BRUSELAS (apro).- A los 55 años, finalmente, el polémico exalcalde de Londres, Boris Johnson, se convirtió en el primer ministro de Gran Bretaña, en sustitución de la también conservadora Theresa May
Alexander Boris de Pfeffel Johnson, el cabecilla de la campaña por el Brexit que ganó el referéndum de junio de 2016, renunció entonces a dirigir la salida de su país de la Unión Europea (UE).
Provocativo y políticamente incorrecto, criticado por su lenguaje racista y soez contra las mujeres, el nuevo primer ministro es considerado el “Donald Trump británico”.
En cuanto supo de su nombramiento, el pasado miércoles 24, el presidente estadunidense comentó que era “algo bueno” que Johnson fuera comparado con él.
“La gente de allá me adora. Boris es un buen tipo y hará un buen trabajo”, en conjunto –dijo Trump– con el no menos controvertido Nigel Farage, líder del ultraderechista Partido del Brexit.
La designación de Johnson a la cabeza del gobierno británico ha acrecentado la incertidumbre ante un anunciado choque de fuerzas.
Los funcionarios de la UE excluyen a capa y espada una renegociación del acuerdo de divorcio al que se llegó con el gobierno de May, y Johnson ha prometido que su país saldrá del bloque cueste lo que cueste, el próximo 31 de octubre, incluso al precio de una ruptura sin acuerdo, frente a la cual, para la mayoría de los expertos, la economía y el comercio de Gran Bretaña tienen mucho que perder.
El primer ministro amenaza con no saldar los 39 mil millones de libras que costará a su país el divorcio si Bruselas no acepta una renegociación.
Según una encuesta de la firma Yougov, realizada entre junio de 2018 y junio de 2019, Johnson es querido por un tercio de los británicos, detestado por la mitad y conocido por prácticamente todos. Es el político conservador más popular del reino.
La figura política de Johnson, sin embargo, no puede comprenderse sin una revisión del Johnson periodista, oficio que comenzó a ejercer en los ochenta y que lo hizo una celebridad, gracias a la cual escaló en las estructuras de su partido.
Max Hastings, quien fuera su jefe cuando comenzó en el periodismo, escribió el pasado viernes 26 en The Guardian que Johnson es “un hombre de carácter débil”, “incapaz de ocupar el encargo de primer ministro” porque “lo único que le interesa cuidar es su fama y su satisfacción”. “La dignidad, que aún importa en el cargo, Johnson nunca la tendrá”, sentenció.
El británico Jon Allsop escribió el 20 de junio pasado para la Columbia Journalism Review una reseña crítica del trabajo periodístico de Johnson.
Expone cómo éste siempre se ha servido de su actividad periodística. Después de tantos años y hasta la última semana antes de tomar las riendas del país, Johnson conservó su columna semanal en el Daily Telegraph.
Allsop escribe: “Tener ese espacio de opinión en el Telegraph, el diario favorito de la base de su partido, significa que él puede (ha podido) hablarle directamente a cada dirigente conservador en el país, ya que todos ellos lo leen”.
Johnson estudió en Eton, una escuela privada de élite por donde pasaron los príncipes Harry y William; luego hizo estudios superiores en la prestigiosa Universidad de Oxford.
En 1987, a los 22 años, tuvo el privilegio de ingresar al Times de Londres como practicante. Para que ganara experiencia de reportero, el joven aprendiz fue enviado a un periódico local de Wolverhampton, un área del centro del país económicamente muy distinta a la suya y gobernada por los laboristas.
En una entrevista en 2012 con el New York Times, Johnson declaró que en ese lugar nació su militancia conservadora, al ver que la izquierda no hacía nada para mejorar las pobres condiciones en que vivía la gente.
Al regresar al Times en Londres su tarea fue reescribir los cables de las agencias y aprender del reportero David Sapsted. Pero a Johnson no le gustó reportear.
Años más tarde Jonhson escribió: “El trabajo consistía en hacer una llamada telefónica, ser informado que la persona buscada estaba en una reunión, esperar una hora y media y luego volver a intentar. No pude evitar preguntarme cuánto tiempo el Times podría permitirse emplear a un escritorzuelo tan heroicamente improductivo”.
