BRUSELAS (apro).- Los precios internacionales del café son actualmente tan miserables que están contribuyendo a empeorar la pobreza en zonas de producción como Centroamérica, disparando la migración hacia Estados Unidos. Mientras tanto, un grupo de multinacionales, mayormente europeas, se están enriqueciendo a manos llenas a costa del trabajo de los caficultores.
El pasado 12 de junio, durante una conferencia de prensa, se le preguntó al canciller Marcelo Ebrard sobre la causa del reciente flujo migratorio de centroamericanos hacia Estados Unidos.
Ebrard respondió: “De acuerdo con estudios sobre el fenómeno migratorio de países de Centroamérica, la caída de la producción del café es uno de los motivos que detonó la migración. Desde 2018 se reportó una caída muy grande de la producción del café en las regiones de Honduras y parte de Guatemala”.
Un día antes, un reportaje de primera plana del Washington Post explicaba que el precio del café guatemalteco cayó de 2.20 dólares por libra en 2015 a 86 centavos este año, y que desde 2017 los productores, incluso cooperativistas del llamado “comercio justo”, operan con pérdidas.
Los guatemaltecos, recordó el diario, son la mayor fuente de migrantes que quieren entrar a Estados Unidos: entre octubre de 2018 y mayo último fueron detenidos 211 mil, mientras que hace cinco años fueron sólo 81 mil.
Guatemala es el segundo productor cafetalero de la región; el primero es Honduras, que produce el doble (a nivel mundial es el sexto). Son también naciones cafetaleras Nicaragua, Costa Rica y El Salvador.
La actividad cafetalera significa para los hondureños 5 por ciento de su producto interno bruto, y una tercera parte del agrícola.
En el ciclo 2017/18, que terminó en septiembre pasado, Honduras exportó 9.4 millones de sacos de 46 kilos de café (quintales), con un valor de mil 130 millones de dólares. En el ciclo anterior, el país exportó casi lo mismo, pero percibió 197 millones de dólares más.
De un ejercicio a otro, el costo del quintal bajó de 139.7 a 121 dólares. Actualmente, 90 mil de los 120 mil cafetaleros viven en situación de extrema pobreza.
La situación no promete mejorar, dado que el gobierno hondureño pronostica que la producción del año cafetalero en curso puede caer entre dos y tres millones de sacos, y con ello una fuente significativa de ingresos.
Los países de la Unión Europea (UE) importan más de un tercio del café centroamericano, y entre 41 y 45 por ciento del mundial (seguido de Estados Unidos con más de 20 por ciento).
En el caso del grano hondureño, 72% del que exporta es vendido a países europeos, principalmente Alemania, el segundo país importador del mundo.
El centro de comercialización del café está en Suiza, donde las multinacionales registran 70% del negocio, comentó a este columnista Fernando Morales de la Cruz, quien fundó en 2014 la organización Café for Change, que busca dignificar y sacar de la miseria a los caficultores.
El mercado, señala el activista guatemalteco y exasesor del gobierno de India, es controlado por un pequeño grupo que encabeza la suiza Nestlé y en el que hay familias muy poderosas, como las italianas Lavazza, la tercera empresa de café del mundo, que factura más de dos mil millones de euros de ingresos, y la originaria de Trieste, Illy. O la familia Reimann, segunda fortuna más grande de Alemania y dueña de la compañía líder del mercado estadunidense Keurig Green Mountain o la holandesa Jacobs Douwe Egberts. Su fondo de inversiones, JAB Holdings, con la que ha adquirido empresas del ramo, está ubicada en Luxemburgo.
Está igualmente la firma alemana Neumann Kaffee Gruppe, la mayor comercializadora de café verde del mundo, originaria de la ciudad portuaria de Hamburgo.
Esas empresas operan en Centroamérica acatando el precio que marca el mercado internacional del café, que está muy por debajo del que pactaron naciones exportadoras e importadoras en 1983 para “asegurar un adecuado nivel de ingresos”, y que fluctuaba entre 1.20 y 1.40 dólares por libra (453 gramos).
Producir una libra de café cuesta casi dos dólares.
Hace siete años las multinacionales pagaban apenas esos dos dólares por libra. En 2016 el precio cayó a 1.20-1.50 dólares y actualmente no llega ni a un dólar. Hace unos días se fijó en 96 centavos, monto que equivale a menos de 40 centavos de dólar de 1983, de acuerdo con el índice de precios al consumidor de Estados Unidos.
Los europeos (como los demás importadores) están pagando a los agricultores un tercio del precio acordado en 1983.
En términos prácticos, el margen de ganancia es enorme: el cultivador recibe uno o dos centavos de dólar por cada taza de café servida en Europa que cuesta más de dos euros, cuando lo que debería recibir es por lo menos 10 centavos, considera Morales de la Cruz.
