LIU XIAOBO: Sin rencor

En diciembre pasado, en vísperas de que un tribunal chino lo condenara a 11 años de cárcel por “incitar a la subversión contra el poder del Estado”, el intelectual y activista de derechos humanos Liu Xiaobo, ganador este año del Premio Nobel de la Paz, envió una carta a su esposa, Lui Xia, en la que reafirma su convicción de que “los progresos políticos en China no van a detenerse, pues ninguna fuerza es capaz de frenar la aspiración humana de la libertad”. La carta de Xiaobo —a quien el Gobierno de Beijing impide acudir a la ceremonia de premiación que se realizará este viernes 10 en Oslo, Noruega— fue publicada en octubre pasado por el semanario francés Courrier Internacional, con cuya autorización Proceso la reproduce.

(Texto traducido por Marco Appel y publicado en la edición del 12 de diciembre de 2010 de la revista PROCESO)

El año 1989 constituyó un importante giro en mi vida. Yo era un profesor respetado y un intelectual popular. Con frecuencia era invitado a expresarme un poco por todos lados, incluyendo Europa y Estados Unidos. Siempre me fijé como exigencia expresarme con franqueza, asumiendo mis palabras con dignidad, fuera en mi vida personal o en mis escritos.

Ese año regresé de Estados Unidos para participar en el movimiento (prodemocrático estudiantil, reprimido de manera sangrienta el 4 de junio). Fui encarcelado bajo la acusación de realizar “propaganda e incitar actividades contrarrevolucionarias”.

Solo por haber expresado opiniones políticas diferentes y por haber participado en ese movimiento democrático pacífico, el profesor que yo era perdió su cátedra, el autor que yo era perdió todo el derecho a expresarse y el intelectual público toda posibilidad de disertar abiertamente… fuera a título personal o como ciudadano de una China abierta al mundo y a las reformas desde hace 30 años… ¡Qué tristeza!

Veinte años después, las almas de las víctimas del 4 de junio no pueden todavía descansar en paz. Llevado por ese 4 de junio a tomar el camino de la opinión política divergente, a mi salida de la prisión de Qincheng, en 1991, yo había perdido todo el derecho a expresarme públicamente en mi propia patria; no podía hacerlo más que en medios de comunicación extranjeros y eso valió para ponerme bajo vigilancia durante muchos años, asignado a confinamiento domiciliario (de mayo de 1995 a enero de 1996) y luego enviado a un “campo de reeducación para el trabajo” (de octubre de 1996 a octubre de 1999).

Hoy, con más de 50 años de edad, estoy otra vez sentado en el banquillo de los acusados por un poder obnubilado con la idea del “enemigo”.

Sin embargo, a pesar de todo, quiero decirle a este régimen que me ha privado de mi libertad que me mantengo fiel a mi credo, expresado hace 20 años durante una huelga de hambre el 2 de junio: yo no tengo enemigos, ni odio. Los policías que me han vigilado, arrestado, interrogado; los procuradores que me han inculpado; los jueces que me han condenado, no son mis enemigos.

Yo no acepto la vigilancia ni el encarcelamiento ni la inculpación ni la condena, pero respeto a todos esos funcionarios en su profesión y como personas, incluyendo a los magistrados de la acusación que el pasado 3 de diciembre (de 2009) dieron una prueba de respeto y honestidad para conmigo.

El odio puede corromper la cordura y el discernimiento; la ideología del enemigo puede envenenar la mentalidad de un pueblo, atizar rivalidades sin piedad, destruir toda tolerancia y toda razón en una sociedad, impedir a una nación caminar hacia la libertad y la democracia.

Es por eso que yo deseo ir más allá de mi propia suerte para preocuparme sobre todo por el desarrollo del país y por la evolución de la sociedad, oponiendo a la hostilidad del poder una gran bondad, disolviendo el odio en el amor.

Se admite comúnmente que la política de reforma y de apertura es la que ha acarreado el desarrollo del país y la evolución de nuestra sociedad. Para mí, la apertura del país data del momento en que fue abandonada la “primacía de la lucha de clases” de la era de Mao (Zedong). Desde entonces los esfuerzos se han concentrado en el desarrollo económico y la armonía social.

