BRUSELAS (apro).- El pasado 9 de enero, la mexicana Berenice Osorio de Viana, de 32 años y madre de dos pequeñas niñas, murió apuñalada en el corazón por su pareja, un joven belga de nombre Tom.
Falleció por la gravedad de la herida en un hospital belga, el Santa Elizabeth, en Herentals, a donde llegó cargándola el presunto asesino, quien fue detenido ahí mismo y puesto a disposición de la justicia.
El drama tuvo lugar en el transcurso de uno de los muchos pleitos a los que ya estaban acostumbrados los vecinos. La historia de violencia contra Berenice transcurrió día a día hasta que llegó a las páginas de los diarios belgas de nota roja.
La pareja se conoció hace siete años en Puerto Vallarta. Berenice quedó embarazada y decidieron vivir en Bélgica en unión libre. Fue así que se instalaron en la región norte, donde se habla el neerlandés flamenco, idioma que nunca dominó Berenice.
Primero se establecieron en la casa familiar con dos hermanos y el papá de Tom, un hombre con depresión crónica que maltrataba a su esposa, fallecida en un accidente. Berenice se dedicó a cuidar a su hija.
El lugar era insalubre, la cohabitación difícil, no la dejaban salir fácilmente y Tom, que había abandonado sus estudios universitarios, tampoco era estable económicamente.
Muy rápido la relación se deterioró y comenzaron las agresiones físicas contra la mexicana, según ha narrado la familia.
Las golpizas fueron aumentando de grado y, en 2013, alertados por los vecinos, los gendarmes debieron intervenir. Cuando entraron al domicilio de Berenice, la encontraron ensangrentada del rostro: la mexicana había sido brutalmente golpeada mientras trataba de refugiarse en el baño con su hija. Los periódicos locales reportaron los hechos.
Alguna vez Tom trató de estrangularla y en varias ocasiones la amenazó con matarla si se le ocurría dejarlo. Al principio de su relación, Tom le comentó que no quería ser un maltratador como su padre. Ella confió en él.
Gracias a ayudas sociales, hace cuatro años la pareja se mudó a una localidad provincial cercana, Kasterlee, de apenas 18 mil habitantes. Tuvieron una segunda bebé. Pero la violencia no cejó.
La fragilidad financiera de la familia nunca le permitió a Berenice regresar a México. Tampoco sus padres, el señor David y la señora María Esther, pudieron visitarla. Se comunicaban por Skype y WhatsApp. Dos de sus primas fueron alguna vez a visitarla, pero no notaron nada raro en ese momento, sí bien ahora recuerdan haber visto vidrios rotos.
Berenice siempre calló su sufrimiento. Subía a Facebook fotos de su familia simulando una vida dichosa y se enfadaba cuando sus familiares expresaban algún tipo de preocupación por su estado sentimental. En ocasiones sus padres no tenían comunicación con ella durante semanas: ahora suponen que se escondía el tiempo necesario para que desaparecieran los moretones.
La última vez que hablaron con su hija fue el 18 de noviembre. No supieron nada de ella en Navidad ni en Año Nuevo. Se inquietaron, pero nunca se imaginaron el drama que estaba por suceder. Al parecer, Berenice había narrado recientemente su calvario en un foro de migrantes mexicanas en Internet. Encontró consejo y posiblemente tomó una decisión fatal.
Impacto en Europa
El feminicidio de Berenice caló entre las mujeres de la comunidad mexicana no sólo de Bélgica, sino de Europa.
En las redes sociales expresaron su indignación y solidaridad y ejercieron la suficiente presión para que el consulado de México apoyara a regañadientes a la familia en el proceso de repatriación del cuerpo -que finalmente fue trasladado a México-, y en la solicitud de los abuelos para obtener la guardia y custodia de las niñas, decisión que debe tomar todavía un juez.
