BRUSELAS.- Una fuente importante para seguir lo que ocurría con el movimiento estudiantil de 1968 en México fue la prensa extranjera, principalmente en el caso de los embajadores europeos.
Muchos reporteros de medios internacionales estaban ya presentes en el país para cubrir los Juegos Olímpicos, que comenzaron el 12 de octubre, cuando sucedió la trágica represión de Tlatelolco.
El número de la revista Proceso que está en circulación publica una serie de reportajes, basados en el material disponible en los archivos diplomáticos, sobre la manera en que los embajadores de algunos países europeos informaron a sus gobiernos de las protestas estudiantiles.
En esos valiosos documentos se observa que la prensa extranjera es regularmente citada por los representantes diplomáticos para sustentar sus análisis en torno al posible origen y a la evolución del conflicto, o para tratar de llenar el gran vacío informativo del gobierno y del periodismo nacional, confrontado éste a una fuerte censura del poder.
“El Times publicó hoy un artículo que indica que los estudiantes no utilizarán la violencia, pero que sí seguirán oponiéndose al gobierno”, comentó a Londres, por ejemplo, el embajador británico Peter Hope en un cable enviado pocos días después de los hechos sangrientos de Tlatelolco, el cual consultó el corresponsal de este semanario en Reino Unido, Leonardo Boix.
Los mismos periodistas extranjeros se convirtieron en noticia y causa de problemas diplomáticos. Así ocurrió con dos reporteros italianos, la ya entonces famosa Oriana Fallaci, quien fue herida en Tlatelolco, y Paolo Fraieso, corresponsal de la televisión pública RAI, quien fue detenido el 7 de octubre por la policía para ser interrogado sobre sus contactos con los dirigentes del movimiento estudiantil. Cuando la embajada italiana intervino -relata Irene Savio, la corresponsal de Proceso en Roma- las autoridades mexicanas dijeron que no sabían que Fraieso era periodista y lo dejaron libre.
El presidente Gustavo Díaz Ordaz y sus funcionarios, acostumbrados a ejercer el control mediático, estaban muy molestos con la cobertura crítica de la prensa extranjera, en especial la europea, que exponía a la luz de la comunidad internacional la brutalidad del sistema político mexicano.
El embajador italiano Enrico Guatone Belcredi narró en un cable que el 4 de octubre tuvo lugar una conversación en Washington entre el primer ministro italiano, Giovanni Leone y el canciller mexicano Antonio Carrillo Flores, quien sugirió que las noticias aparecidas en la prensa acerca de lo ocurrido en Tlatelolco eran exageradas.
Carrillo Flores no era el único que pensaba así, también había embajadores europeos que, para conveniencia del régimen de Díaz Ordaz, estaban advirtiendo a sus superiores sobre las “deformaciones” periodísticas respecto a lo que acontecía en México.
Es el caso del embajador belga Jacques Groothaert. Para él, el gobierno de Díaz Ordaz estaba actuado con una fuerza innecesaria contra los estudiantes, y creía que las reivindicaciones del movimiento universitario eran legítimas frente a un sistema democrático “de caricatura”.
Sin embargo, también en sus envíos hace lujo del gran pragmatismo que imperaba respecto a México, el cual explicaría por qué, a pesar de todo, el Comité Olímpico Internacional decidió continuar con el curso de los Juegos Olímpicos, o la razón por la que fracasaron las presiones para que ciertas delegaciones nacionales se retiraran de la justa deportiva como protesta por lo que sucedía en el país.
En su largo reporte anual sobre política interior, fechado el 2 de mayo de 1968, Groothaert explica a Pierre Harmel, el ministro de Asuntos Exteriores de Bélgica:
“La vida política mexicana no atrae casi la atención de la prensa extranjera. Después de las sucesivas tormentas revolucionarias que lo han sacudido, México se ha instalado en una estabilidad que contrasta singularmente con el resto de Latinoamérica.
