DIRK VERHOFSTADT: Los payasos de la brigada lingüística

Dirk VerhofstadtEl reino de Bélgica está sumido en un conflicto histórico entre sus pobladores que hablan neerlandés y aquellos cuyo idioma materno es el francés. En Flandes, en la mitad norte del país, existe un robusto movimiento nacionalista de derecha que exige su escisión de la región francófona. Las derivas de una franja ultranacionalista flamenca son numerosas y afectan en su mayoría la vida cotidiana de los habitantes, sean francófonos o extranjeros: el transporte público flamenco, piensa una organización por la defensa del neerlandés, no debe exhibir publicidad en cualquier otro idioma. El filósofo flamenco Dirk Verhofstadt –hermano de Guy, exprimer ministro belga y actual eurodiputado– critica y condena la causa de tales activistas en un artículo publicado originalmente en el diario flamenco De Morgen y retomado por el semanario francés Courrier International en su edición del pasado 3 de enero. Europafocus lo reproduce en su totalidad.

La organización Taalrespect pretende defender la lengua neerlandesa y se irrita de los anuncios publicitarios que decoran (notablemente) los autobuses De Lijn y que son redactados en otro idioma. Y, manifiestamente, la ley está de su lado. Porque, desde hace algunos años, el gobierno flamenco elaboró una directiva según la cual la lengua utilizada en la publicidad debe ser el neerlandés. Entonces, ningún reclamo de parte de Dior, ni de la gira “Femme Fatale” de Britney Spears ni de la publicidad de McDonalds que lleva por eslogan “We all eat Giants”.

Según Taalrespect, los mensajes publicitarios que no son escritos en neerlandés representan una falta de respecto a los habitantes de Flandes y constituyen una amenaza para la pureza de la lengua practicada por la comunidad local. Es en todo caso lo que figura en todas sus letras en su sitio de Internet, el cual invita a los ciudadanos flamencos a introducir una queja cuando se vean confrontados a publicidades alabando los méritos de las “cheeseburgers”.

Cualquier ministro con un mínimo de “columna vertebral” hubiera terminado verticalmente con ese tipo de absurdo. A excepción de Hilde Crevits (del Partido Cristiano Demócrata y Flamenco, CD&V), que en septiembre (de 2012) anunció ante el Parlamento flamenco que los controles de respeto a la legislación lingüística de De Lijn serían reforzados. Dicho de otra manera, a partir de ahora nuestros buses De Lijn serán vigilados no para verificar su seguridad, ni su puntualidad ni la cantidad de sus emisiones de dióxido de carbono (CO2), sino para que ellos no transmitan mensajes extraños. Porque la “contaminación” de nuestra lengua por una extranjera constituye para los payasos de la brigada lingüística un peligro mucho más inquietante que los daños que podrían ser infligidos a nuestro medio ambiente.

Un “controlador” de la asociación Taalrespect explicó en el programa Terzake del viernes 14 de diciembre pasado toda la importancia de contar con esloganes en neerlandés en los buses De Lijn. Llegó incluso a decir que los textos redactados en una “lengua extranjera” y exhibidos sobre nuestros buses ¡constituían un atentado a la identidad y a la especificidad flamenca!

Ese pequeño burgués parecía convencido de lo que decía. Él se presetaba realmente como un defensor autoproclamado de nuestra lengua contra la barbarie rampante. El objetivo de ese Taalrespect es “dar un manotazo en los dedos de los transgresores a través de iniciativas epistolares y de incitaciones amistosas y menos amistosas”. Es lo que está ecrito litaralmente en el sitio www.taalrespect.be. Me puedo bien imaginar lo que se entiende por iniciativas epistolares y por incitaciones amistosas, pero ¿qué quiere decir incitaciones menos amistosas? ¿Una hora expuesto a la burla pública sobre la gran plaza de Aalst? ¿Una quema de los textos incriminados? ¿O hay que desenterrar los restos de Maurice Maeterlinck, nuestro único premio Nobel de literatura hasta hoy y que escribía en francés, para lanzarlos al mar?

¿La ministra Hilde Crevits puede explicarnos si tiene la intención de lapidar a las empresas que arboran un nombre no flamenco por no respetar su estúpida reglamentación? Lo ridículo de esas reglas está tan suficientemente probado en los hechos que ya costaron a De Lijn casi tres millones de ingresos publicitarios perdidos. No solamente de firmas del mundo cultural francófono sino también de Starbucks, Carlsberg y Disney on Ice.

Las lenguas constituyen el medio de comunicación por excelencia. El sentido de las palabras proviene de un pasado lejano; la lengua es reconocida y luego utilizada, para ser ampliada por las nuevas generaciones. Es de esa forma que las lenguas se enriquecen. Las lenguas que se han empobrecido a lo largo de la historia son aquellas que han enfrentado un rechazo a las otras culturas y a un amordazamiento de la imaginación de sus hablantes. El empobrecimiento de la lengua es un síntoma comun de todos los regímenes totalitarios que no toleran ninguna contradicción, ninguna ironía, ningun humor, ninguna crítica, ninguna imaginación y ningun margen de interpretación. El discurso patriótico termina siempre por envenenar el alma de la gente.

Y vale lo mismo para esta campaña. El rechazo de toda “lengua extranjera” es lo mismo que acusar a una persona de practicar “una mala religión”. Los nacionalistas flamencos utilizan abusivamente la lengua para excluir a los otros. No por nada los puestos de regidores de asuntos flamencos son creados en las ciudades donde el partido Nueva Alianza Flamenca (NVA, por sus siglas en neerlandés) alcanza el poder. Ellos van a “flamenquizar” los nombres de ciertas calles y a distribuir pequeños leones flamencos (el símbolo regional). ¿Cómo se puede llegar a ese nivel de estupidez? Las ciudades son, precisamente, lugares multiculturales por excelencia y es esta diversidad que envuelve todo su atractivo.

Tenemos que poner fin a todas estas cruzadas nacionalistas flamencas por la pureza de la lengua. El gobierno flamenco debe resistir a las presiones de los payasos de la brigada lingüística Taalrespect. Debemos tener el derecho de pensar y de escribir lo que queramos, incluso si ello significa una piedra en el jardín de la iglesia nacionalista flamenca.