Guerrilla creativa

Al líder de la ultraderecha alemana Björn Höcke se 
le ocurrió decir ante una multitud de simpatizantes que el Memorial del Holocausto de Berlín es una “vergüenza” para la nación, y llamó a darle “un giro de 180 grados” a su historia nacional con la finalidad de que los alemanes dejen de sentirse un “pueblo conquistado”, arrepentido. Entonces, un colectivo de artistas comprometidos tuvo una gran idea: llevarle el recuerdo del horror nazi a las puertas de su propia casa

POR ÉMILIEN BRUNET / BRUSELAS, BÉLGICA

Es un frío miércoles en el pequeño poblado de Bornhagen, de apenas unos 300 habitantes, ubicado en el centro de Alemania, en la antigua línea divisoria entre la parte comunista y la capitalista. Son las seis de la mañana del 22 de noviembre y aún está oscuro. Björn Höcke, presidente del partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD por sus siglas en alemán) en el estado de Turingia y parlamentario local desde 2014, duerme plácidamente.

De repente, el ruido de maquinaria pesada lo arranca con violencia de su sueño. Sale de la cama de un brinco. El ex profesor de historia de 45 años tiembla cuando se asoma a la ventana: en la propiedad contigua, una grúa coloca un bloque de hormigón a lado de otros más. No lo puede creer, se trata de una réplica a escala del famoso monumento de Berlín a los seis millones de judíos asesinados por el nazismo en Europa.

Conocida como el Memorial del Holocausto, dicha obra –uno de los principales sitios turísticos y de recogimiento frente al recuerdo de la locura nazi– fue diseñada por el arquitecto Peter Eisenman y el ingeniero Buro Happold. Consta de 2 711 estelas de hormigón de distintas alturas que están extendidas sobre una superficie de 19 000 metros cuadrados. Fue inaugurada en mayo de 2005 después de dos años de construcción.

El memorial que Höcke observa desde su vivienda constará de 24 estelas cuando finalice.

La indignación

Diez meses antes del inesperado paisaje en el terreno vecino, Björn Höcke viste de manera formal y luce en buen estado. Ese 17 de enero de 2017 porta traje oscuro, camisa azul claro y corbata a rayas. Hay una copa de agua en el podio desde el cual se dirige a una multitud de seguidores del movimiento antiislam Pegida. Está en un antiguo inmueble de su ciudad bastión: Dresden.

Severo y mirando con sus ojos claros al frente, Höcke asevera que el bombardeo de los aliados sobre Dresden, poco antes de la capitulación del régimen de Adolfo Hitler en la Segunda Guerra Mundial, “fue un crimen de guerra”. La gente lo interrumpe a fin de brindarle un enérgico y largo aplauso. Höcke parece emocionado. Continúa: “Fue un crimen de guerra comparable a las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki”. Nuevo aplauso. “Con el bombardeo de Dresden y de otras ciudades alemanas, ellos no querían otra cosa que destruir nuestra identidad colectiva”. Siguen los aplausos.

Las palabras de Höcke fluyen entonces más aprisa, llenas de rencor: “Hasta ahora, nuestro estado de ánimo, nuestro marco mental, sigue siendo el de un pueblo completamente conquistado (…) Los alemanes, y no hablo de ustedes, patriotas, que están reunidos aquí ahora; los alemanes, nuestra gente, son los únicos en el mundo que plantaron un monumento de vergüenza en su capital”. Algarabía en el auditorio cuando llama a “una política alemana de la memoria con un giro de 180 grados”.

Lo que siguió fue la indignación y la condena de todos los partidos políticos alemanes… menos del suyo, que debatió y decidió finalmente no expulsarlo.

La respuesta

El filósofo suizo-germano de 37 años Philipp Ruth nació en Dresden. Quizás por eso al escuchar la diatriba neonazi de Höcke no sólo se indignó, también supo que había llegado el momento de comenzar a materializar un proyecto que él y sus compañeros tenían pendiente desde dos años atrás.

Ruth, entre otros, fundó en Berlín el Centro para la Belleza Política (ZPS por sus siglas en alemán), una singular “guerrilla creativa” conocida desde 2010 por sus acciones artísticas provocativas, controvertidas y altamente políticas y mediatizadas, en particular enfocadas en protestar contra las políticas de su país y la Unión Europea (UE) respecto a los refugiados.

Por ejemplo, en noviembre de 2014 los activistas robaron 7 cruces blancas que rendían homenaje a los alemanes del este que murieron intentando huir durante la Guerra Fría, y las colocaron en distintas fronteras de paso de inmigrantes a la UE. En junio de 2016 encerraron cuatro tigres en una jaula, como un circo romano, y simularon que inmigrantes serían devorados si el gobierno alemán no eliminaba una directiva para que las aerolíneas permitieran viajar a la UE a pasajeros sin visas.

Manos a la obra

El colectivo antifascista puso en marcha su plan contra Höcke, al que la suerte y la sociedad civil alemana ayudaron a realizar.

La suerte: haber encontrado un terreno en alquiler junto al domicilio de Höcke en un pueblo en el que 34 % de su población vota a favor de AfD, porcentaje que casi triplica el promedio nacional. Y el respaldo social: haber logrado recaudar inicialmente el dinero suficiente, 28 000 euros, para financiar durante dos años la permanencia de su memorial; fondos que aumentaron poco a poco desde noviembre hasta llegar a la cantidad necesaria que le permite quedarse al menos siete años, ya que además un tribunal no dejó que la ultraderecha lo retirara.

Destilando su característico humor ácido, el ZPS creó una ficticia “Agencia de protección constitucional de la sociedad civil en Turingia”, cuyos miembros vigilaron durante diez meses a Höcke y el vecindario como parte de un supuesto “sistema de alerta temprana” contra la extrema derecha. Luego pusieron a disposición de la prensa unas cómicas fotografías donde los activistas salen entre matorrales vestidos de camuflaje y observan con binoculares la casa del político.

Höcke los tachó de “terroristas”. Su partido acababa de entrar al parlamento federal tras las elecciones de septiembre, en las que AfD obtuvo 13 % de los votos, 8 puntos más que en 2013, convirtiéndose en la tercera fuerza política del país.

Castigo ejemplar

“Höcke tendrá que enfrentarse al hecho de que tiene vecinos que no consideran al Memorial del Holocausto un monumento a la vergüenza, sino que intentan recordar lo que pasó para que no vuelva a ocurrir”, comentó Ruth al diario Frankfurter Rundchau.

El ZPS promete que retirará los bloques de cemento si el político ultraderechista se arrodilla y pide perdón enfrente del memorial de Berlín, en un gesto semejante al del canciller alemán Willy Brandt en 1970 frente al monumento a los héroes del gueto de Varsovia, que conmemora el alzamiento de judíos de 1943 aplastado por los nazis.

“Queremos recordarle que puede girar la historia alemana cuantas veces él quiera y eso no la cambiará”, enfatiza Ruth.

La conocida periodista Lea Rosh, impulsora desde 1989 del Memorial al Holocausto de Berlín, consideró el proyecto del ZPS como “una magnífica idea” y “un magnífico castigo para Höcke”. El horror del nazismo y sus planteamientos delirantes terminaron por alcanzarlo aunque fuera de esta manera, destruyendo –literalmente de un día a otro– su “refugio” y “remanso de inspiración”, como el mismo llegó a llamar su casa familiar en Bornhagen. Y es que la memoria siempre persigue sin ninguna consideración.

*Este reportaje fue publicado el 28 de enero de 2018 en la revista CAMBIO.
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