BRUSELAS, Bélgica.- A principios de febrero, el departamento de seguridad interna del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), el cuerpo diplomático del bloque comercial, envió a todas las embajadas europeas en la capital belga un memorándum de carácter interno poco común.
Advertía que unos 250 espías chinos y otros 200 rusos rondaban los círculos diplomáticos de Bruselas en búsqueda de información sensible, por lo que había que tener cuidado.
Según un reporte del diario alemán Die Welt, esa comunicación confidencial llegaba incluso a recomendar a los funcionarios y personal militar europeos que no frecuentaran “un restaurante de carne”, sin citar el nombre, ubicado cerca del edificio del SEAE y del Berlaymont, la sede de la Comisión Europea, la institución del bloque comunitario que diseña las leyes que se aplican en los 28 Estados miembros. Se sugería que el sitio podía ser un nido de agentes extranjeros.
Philippe Weiner, el dueño del único restaurante con esas características, el Meet Meat Steak and Wine House, especializado en cortes argentinos, ha tomado el incidente con cierta hilaridad. “La gente no viene aquí a trabajar”, le dijo a un periodista del periódico The Guardian, agregando: “¿ves a aquel allá? ¿El de camisa blanca? Está aquí todos los días y no viene a trabajar; ni con dos copas de vino (…) Puedes checar abajo de las mesas y, quizás, encuentres chicles pegados, pero no micrófonos”. El propietario asegura que el lugar es tan ruidoso que ni siquiera se puede escuchar la plática de la mesa de junto.
Los voceros de la Comisión Europea se han negado a comentar sobre el embarazoso tema.
Ese episodio viene al caso porque acaba de darse a conocer que un alto rango del Servicio General de Inteligencia y Seguridad de Bélgica (SGRS por sus siglas en francés), dependiente del Ministerio de la Defensa, entregó a una agente rusa información secreta que podría dañar a la Unión Europea (UE) o a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyos cuarteles generales están localizados también en la capital belga.
Según el periódico belga De Morgen, que reveló la información el 14 de febrero pasado, la filtración sucedió en 2016 durante una operación especial para capturar a la célula de terroristas que desde Bruselas participaron en los atentados de París de noviembre de 2015.
Agentes belgas pidieron información a sus pares del servicio serbio sobre los refugiados que habían entrado a Europa por los Balcanes. Los servicios de contrainteligencia del SGRS sospechan que una espía serbia que recibió acceso a información confidencial en el marco de esa operación era una doble agente que trabajaba para Rusia.
El caso es preocupante para todos los Estados miembros de la UE y de la OTAN. Varios servicios de contrainteligencia operan en Bruselas: la Oficina de Seguridad y el Comando aliado de contrainteligencia, ambos de la OTAN, así como los servicios de información del Consejo Europeo, de la Comisión Europea y del SEAE.
Sin embargo, las agencias de inteligencia belgas –el SGRS y la Seguridad del Estado (civil)–, siendo el país anfitrión de los organismos en riesgo, no pueden participar a su máxima capacidad en la protección de los canales de información que tanto codician los espías internacionales, dado que están atrapadas en sus propias luchas internas.
Apenas en enero último, por ejemplo, fue suspendido de su cargo el jefe de la contrainteligencia belga, Clement Vandenborre, quien, con 40 años de servicio y enfrentado con sus colegas más jóvenes, es acusado de haber destruido documentos confidenciales y de mala gestión. Vandenborre, a su vez, fue uno de los oficiales que empujó la renuncia en 2016 del entonces jefe del SGRS, el teniente general Eddy Testelmans, cuyas políticas rechazaban.
La prensa local sugiere que la acusación contra el mayor que habría proporcionado información secreta a Rusia se inscribe igualmente en esta dinámica de confrontación entre la unidad de inteligencia, que controlan militares, y la de contrainteligencia, que dominan civiles.
La revista belga Knack sostiene que “la lucha por el poder está destruyendo los servicios de inteligencia” del país, que además enfrentan un plan de reforma interno que no ayuda a calmar las tensiones.
