de CDC. Aquí puedes leerla➔. El autor se designa como queer y por eso se utiliza el femenino en la primera persona.
**Margaret Killjoy [web | Twitter] se define como autora itinerante y anarquista. Tiene varios libros publicados en AK Press. De ficción como A Country of Ghosts, una utopía situada en el siglo XIX, What Lies Beneath the Clock Tower, novela steam-punk del tipo “elige tu propia aventura” y la guía de ciencia imaginaria A Steampunk’s Guide to the Apocalypse. También libros de no ficción como Mythmakers & Lawbreakers, un estudio sobre autores/as anarquistas de ficción y We Are Many, un ánálisis sobre el movimiento Occupy. También ha escrito relatos para diversas publicaciones, y coordinó la revista SteamPunk Magazine.
- Esta lista no implica ninguna afiliación política de los/as autores/as, sólo enumero algunos/as escritores/as que, creo, recuerdan la libertad