“México alcanza un ritmo de desarrollo remarcable; en 1967 su producto nacional bruto, calculado a precios constantes, se incrementó 6.4% con relación al año precedente (…) Las inversiones se han elevado, en 1967, a 120 mil millones de francos belgas, es decir una mejoría de 16% con respecto a 1966 (…) Al comienzo de 1968, el régimen mexicano se mantiene progresista, fuerte y vigilante. Sin embargo, destaca un desconocido: la juventud. A la turbulencia de ésta, (el régimen) parece querer reaccionar con firmeza”.
Aunque hoy sorprenda, la imagen de Díaz Ordaz que describe Goothaert era positiva en ese momento entre ciertos círculos diplomáticos:
“El señor Gustavo Díaz Ordaz no cultiva la popularidad de sus predecesores. Hombre serio y trabajador, manifiesta poco interés por los métodos publicitarios. La opinión pública mexicana se acostumbra a ese estilo nuevo. Desdeñoso de la propaganda demasiado ostensible, se esfuerza, como cuando era ministro del Interior (secretario de Gobernación) en tomar sus informaciones de fuentes directas.
“Los observadores políticos -prosigue- son unánimes al juzgar que tal actitud ha tenido como consecuencia el establecimiento de un diálogo real con aquellos que representan a la población activa de México, y la substitución de realizaciones verdaderas a los artificios demagógicos que han caracterizado a buen número de presidentes anteriores”.
En un reporte del 22 de agosto, el embajador belga expone: “Los estudiantes de México continúan sus huelgas y sus protestas, pero las manifestaciones se desarrollan en calma; ni la policía ni el ejército intervienen; la vida de la capital y la actividad económica del país son normales: la tranquilidad reina en provincia”.
Desde entonces reprocha el trabajo de los medios:
“Como se lo he informado -dice al canciller belga-, ha habido incidentes de cierta gravedad, pero la prensa extranjera pudo haber, en ciertos casos, dramatizado exageradamente. Lo que sucede en la Ciudad de México es infinitamente menos grave de los hechos que han ocurrido en otras numerosas capitales, y la tensión es para nada comparable a la que se manifiesta cotidianamente en las grandes ciudades de Estados Unidos, por ejemplo.
“La atención ofrecida a la agitación estudiantil de la Ciudad de México es, por cierto, de alguna manera significativa de la reputación de estabilidad que se ha ganado México: aparentemente se había dado por sentado que nada grave podía pasar aquí. La intervención, muy breve, enérgica y eficaz, del ejército -cosa común en numerosos países de América Latina y en otros lados-ha tomado aquí rostro de evento mayor por su carácter excepcional. Es bueno recordar además que algunas horas después de sus intervenciones, los contingentes militares se reintegraron a sus casernas y no se volvieron a mostrar”.
Pasadas las olimpiadas, que se realizaron del 12 al 27 de octubre, Groothaert consagra gran parte de un extenso reporte a descalificar a “cierta” prensa internacional, que, desde su perspectiva, ofrecía una imagen “alarmante y deformada” de la situación en la capital mexicana.
Ese cable, elaborado el 31 de octubre, empieza diciendo: “Los Juegos Olímpicos han trascurrido admirablemente bien y México ha ganado su apuesta. No fue sin dolor, ya que innumerables elementos se ligaron para poner en peligro esta manifestación deportiva, desde el problema de la participación sudafricana hasta los dramáticos incidentes de la protesta universitaria que culminaron en la Ciudad de México a 10 días de la inauguración de los juegos”.
El embajador belga entonces señala: “Los numerosos corresponsales de prensa esperaban aparentemente la ocasión de (llevar) ‘sangre a la primera plana’. México esperaba mucho estos juegos. Por lo tanto, sus dirigentes se han mostrado particularmente susceptibles respecto a lo que les ha parecido
-de una manera quizás excesiva- una campaña sistemática de injurias”.
