BRUSELAS (apro).- El Centro para la Belleza Política es un grupo de teatro de Berlín que organiza protestas políticas a través de un enfoque nada ortodoxo del arte y de su relación estética con la toma de decisiones del poder.
Sus acciones, tan imaginativas como mediáticas, cuestionan las fallidas políticas europeas para resolver la crisis de los refugiados. Y lo hacen de formas que pueden ser divertidas o, en mayoría, dramáticas y al límite de la provocación y la legalidad. En cualquier caso, representan una crítica brutal a la autoridad y a la propia sociedad que le permite ejecutar medidas “inhumanas”, que “juegan con el destino de miles de personas”.
El filósofo y artista suizo-alemán de 36 años Philipp Ruch dirige el centro que fundó hace siete años con otros activistas, y que ha ganado notoriedad en los círculos de la cultura alternativa europea. Se decidió a crearlo después de haber militado en el Partido Social-Demócrata. Tres meses le bastaron para que quedara decepcionado y que devolviera su carta de afiliado.
Ruch y los otros integrantes de su singular tropa teatral suelen mostrarse con manchas negras en el rostro cuando actúan. Se consideran unos “revolucionarios” porque mediante sus performances quieren lograr una “revolución humanista para Alemania”.
En una entrevista para el canal franco-alemán ARTE, Ruch explica que su objetivo es “volver a introducir la poesía política en la sociedad y ofrecer una visión de la política diferente a la de Angela Merkel”, quien, opina, “en 10 años no ha realizado ni un acto de belleza política”.
Algunas de sus acciones han llamado la atención más que otras. Una memorable fue aquella que llevaron a cabo en vísperas de los festejos del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 2014. En esa ocasión, siete cruces blancas que rendían homenaje a los alemanes del Este que murieron intentando huir y que estaban colocadas cerca del Reichstag desaparecieron. Gran escándalo.
Las cruces, en posesión del centro, aparecieron poco después en el enrejado de un campo de detención en una zona entre Bulgaria y Turquía, e incrustadas en ciertas alambradas de púas que impiden cruzar a migrantes las fronteras de la Unión Europea (UE) en Grecia y en Melilla, el enclave español dentro del continente africano.
Ruch declaró que el objetivo de esa acción fue “expandir la conmemoración en términos de un concepto crucial: el presente”. Y preguntó cómo era posible celebrar la caída de un muro “mientras que decenas de miles de personas se están ahogando debido a otros muros: las fronteras exteriores de Europa.
Otro de sus performances más recordados sucedió en junio del año pasado cuando exhumaron el cuerpo de una refugiada siria, enterrada en Italia, para darle un “sepulcro digno” en un panteón de Berlín, en presencia de sus familiares. A lado fue enterrado un ataúd: el que representaba el cuerpo de su pequeño hijo de dos años. Según el centro, ambos murieron ahogados atravesando el Mar Mediterráneo. El niño jamás fue encontrado.
Al entierro, para el que fueron colocadas las banderas de los Estados miembros de la UE, fueron invitados 38 políticos, incluyendo la canciller Merkel. Ninguno asistió.
Días más tarde el centro organizó una marcha hasta el jardín frontal de la cancillería alemana para convertirlo en un gran cementerio de “inmigrantes desconocidos”: los manifestantes excavarían tumbas para luego colocar cruces y flores. La policía intervino con rudeza para impedirlo y se armó una gresca.
El centro señaló que había previsto “parcialmente” la confrontación con la policía, pero que la acción, retomada también en Suiza y Austria, había dejado de ser suya desde el momento en que la gente prosiguió espontáneamente la acción programada; que el centro había ofrecido “el ímpetu” y los manifestantes el resto. André Leipold, otro de los fundadores, consideró que “pasar la estafeta a la sociedad civil es el sueño de toda acción artística”.
La más reciente de sus piezas de arte político, efectuada a mediados de junio en Berlín, tuvo igualmente gran impacto. Fuera del Teatro Maxim Gorki, el centro encerró en una jaula cuatro tigres, de manera que pareciera una arena romana. Advirtió que una refugiada siria, la otrora actriz Mai Skaf, se dejaría comer por los animales si el presidente Joachim Gaüch no anulaba una directiva europea que desde hace 15 años prohíbe a las aerolíneas transportar a la UE pasajeros sin visas.
En paralelo, el centro recolectó 80 mil euros para rentar un vuelo desde Turquía de Air Berlin, rebautizado como “Joachim I” en “honor” al presidente, el cual transportaría 100 familiares de refugiados que así han sido reconocidos en Alemania.
El aparato aterrizó en la capital el 28 de junio, pero únicamente con periodistas y los abogados del centro como pasajeros: el gobierno alemán no autorizó los permisos porque desde marzo pasado restringió el derecho a la reunificación familiar de los refugiados y sólo permite el ingreso de 100 por mes. En teoría tomará 416 años a todos los refugiados en suelo alemán recibir a sus seres queridos.
El Centro para la Belleza Política financia sus intervenciones teatrales con campañas de fondeo y cuenta con el apoyo de galerías, establecimientos y festivales de arte contemporáneo. Este año ganó el premio al activismo en línea en la categoría de Arte y Cultura que otorga la agencia pública de información Deutsche Welle.
Hay quienes no los bajan de “cínicos egoístas” o de simples payasos que no aportan nada. Sin embargo, no se puede negar que la mezcla de técnicas de desobediencia civil con herramientas artísticas que maneja el centro tiene la capacidad de poner a la sociedad frente a un espejo.
Hace poco la revista Exberliner le preguntó al citado André Leipold qué es la “belleza política”. Contestó que es semejante a la “belleza moral”, y lo ejemplificó: “es aquella que aparece cuando un político tiene el coraje de llevar a cabo un acto que sigue el espíritu de la Constitución alemana (…) Eso significa no solamente reconocer la responsabilidad que tiene Alemania –en su capacidad de potencia mundial y en el contexto de su pasado– sino también trabajar por la humanidad, por el respeto de los derechos humanos”.
El arte inteligente como motor para la agitación ciudadana.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 10 de agosto de 2016 en el portal de la revista PROCESO.Lee aquí el texto original➜