Muchos de sus compañeros en el Times se dieron cuenta de que el practicante Johnson no estaba hecho para una carrera de reportero. “Creo que su ambición –declara Sapsted en el artículo– siempre fue ser una personalidad de los medios de comunicación, como analista y no como reportero de primera línea”.
Johnson duró menos de un año en el Times porque lo corrieron: en una nota que escribió sobre un descubrimiento arqueológico, atribuyó a un profesor de historia, que resultó ser su padrino, una cita que éste jamás pronunció.
Poco después obtuvo trabajo en el Telegraph, donde fue contratado para escribir editoriales, en lo que destacó por su estilo y talento, cuenta Allsop. En 1989 el diario lo envió como corresponsal a Bruselas para cubrir la actualidad de la Unión Europea (UE).
Su vida profesional dio un giro. Johnson, que permaneció en el puesto hasta 1995, encarnó como nadie más el “periodismo antieuropeo”, que creó escuela en la prensa británica y que lo volvió una leyenda.
Allsop explica: “Johnson se basó en una gran tradición que tienen los tabloides británicos: tomar un pequeño hecho y convertirlo en un titular escandaloso, que es técnicamente correcto, pero muy específicamente interpretado, y que en un sentido real es absolutamente falso.
“En la realidad caricaturizada que pintaba Johnson para sus lectores, Gran Bretaña era menos poderosa por la rapacidad e irresponsabilidad de los burócratas europeos y sus planes para hacer una burla de las leyes nacionales y las aduanas”.
El corresponsal Johnson advertía, cada que podía, que Francia y Alemania explotaban las instituciones comunitarias para sus propios intereses.
Algunas de las historias que escribió durante su estancia en Bruselas se han convertido en clásicos de un periodismo de comicidad involuntaria.
Convirtió en afrenta nacional un simple olvido administrativo del gobierno de Londres, que no registró en una lista europea un popular sabor que los británicos agregan a las papas fritas. Johnson publicó que la UE quería prohibirlo.
En otras ocasiones reportó que el bloque quería imponer una talla única a los preservativos en todos los países comunitarios o que el asbesto en la sede de la Comisión Europea sería retirado usando cargas explosivas, informaciones tan falsas como que los caracoles serían reclasificados por Bruselas como “pescado”, o que regularía el ruido de las podadoras de césped y los olores de las granjas, como llegó también a afirmar.
Cuando este columnista llegó a Bruselas en 2001, todavía hacían mucho eco esos “euromitos”, el nombre con el que se conoce a las aseveraciones sobre la actividad de la UE que, siendo falsas, la gente cree ciertas.
Martin Fletcher, quien fuera el corresponsal en Bruselas del Times, cuenta que los diplomáticos de la UE no confiaban en Johnson. No aceptaban hablar con él ni siquiera off the record y tampoco lo invitaban a convivios sociales porque no sabía respetar los protocolos periodísticos. Su táctica era tomar una frase dicha por algún funcionario menor y “hacerla estallar” en los titulares del Telegraph al día siguiente.
Fue enviada a trabajar con Johnson la periodista Sonia Purnell, quien años más tarde escribió una biografía crítica de su colega. Ella esperaba aprender cómo se movían los hilos del poder en la capital europea, pero él lo que hizo fue obstaculizarla desde el primer día.
Purnell ha platicado que su compañero a veces “daba miedo”, ya que mientras trabajaba tenía crisis de furia y se ponía a gritarle a una planta de yuca que tenía junto a su escritorio. La periodista no lo aguantó más de un año y dejó la oficina de Bruselas.
Allsop comenta que muchos observadores opinan que en su pasaje por Bruselas Johnson construyó la narrativa que derivó en 2016 en el voto británico a favor del Brexit; otros piensan que decir eso es exagerado.
En todo caso, Purnell hace una observación muy interesante: refiere que Johnson ni siquiera creía en lo que escribía, que sólo aprovechó una “oportunidad de mercado” dentro de un entorno donde la prensa británica era más bien europeísta.
En 2004 Johnson escribió que los medios periodísticos “son vendedores de noticias y puntos de vista”, que buscan constantemente “ir en contra de la opinión convencional” y encontrar “brechas ocultas” en el mercado; “si alguien las detecta” y ofrece una visión diferente, habrá “uno de esos puntos de inflexión”.
