BRUSELAS.- Impregnado de un discurso intolerante, agresivo, incluso despectivo contra la cultura islámica, y en el que domina una visión colonialista, el informe titulado América Latina: una agenda de libertad, no sería tan inquietante si no fuera porque se trata de la “propuesta estratégica” para la región de uno de los hombres más influyentes de la derecha internacional: José María Aznar.
(Artículo publicado en la edición del 29 de Abril de 2007 de la revista PROCESO)
Elaborado por la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), el “centro de reflexión” con sede en Madrid que preside Aznar, el documento –en el que aparecen como consultores el presidente del Partido Acción Nacional de México y de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), Manuel Espino, y el historiador Enrique Krauze– hace en su primera parte una disertación sobre las razones por las que América Latina debe ser considerado “Occidente”.
Así, los latinoamericanos tendrían que agradecer a los conquistadores españoles su irrupción en estas tierras, según el punto de vista del siguiente párrafo:
“Occidente no es patrimonio de un pueblo. Ha tenido múltiples incorporaciones. Se ha expandido a lo largo de la historia. América Latina es el fruto histórico de esa expansión que comienza a finales del siglo XV, cuando los europeos llegan al nuevo continente y se inicia un proceso de fusión y mestizaje que no ha tenido parangón en la historia. A lo largo de más de tres siglos los pueblos originarios del continente se van fundiendo con los aportes humanos llegados del viejo continente. Pero lo más significativo es la incorporación de todas esas sociedades a la idea de Occidente, mediante la extensión del Cristianismo (con mayúscula).”
Ese proceso habría dado paso a la independencia de las naciones del continente y su camino a la democracia, asegura el “análisis”.
En la segunda parte, que hace un diagnóstico de la situación actual de la región, hay abundante material sobre el peligro del populismo.
El documento incurre en un encubrimiento histórico cuando afirma que las dictaduras latinoamericanas no fueron de derecha, y cuando, en cambio, responsabiliza a la izquierda de la existencia de aquéllas:
“Durante los años 70 en América Latina se enfrentaron una izquierda violenta y revolucionaria, inspirada por la Unión Soviética, y unas dictaduras con tintes caudillistas y nacionalistas. Todo ello provocó un círculo vicioso de acción-reacción, que era justamente lo que el marxismo-leninismo latinoamericano buscaba, para así justificar el terrorismo como una respuesta armada legítima a la represión (…).”
Más aún: el rechazo del texto a todo lo que suene a izquierda lo lleva a elaborar planteamientos desproporcionados. Por ejemplo, comparar el indigenismo con el nacionalismo europeo, del que nació el nazismo; o poner al mismo nivel el chavismo y los grupos antiglobalización con el terrorismo islámico de Osama Bin Laden.
Según el “estudio”, la población con “visión occidental” es menos proclive al populismo que las comunidades indígenas: “La pertenencia étnica y la mirada atrás, a una mítica arcadia precolombina, colectivista e igualitaria, es una de las ilusiones de esta izquierda latinoamericana, sobre todo en los países con un fuerte componente amerindio en su población”.
En su parte económica, el texto ofrece la fórmula de la prosperidad: “La experiencia nos indica con claridad que la integración en la economía internacional, la mayor participación en el comercio mundial a través de políticas librecambistas y la construcción de escenarios atractivos para las inversiones (…) es la manera más eficiente de reducir los números de la pobreza”.
Y el desarrollo de esa fórmula es el que conforma el último apartado, dedicado a exponer propuestas. En materia política recomienda el fortalecimiento de las instituciones democráticas y trabajar por una real separación de poderes, y pide la colaboración, como “agente impulsor del cambio” y “actor insustituible”, a Estados Unidos –a quien propone financiar un Plan Marshall para el desarrollo continental– así como a la Unión Europea.
A América Latina le propone aceptar la creación de una asociación estratégica entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Colombia; una asociación, puntualiza, que esté abierta a otros países de la región golpeados por el “terrorismo”.