Abandonar esa primacía ha permitido una cierta tolerancia y la coexistencia pacífica de intereses y valores diferentes. La economía se dirigió hacia el mercado, la cultura ha tendido hacia una mayor diversidad, el mantenimiento del orden público poco a poco ha sido regido por las leyes. Todo esto ha causado el debilitamiento de la noción de enemigo.

Incluso en el ámbito político, donde los progresos son más lentos, el poder ha probado una tolerancia creciente frente a la diversidad de la sociedad, ha atenuado las persecuciones contra las voces divergentes y ha atemperado su calificativo de “rebelión” a “tormenta política”, al referirse a los acontecimientos de 1989.

Una vez relativizada esta noción de “enemigo a combatir”, el poder ha aceptado poco a poco el carácter universal de los derechos del hombre. En 1998, el Gobierno chino prometió al resto del mundo ratificar dos grandes convenciones internacionales de la Organización de las Naciones Unidas relativas a los derechos humanos, una manera simbólica de reconocer estos valores.

En 2004, la Asamblea Nacional Popular revisó la Constitución e introdujo por primera vez la frase “el Estado respeta y protege los derechos del hombre”, lo que indica que los derechos humanos se convirtieron en un principio básico del sistema jurídico chino.

Al mismo tiempo, el poder ha reconocido la necesidad de “situar al hombre en el centro” de su política y de “crear una sociedad armoniosa”. Son avances en la concepción del Gobierno que tiene el Partido Comunista.

Yo he podido sentir los efectos de esos cambios desde mi arresto.

He insistido que soy inocente y que la acusación en mi contra es anticonstitucional, pero en el curso de este año de privación de libertad —en que he sido sucesivamente encarcelado en dos lugares diferentes e interrogado por cuatro policías, tres procuradores y dos magistrados— sus métodos han estado marcados por el respeto. No han excedido el tiempo de interrogatorio y no me han forzado a confesar. Su actitud ha sido pacífica, razonable e, incluso, a veces bondadosa.

El 23 de junio fui transferido de un lugar de residencia vigilada al Centro de Detención Número Uno de Pekín, donde ya había sido detenido en 1996, y pude observar grandes mejoras tanto en las instalaciones como en los métodos de administración.

De estas experiencias personales yo he extraído la certidumbre de que los progresos políticos en China no van a detenerse. Soy verdaderamente optimista en cuanto a la llegada de una China libre en el futuro, porque ninguna fuerza es capaz de frenar la aspiración humana a la libertad. China terminará por convertirse en un Estado de derecho que colocará los derechos humanos en primer plano. Espero que tales progresos podrán manifestarse en el tratamiento de mi expediente; deseo que el jurado pronuncie una sentencia justa: una sentencia capaz de afrontar el juicio de la historia.

En cuanto a la experiencia más feliz de estos últimos 20 años, esta es haber recibido el amor desinteresado de mi mujer, Liu Xia. Por eso me dirijo a ella:

Hoy tú no podrás asistir a mi proceso, pero quiero otra vez decirte, querida, que estoy convencido de que tu amor se conserva intacto. Querida, gracias a tu amor yo afrontaré en calma el proceso que viene, sin lamentarme de mis propias decisiones, y esperaré el mañana con optimismo.

Espero que mi país pueda ser algún día una tierra de libertad de expresión; que todo ciudadano pueda hacer uso de la palabra en pie de igualdad; que todos los valores, pensamientos, creencias, ideas políticas puedan coexistir y ser objeto de un debate igualitario. Deseo que las opiniones minoritarias, incluso disidentes, sean protegidas como las otras. Deseo que todo punto de vista político pueda ser expuesto a plena luz del día y sometido a la apreciación del pueblo; que todo ciudadano pueda expresarse sin el menor temor, sin el menor riesgo de sufrir persecuciones por haber emitido una opinión política diferente. Quisiera también ser el último nombre en la larga lista de víctimas recluidas por sus escritos, y que ninguna persona más sea condenada por sus declaraciones.

La libertad de expresión es la base de los derechos del hombre, el fundamento de todo sentimiento humano, la madre de la verdad. Matar la libertad de expresión es mofarse de los derechos humanos, asfixiar todo sentimiento humano, hacer callar la libertad.

Incluso si he sido condenado (aunque soy inocente) por haber honrado la libertad de expresión mencionada en la Constitución, y por haber asumido hasta las últimas consecuencias mis responsabilidades sociales de ciudadano chino, yo no me quejo… ¡Gracias a todos!

(Traducción: Marco Appel)