Cita otro ejemplo: un kilo de café soluble de Nestlé (Nescafé), cuya elaboración necesitan 2.6 kilos de café verde, cuesta en cualquier supermercado europeo entre 46 y 53 euros (el colombiano hasta 67 euros), pero el cultivador recibe cinco euros como máximo.
El llamado “comercio justo”, cuyo principal mercado europeo es Alemania, tampoco aporta una solución. El mencionado reportaje del Washington Post señala que en 2011 las certificadoras de este modelo de negocios acordaron pagar un mínimo de 1.60 dólares por libra de café, pero lo pagan al exportador y no al cafetalero, que recibe menos. Argumentan que no pueden subir el precio porque perderían competitividad.
Una investigación de 2017 dirigida por Carlos Oya, de la Universidad de Londres, evaluó cientos de rigurosos estudios de entidades de comercio justo publicados entre 1990 y 2016. Concluyó que su impacto en la vida diaria de los cafeticultores era “mínima” o “inexistente”.
Morales de la Cruz sostiene que el “comercio justo” “es un engaño para el consumidor final”. “Fairtrade –acusa– es una falsa certificación cuyo modelo de negocio consiste en defraudar al consumidor con incumplidas promesas de combatir la pobreza y erradicar el trabajo infantil”.
La cuota de mercado de sus productos, señala la agencia alemana Deutsche Welle, ascendieron a siete mil 300 millones de euros en el año cafetalero 2015/2016, pero los beneficios económicos para los productores fueron apenas de 138 millones el mismo periodo.
Y no sólo es el margen de rentabilidad. Las empresas trasnacionales del café, explica Morales de la Cruz, aplican complejos esquemas de triangulación para evadir impuestos o sobrefacturar el costo del café (los exportadores locales, que a veces también son firmas europeas, declaran precios inflados en el puerto de salida).
Starbucks usó un método conocido como “erosión de la base imponible y traslado de beneficios”, que incluía vender el café a una de sus subsidiarias en Suiza al triple de su precio real, por lo que en 2015 la Comisión Europea la multó con la devolución de entre 20 y 30 millones de euros evadidos.
En 2016, la administración tributaria guatemalteca intervino por defraudación fiscal a las empresas Bero y Sertinsa, que en ese momento eran parte de la alemana Neumann Kaffee Gruppe, que continúa importando café de ese país con otra subsidiaria.
No acaba ahí la cadena de lucro abusivo del café: Alemania, por ejemplo, impone un impuesto suplementario de 2.19 euros por cada kilo de café que será tostado, lo que puede ser considerado una barrera no arancelaria. Los productores que quieren exportar grano tostado simplemente no pueden sufragar ese gravamen, el cual genera un ingreso de mil millones de euros anuales a los alemanes y no a los países cultivadores del café que están más necesitados.
“Como consecuencia de este cruel modelo de comercio –resume Morales de la Cruz–, la UE ha contribuido a incrementar la miseria, el hambre, la desnutrición, el trabajo infantil y la migración en las regiones cafetaleras, mientras que ella es la principal beneficiaria económica con miles de millones de dólares en utilidades, valor agregado e impuestos en Europa”.
El activista asevera que las multinacionales del café que registran sus transacciones en Suiza han dejado de pagar 28 mil millones de dólares anuales a los productores, cuyas pérdidas totales se elevan a más de 40 mil millones de dólares el mismo periodo.
Su propuesta es pagar un precio que garantice un “salario de coste de vida” al campesino. Si la cantidad pactada hace 36 años se ajusta a la inflación daría un importe de 3.61 dólares por libra de café, que agregando al costo de la tierra, seguridad social, jubilación y servicios, alcanzaría un “precio justo” de entre 4 y 5.50 dólares, explica, y compara: “Cuando los alemanes nos venden sus automóviles, nosotros sí tenemos que pagar esos costos”.
El activista plantea que, dado que Latinoamérica en su conjunto produce la mitad del café mundial, es indispensable que potencias cafetaleras como Brasil (la primera del mundo), Colombia y Honduras encabecen una alianza regional junto con México y fijen sus propios precios. México, señala, aunque “es un pequeño productor, es un importante actor por su posición comercial de interlocución con Estados Unidos y su peso estratégico para Nestlé”.
Un grupo de asociaciones rebeldes de cafeticultores están desafiando los fuertes intereses creados y trabajan para conformar una “OPEP del café”. Llevaría el nombre de Organización de países productores de café (OCAFÉ), que implantaría para sus Estados miembros una ley como la que existe en Brasil pero que el gobierno no respeta: queda prohibido vender por debajo del costo efectivo de producción, y se establece un margen mínimo de 30% de utilidad.
Mientras eso, u otra alternativa de solución, no ocurra, los cafeticultores más vulnerables de Centroamérica (y más allá) seguirán abandonando sus cultivos para intentar escapar de la miseria emigrando a Estados Unidos.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 24 de junio de 2019 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original.