Si tuvo tanto impacto la muerte de Berenice fue porque reveló las consecuencias más trágicas que pueden tener las condiciones que enfrentan muchas mexicanas que migran a Europa.
Sin hablar el idioma local, lejos de la familia, con dificultades para establecer una red de amistades propias, dependientes económica y emocionalmente de sus maridos y expuestas a tratos racistas por parte de poblaciones cerradas a los extranjeros, es muy fácil caer en un peligroso aislamiento y en la soledad, incluso si no se conjuntan todos esos factores.
Cuando hay hijos pequeños la situación se complica todavía más. La opción de separarse del padre es en algunos casos el regreso a México, pero sin niños y sin la garantía de poderlos ver regularmente.
“A diferencia de la migración mexicana en Estados Unidos, existe la idea de que los mexicanos que migramos a Europa nos damos la gran vida. No es así, y en Europa también hay machos y maltratadores de mujeres”, comenta la mexicana radicada en Francia, Alejandra Flores Tamayo, maestra en estudios y políticas de género y coordinadora del grupo que apoyó a los padres de Berenice.
No es sencillo pedir ayuda, afirma Flores Tamayo. Para ejemplificar, relata que una mexicana que vive en Italia y que la contactó a raíz del asesinato de Berenice le platicó que recurrió a auxilio psicológico, pero como no pudo expresar su situación precisa en un italiano elaborado o no les importó su problema, sólo consiguió ser enviada al gimnasio para que bajara el estrés.
“Para empezar, muchas mujeres desconocen sus derechos y a qué instituciones acudir. Pero hasta en organismos especializados es muy complicado obtener ayuda, ya que hay que pedir varias citas y separadas en tiempo. Primero, con alguien del departamento jurídico y luego del psicológico. Sólo si es urgente te acogen”, explica Flores Tamayo, quien a partir del caso de Berenice piensa organizar con otros miembros de la comunidad una asociación de apoyo a mujeres mexicanas y latinoamericanas víctimas de violencia doméstica.
De acuerdo con la última actualización de diciembre de 2017 de la Oficina de Estadística Europea, Eurostat, la migración mexicana en este continente es mayoritariamente femenina. En Bélgica, donde vivía Berenice, las mexicanas conforman alrededor de 60% del total de la comunidad.
En los otros cinco países donde se concentran los mexicanos, su representación entre 2008 y 2015 fue la siguiente: En España, su porcentaje fluctuó entre 54 y 57%; en Suiza entre 57 y 60%; en Italia entre 60 y 71%; en Holanda entre 52 y 55%; en Irlanda entre 30 y 61%.
De Francia y Alemania, países europeos en donde también se han instalado muchos connacionales, no hay cifras disponibles.
Ese fenómeno de vulnerabilidad existe desde hace tiempo, pero está poco estudiado y, peor, no se toma en serio.
En septiembre de 2004, el entonces embajador holandés en nuestro país, Jan-Jaap van de Velde, afirmó públicamente en tono de broma que “el mejor producto de exportación de México a Holanda son las mujeres mexicanas”.
El comentario del diplomático holandés fue de muy mal gusto, aunque viniera acompañado de una estadística interesante: en los últimos 12 meses de aquel año, dos de cada tres visas que había concedido ese país europeo a mexicanos (300 de 450) fueron para mujeres que contrajeron matrimonio con holandeses.
Con más tacto, Van de Velde explicó: “Hay mucha inmigración de tipo ‘familiar’, y notamos un aumento considerable de la colonia mexicana en Holanda”.
Tampoco de nuestro lado hay comprensión. En vista de que no hay constancia de que Berenice haya tenido la confianza para acercarse a solicitar ayuda al consulado mexicano, y luego las dificultades para que éste apoyara de alguna manera a los padres una vez asesinada, nuestros representantes gubernamentales no parecen estar preparados para gestionar estos casos.
Y para cultivar desgracias, nada como un problema que se deja sin atender.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 8 de febrero de 2018 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original➔