Viven en casas típicas de clase media europea, compuestas de dos a tres niveles, y el que menos gana percibe aproximadamente 62 euros diarios (unos 900 pesos mexicanos). Cuentan con seguro de vida, de desempleo y de accidente, y si deben realizar tareas de alto riesgo, llevan un localizador satelital que permite saber dónde se encuentran. El último accidente con gas registrado en una mina alemana ocurrió hace 60 años.
(Artículo publicado en la edición del 13 de Junio de 2006 de la revista PROCESO)
BOTTROP, ALEMANIA.- Susanne Opiol parece no comprender bien cuando se le pregunta sobre la protección social de los mineros alemanes. “¿Asegurados? ¡Naturalmente! Todos, sin excepción, tienen contrato y están dados de alta en la seguridad social”, exclama la portavoz de la empresa que desde 1999 controla las minas de carbón duro alemanas, la Deutsche Steinkohle AG (DSK).
“En la mina de Prosper-Haniel, aquí en Bottrop, tenemos 4 mil 11 trabajadores. Todos gozan de plenos derechos laborales: jubilación, servicio médico, seguro de desempleo, seguro de vida, seguro de accidente, vacaciones y pago de horas extras. Ningún trabajador desciende a una mina sin estar inscrito en la seguridad social”, comenta la encargada de prensa desde una austera sala de juntas.
Para pagar las prestaciones, el minero contribuye con 10% de su sueldo y la empresa aporta otro 16.7 %. Susanne muestra a este corresponsal el tabulador de sueldos del personal. El contrato colectivo establece dos tipos de trabajador: uno que puede calificarse como estándar y otro “altamente calificado”.
Los salarios de quienes realizan tareas en el subsuelo se clasifican en 14 categorías: el más bajo es de 61.91 euros diarios (892 pesos) y el más alto de 113.77 euros (mil 640 pesos). La representante de DSK explica que en la base de la pirámide salarial están los mineros con educación secundaria, “que limpian los túneles o llevan cosas a la superficie”, mientras que en la cúspide se encuentran geólogos, mecánicos o electricistas.
La jornada es de 40 horas semanales. Sin embargo, detrás del orgullo con que la portavoz de la empresa habla de las condiciones laborales del gremio minero local, hay un hecho paradójico: el oficio tiende a desaparecer, pues la crisis que afecta al sector desde los años setenta ha ocasionado el cierre masivo de complejos mineros. Éstos se han reciclado como galerías, museos, centros de diseño, oficinas y hasta discotecas de moda.
En tanto que Francia y otros países decidieron acabar de tajo con la actividad minera, Alemania no pudo proceder de igual forma, pues de hacerlo corría el riesgo de elevar hasta las nubes el desempleo y generar una explosión social de consecuencias imprevisibles. En un intento por controlar la caída de esta industria, implantó un sistema de subvenciones cuyo costo ascendió el año pasado a 2 mil 900 millones de dólares; es decir, la mitad de lo que percibió en 2000.
Durante las últimas tres décadas, han dejado de funcionar 134 minas y dos más deberán cerrar antes de 2011. Para esa fecha, sólo cinco se mantendrán en operación para el aprovisionamiento de las centrales termoeléctricas del país. También es espectacular el descenso en el número de mineros: actualmente hay 35 mil en toda Alemania, cuando hace cinco décadas, tan sólo en la cuenca del río Ruhr, había medio millón de personas que extraían cada año 124 millones de toneladas de hulla. En la actualidad, no se extraen más de 26 millones de toneladas.
Minero moderno
En esta ciudad de 120 mil habitantes, donde operaban nueve minas, aún funciona la de Prosper-Haniel, una de las más grandes del país, pues tiene 160 kilómetros cuadrados de yacimientos carboníferos. El barrio minero de Bottrop es un fiel espejo de la situación que prevalece en esta industria. Se trata de una colonia con calles bastante arboladas y pequeños parques. Las casas son de dos o tres niveles, casi todas con un pequeño jardín; esto es, la típica vivienda de una familia de clase media europea.
Por la tarde se respira un ambiente muy apacible, casi pueblerino. Su parque vehicular corresponde a modelos de los años noventa y es muy raro ver Mercedes Benz o BMW. Los comercios locales ofrecen productos y servicios ordinarios, nada lujoso ni fuera de lo normal.
Pero a pesar de la crisis, en Alemania la imagen del minero de pico y pala, miserable y condenado a padecer enfermedades mortales, sólo aparece en viejas fotografías en blanco y negro. Los padecimientos pulmonares, por ejemplo, fueron erradicados desde hace 30 años. El porcentaje de incapacidades expedidas -la mayor parte por dolores de espalda y rodillas debido al trabajo en techo a baja altura- es de 6 % de la plantilla laboral.