El cable diplomático cita una entrevista que dio Carrillo Flores al periódico Excélsior, en la que deplora particularmente la cobertura de la prensa europea.
Inesperadamente, Groothaert hace alusión a intereses económicos: “Significativamente -escribe-, el señor Antonio Carrillo Flores, en esta misma entrevista, insistió acerca de la voluntad de México de diversificar sus fuentes de aprovisionamiento y de crédito, y usted sabe cuánto, desde hace algunos años, México ha multiplicado sus relaciones financieras con los países de Europa. Todo aquello que puede socavar el crédito de México en Europa, y notablemente las informaciones de prensa tendenciosas, es entonces visto aquí con una particular inquietud”.
Groothaert, no obstante, cae en la misma paranoia mexicana al preguntarse sobre “los motivos a los que obedecen ciertas agencias de prensa al lanzar sobre las ondas ‘informaciones’ a tal punto deformadas o exageradas que toman un carácter de provocación.
“He leído en diversos periódicos belgas -expresa el embajador-, ‘informaciones’, seguido publicadas bajo títulos alarmantes, acerca de un ejército de liberación nacional que se habría constituido en México, acerca de ejecuciones sumarias sobre las cuales no existe testimonio válido, etcétera.
“Numerosos periodistas que llegan a la Ciudad de México, la mayor parte corresponsales deportivos, buscan sin duda alguna la ocasión de subir en la jerarquía profesional escribiendo reportajes políticos. Se les ha visto buscar -e inventar cuando no encuentran- desplazamientos de tanques o de gendarmería (policía)”.
A manera de anécdota, Groothaert comenta que reporteros de la televisión belga le platicaron que, antes de salir de Bélgica, habían recibido del canal ‘Eurovisión’ una comunicación informándoles que no podrían filmar libremente en México.
“Evidentemente no había nada de eso, pero ¿de dónde venía ese tipo de ‘intoxicación’?”, se vuelve a cuestionar el embajador.
Los diarios británicos, dice, se distinguieron particularmente “por su agresividad y su falta de objetividad”. “Yo leí ciertas notas enviadas desde la Ciudad de México por Reuters que justificaban la cólera de los mexicanos. ¿Era de verdad realista y oportuno escribir que los Juegos Olímpicos de México transcurrirían en una atmósfera de tensión que evocaba aquella de los Juegos de 1936 en la Alemania nazi?”, pregunta en un tono molesto.
Para Groothaert, “afortunadamente, el desarrollo pacífico de los Juegos y la atmósfera de euforia reinante en la Ciudad de México han, al paso de los días, corregido esta imagen excedida”.
Desde su punto de vista, “al término de los Juegos, la gran mayoría de los periodistas serios han dado un balance más objetivo y verídico: el New York Times del 28 de octubre reconocía plenamente el éxito de las olimpiadas y subrayaba que ‘cierta imagen’ de México había estado definitivamente excedida. Y Jean Lacouture, en Le Monde, se declaraba impresionado con este éxito y notaba, de paso, que en la Ciudad de México había menos hombres con casco que (durante los Juegos Olímpicos de invierno) en Grenoble en febrero o durante algunos festivales provinciales en Francia de este verano”.
Frente a estos cables diplomáticos, es imposible no hacer un paralelismo con la actual situación de graves y numerosas violaciones de los derechos humanos en México y la actitud de la comunidad internacional, particularmente de la Unión Europea (UE), que hasta ahora se ha negado a activar la cláusula democrática del acuerdo bilateral como se lo han exigido defensores de derechos humanos nacionales e internacionales.
Y es que siguiendo la impactante frialdad que expresa Goothaert en uno de sus cables: “Los hechos que han ensangrentado a la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre han sido suficientemente graves. Aun así, es necesario tener cuidado de generalizar y es prudente ‘mantener la cordura’”.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 2 de octubre de 2018 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original→.