Lo más inquietante es que la crisis de la inteligencia en Bélgica coincide con una presencia cada vez mayor de los servicios de información extranjeros en la capital. Desde hace algunos años las autoridades europeas advierten que Bruselas se ha convertido en uno de los más importantes focos del espionaje mundial.
Peter Gridling, el jefe de la inteligencia interior de Austria, afirmó el año pasado que la densidad de servicios de información de fuera de la UE que se observa actualmente en Bruselas ya sobrepasó a la de Viena, una ciudad que hoy acoge instituciones internacionales y que desde la Guerra Fría, por su cercanía con la esfera soviética y su atmósfera de neutralidad, atrae a agentes encubiertos de todo el planeta.
La capital del pequeño reino de Bélgica es la sede de las instituciones rectoras de la UE; también están aquí los cuarteles generales de la OTAN, así como de numerosas representaciones de organismos internacionales, como la ONU, o de poderosas federaciones empresariales.
Casi 60 mil personas, entre funcionarios, eurodiputados, diplomáticos, cabilderos, activistas o corresponsales de prensa, habitan lo que se conoce como la “burbuja comunitaria”, en donde la información que circula posee un alto valor político y económico y es celosamente custodiada.
Hace ya una década, el entonces jefe de los servicios de seguridad belgas, Alain Winants, consideró que el espionaje ruso, chino y de otros países había aumentado hasta alcanzar “el mismo nivel que durante la Guerra Fría”.
Esa situación ya detonó algunos casos escandalosos y medidas extremas, como poner guardias en la entrada de las reuniones importantes del Parlamento Europeo por miedo a la infiltración de espías rusos, lo que sucedió hace unos años.
Quizás el escándalo más sonado fue el que ocurrió en 2003, cuando fueron descubiertos pequeños micrófonos ocultos en las cabinas donde se instalan los intérpretes durante las reuniones que tenían lugar en el edificio Justus Lipsius, que aloja al Consejo de la UE, donde se reúnen con regularidad los Jefes de Estado y de gobierno de la UE y sus ministros y en cuyas salas de junta se toman importantes decisiones conjuntas.
Esos dispositivos de espionaje se activaban desde el exterior y habrían servido para interceptar discusiones en las que participaban las delegaciones de Alemania, Francia, Reino Unido y España. Las sospechas recayeron sobre países “amigos”: Estados Unidos e Israel, pero nunca se pudieron probar.
Más fascinante fue el caso de una pareja de espías rusos “ilegales”, es decir portadores de una identidad fabricada hasta el más mínimo detalle por la línea N del Servicio de Seguridad Extranjera de Rusia, quienes lograron obtener la nacionalidad belga y luego instalarse en Italia para ejercer actividades de espionaje.
Sólo conocidos por sus iniciales, el señor M.E. y la señora I.M. –él supuestamente nacido en Artigas, Uruguay, y ella en Ambato, Ecuador, y ambos con uno de sus padres de nacionalidad belga–, consiguieron colar sus actas de nacimiento falsas en el registro nacional de Bélgica con la complicidad de los consulados en Casablanca, Marruecos, y Roma, Italia.
A finales de los 90 esos mismos consulados entregaron pasaportes a la pareja, que se casó en Bruselas en 2000 (incluso un par de amigos suyos que no sabían de las actividades de los cónyuges fueron testigos). Vivieron en la capital belga en un departamento rentado antes de mudarse a Italia.
Desde 2012 los investiga la Seguridad del Estado, que es la agencia civil belga de espionaje, señala la revista Mo, que publicó la insólita historia.
El caso del mencionado mayor de la SGRS está siendo investigado por la fiscalía federal y el Comité I, un grupo parlamentario que supervisa el trabajo de las agencias de información del país. Si resulta cierta la acusación de que colaboró con el espionaje ruso, Bélgica reforzará la imagen de caóticos de sus servicios de inteligencia, la cual se manifestó sobre todo tras los atentados de París y Bruselas en noviembre de 2015 y marzo de 2016, respectivamente. Desde ahora, la prensa internacional en Bruselas ya advierte: el escándalo de espionaje belga pone a la UE y a la OTAN en riesgo.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 19 de febrero de 2019 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original.