“El precio del carbón alemán es cuatro veces superior al del mercado internacional, pues conlleva una inversión en seguridad y protección laboral que los demás han suprimido para poder competir”, asegura Antonio Jiménez, técnico en prevención laboral de DSK desde hace nueve años.
A pesar de que las minas alemanas son muy profundas, lo que aumenta la probabilidad de que ocurran percances, el especialista señala que el sector ha alcanzado una tasa de 22 accidentes por cada millón de horas de trabajo, menor a la que presenta la industria de la construcción, que es de 40, y muy cercana a la química, cuyo número llega a 17.
Al preguntársele a este técnico cuál es el percance más reciente que recuerda, indica que le ocurrió a un minero que cayó de una báscula por no respetar una medida de seguridad obligatoria consistente en amarrarse el fijador de cuerdas. Agrega que el año pasado hubo una sola muerte por atropellamiento. Ni remotamente se puede pensar que aquí se registren explosiones como la que ocurrió el 20 de febrero pasado en la mina mexicana Pasta de Conchos, que costó la vida a 65 mineros.
El experto entrevistado asegura que gracias a la tecnología, los alemanes han conseguido un altísimo grado de previsión; ejemplo de ello es la instalación, cada 400 metros, de medidores del gas metano que expide el mineral; la instalación de mecanismos que realizan el corte total y automático de electricidad en caso de concentración superior a 1 % de dicho gas y el desarrollo de motores que no provocan chispa.
Así mismo, apunta Jiménez, se creó una estricta policía de minas, con facultades para suspender en el acto cualquier actividad que implique una violación al código de seguridad. Además, para ser minero hay que recibir una formación de por lo menos tres años, que imparten escuelas de la DSK o ciertas universidades.
Todo este aparato de previsión y formación ha impedido desastres. La última explosión de gas, que causó la muerte de centenas de personas, ocurrió hace 60 años, durante la ocupación británica. Otra explosión, que dejó tres muertos, sucedió hace más de 20 años.
De cualquier forma, en este país el accidente o la muerte de un minero no deja en el desamparo a la familia. La ley marca que la cónyuge debe recibir, además de la indemnización correspondiente, un pago de por vida equivalente a 60 % del ingreso del fallecido, y sus hijos una prima de manutención que incluye gastos escolares. En caso de accidente con pérdida de 20% o más en la capacidad física, el seguro social brinda un apoyo económico directo, aunque el trabajador desciende de categoría para compensar su disminución productiva.
Fuerza sindical
Christoph Meer es el vocero internacional del sindicato minero Industriegewerkschaft Bergbau, Chemie, Energie (IGBCE), que también agrupa a los sindicatos del ramo químico y de la energía. Desde una pequeña oficina en la ciudad de Bochum -donde se encuentra el museo de minería más grande del mundo y muchas fábricas de maquinaria minera-, Meer confirma que “no hay nada que criticar a nivel de seguridad”.
Explica: “Nuestra influencia en el Consejo de Supervisión es muy fuerte, pues contamos con 50% de los votos”. Durante décadas, añade, hubo pugnas ideológicas entre los sindicatos mineros, “pero hoy estamos unidos porque sabemos que de eso depende nuestra fuerza para implantar mejoras en la seguridad”. Nueve de cada 10 mineros, recuerda, pertenecen a la organización.
La fuerza del sindicato se manifestó a finales de 1996, cuando el canciller de la época, el democristiano Helmut Kohl, anunció la supresión de los subsidios y el despido de 50 mil mineros, la mitad de la plantilla. Las movilizaciones de miles de éstos y simpatizantes de otras industrias prácticamente paralizaron Bonn, la entonces capital alemana. Kohl cedió y ningún minero perdió su empleo, recuerda el dirigente.
En cambio, un acuerdo con el gobierno estableció que los mineros pueden solicitar la jubilación tras 15 años de trabajo subterráneo o al cumplir 50 años de edad -no 65, como es normal- o, en su caso, ingresar al programa de entrenamiento en otra actividad profesional dentro de la compañía. “Negociamos con el gobierno y la empresa acuerdos de cinco o 10 años para ver cómo vamos a reducir la producción”, dice Meer, que está a punto de jubilarse.
El más reciente de estos acuerdos plantea que en 2012 la producción caerá a 16 millones de toneladas de carbón anuales en lugar de 26 millones, y se eliminarán 12 mil plazas de mineros para mantener 22 mil. “Hay fuerzas políticas, principalmente entre los conservadores, que están presionando el cierre completo de las minas”, advierte el líder minero, a quien le preocupa que tal camino volviera al país dependiente del carbón extranjero.