Johnson regresó a Londres hecho una personalidad periodística. Intentó convertirse en corresponsal de guerra, pero sus editores no lo apoyaron por su falta de disciplina para el trabajo, sus gastos exorbitantes y porque tenía problemas para cumplir con las fechas de entrega.
En una ocasión recibió un encargo en Kosovo. Pero al terminar su texto, Johnson, que estaba muy ocupado en otra cosa, se lo entregó a un desconocido en una memoria USB y le pidió de favor que lo enviara por correo electrónico a la redacción del Telegraph, a la que afortunadamente llegó.
Johnson fue nombrado editor asistente y columnista político del diario. Obtuvo igualmente espacios de opinión en The Spectator, la revista de política y cultura del Telegraph, y en el mensual estadunidense GQ, donde escribía sobre automóviles usando un lenguaje sexista.
El entonces editor de GQ, Dylan Jones, declaró que fue difícil y estresante trabajar con él (hacía lo que quería y sus columnas a veces no llegaban a tiempo). Eso sin contar que la revista tenía que pagar montos importantes en boletos de estacionamiento y en las multas que recibía el columnista cuando probaba los vehículos. “Fue la columna más costosa en la historia de la revista”, dice Jones.
En 1999, el ahora primer ministro fue designado editor en jefe del Spectator. Le prometió al dueño de entonces, Conrad Black, que pondría toda su atención a la publicación, pero los años siguientes se la pasó escribiendo libros, apareciendo en televisión y haciendo política. En 2001 fue electo parlamentario, actividad que combinó sin ningún remordimiento ético.
Por una relación extramarital que llenó titulares amarillistas en los medios británicos, Johnson perdió temporalmente liderazgo en su partido. Max Hastings reveló que, en esa época, siendo editor del Spectator, Johnson, furioso, telefoneó a Christopher Bland, presidente de la BBC, para exigirle que la cadena pública dejara de inmiscuirse “en su vida privada”.
Lo amenazó: “Nosotros sabemos mucho de su vida personal que no le gustaría leer en el Spectator”. Bland, estupefacto, respondió: “Boris, piense bien en lo que acaba de decir. Hay una palabra para definir eso, y no es muy linda”.
Pero Johnson probó, una vez más, ser inmune al escándalo.
En 2005 se separó de la revista, después de ser nombrado por David Cameron portavoz de la oposición conservadora (shadow minister) en materia de educación universitaria, y en 2008 ganó la alcaldía de Londres, donde se mantuvo hasta 2016 gracias a una reelección.
Continuó con su columna en el Telegraph, la cual ha sido criticada por sus contenidos racistas y su falta de tacto en temas espinosos.
Alguna vez se refirió a los africanos de raza negra como “gorilitas”; en otra, quiso ser chistoso escribiendo que las luchas de poder en su partido tenían “el estilo de las orgías de canibalismo de Papúa Nueva Guinea” (después pidió una disculpa a ese país).
En su columna también ha llegado a sugerir que Irán debe desarrollar sus propias armas nucleares, o agradecer al dictador sirio Brashar Al-Assad por haber “salvado” la antigua ciudad de Palmira del grupo terrorista Estado Islámico.
Tuvo que suspender la columna cuando, a mediados de 2016, tras el referéndum del Brexit, Theresa May se convirtió en primera ministra y lo nombró ministro de Relaciones Exteriores.
Pero en julio de 2018, apenas renunció a ese cargo por no estar de acuerdo con el plan de salida de la UE que proponía May, Johnson retomó su espacio semanal, incluso si la ley se lo impedía, precisa Allsop.
En sus más recientes columnas, el hombre fuerte de los conservadores comparó la apariencia de las mujeres musulmanas que usan burka con “asaltabancos”, y en enero aseguró que la opción más popular entre los británicos era separarse de la UE sin un acuerdo de por medio, lo que no era verdad en ese momento. Las autoridades correspondientes ordenaron al Telegraph que corrigiera el dicho de su columnista estrella, cuyo salario anual ascendía a nada menos que 350 mil dólares.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 29 de julio de 2019 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original.