A veces la muerte puede ser un obsequio, el sacrificio máximo que dé luz a la vida de un ser querido, una amiga, el hermano que ha caído en las aguas profundas del olvido y la indiferencia.
Durante muchos años, el cantante y prolífico compositor norteamericano, Doc Pomus, se empeñó en que su amigo, el cantante Jimmy Scott, conocido como el pequeño Jimmy por su baja estatura y apariencia juvenil, ambas causadas por el Síndrome Kallmann – la pubertad se atrasa o nunca llega – recibiera el reconocimiento que merecía. Mandó incluso una carta abierta al editor de la conocida revista Billboard con el título “Before it’s too late” (Antes de que sea demasiado tarde), urgiendo a los productores de disqueras a que hicieran algo, que lo invitaran a grabar porque Jimmy se desvanecía en el olvido en algún pasillo mal iluminado de Cleveland, trabajando como camillero en un hospital u oprimiendo botones en algún elevador.
Después de una mínima dosis de éxito en los años cincuenta como cantante del grupo Lionel Hampton Band, nadie se acordaba de aquel hombrecito con voz aguda y oscilante, llena de sentimiento, con un estilo tan peculiar que Ray Charles alguna vez dijo:
—Cuando lo oigo cantar algo pasa, no sé bien, pero solo él me hace llorar.
A pesar de su esfuerzo nada cambió, y a Doc Pomus no le quedó otra cosa que morirse para que el pequeño Jimmy pudiera llenarse los pulmones y cantar frente a un público vestido de negro y con gafas oscuras, pañuelos en el regazo y las manos apretadas en puño.
Y fue en el funeral, despidiendo a su amigo Pomus con un canto triste y sincopado, que Scott recobró la vida que alguna vez conoció.
Seymour Stein de Sire Records estaba allí y reconoció, si no el talento, la oportunidad de negocios. Producido por Tommy Li Puma, y bajo el sello de Sire Records, el album All the Way apareció en vitrinas en 1992. Era el regreso de Jimmy Scott.
En el caso del documental, I go back home – Jimmy Scott, fue otra muerte la que empujó a Ralf Kemper a iniciar un viaje de siete años que cambió su vida. Tras la pérdida de su esposa, víctima de cáncer de colon, Kemper decidió volar a Las Vegas para conocer a uno de sus ídolos de juventud y proponerle el proyecto de grabar un álbum con varios artistas. Sería un tributo al pequeño Jimmy.
—Cuando lo conocí en 2007, ya se veía muy cansado—me dice Kemper, mientras esperamos a que llegue su plato de pasta a los cuatro quesos, y mi pizza napolitana. Aquel encuentro ocurrió en noviembre pasado, después de la proyección en el Festival Internacional de Film de Bruselas, mientras cenábamos en el barrio de Saint Gilles.
—Después de una, tal vez dos canciones en el estudio, Jimmy me decía, «¿Puedo tomar una siesta?» El estudio nos costaba tres mil dólares por día y yo sufría. «Está bien, Jimmy». ¿Qué más podía hacer? Tres horas después despertaba y con los ojos entrecerrados me suplicaba, «Mejor continuemos mañana, ¿sí?».
El documental es un producto, por así decirlo, co-lateral del proyecto que Kemper tenía en mente. A pesar de haber grabado más de veinte duetos con figuras como Joe Pesci, Arturo Sandoval, Madeleine Peyroux, Oscar Castro-Neves, Monica Mancini, entre muchos otros, Kemper no consiguió despertar el interés de las grandes disqueras.
¿Qué hay de Clint Eastwood?, le pregunto. De seguro Malpaso Records se habría interesado.
—Lo intenté—me responde—. Claro que lo intenté. Y estoy seguro de que nos hubiera ayudado. Pero nunca pude contactarlo. A esos niveles siempre hay un grupo de asistentes que te filtran, que te cierran la entrada. Es imposible hablar con la gente que toma las decisiones.
De modo que el proyecto de Kemper se encontró con un callejón, sin más puertas que tocar, sin la posibilidad de hacer nada. El sueño parecía truncado. Y fue entonces que se les ocurrió hacer el documental.
A mi derecha está sentado Yoon-Ha Chang, director del film.
–¿Cuántas horas de video tenías al momento de empezar el montaje y la edición? Lo veo mirar hacia el techo, un dedo pegado a los labios.
—Más de cuatrocientas. Sí, eran muchas. Me tomó tres años en total para darle forma a lo que acabas de ver.
Desde la realización del film, el panorama ha cambiado para Kemper.
—Quién iba a imaginarlo—me dice—. Ahora hasta tengo mi propia disquera.
De una caja saca un CD y me lo muestra. Es un álbum con doce de las canciones que consiguió grabar antes de la muerte de Scott en 2014.
—La vida está llena de sorpresas—continúa—. Si estás dispuesto a verlas.
En el documental se ve a un Jimmy Scott cansado, por momentos alegre y juguetón, si bien esclavo de una silla de ruedas de la cual no puede despegarse desde el accidente que tuviera en Detroit cuando se rompió la cadera al inclinarse para agradecer el aplauso del público en 2007. Jimmy tenía 82 años.
Hacia el final del documental, Kemper le dice a Jimmy:
—En esas canciones que cantaste y que me sacaron las lágrimas, nunca me pareció que estuvieras triste, Jimmy, no realmente.
Están a orillas de un lago y al fondo se ven montañas, un cielo azul intenso; Lake Tahoe, me imagino. Se puede escuchar el golpeteo del agua contra las piedras.
En su silla de ruedas Jimmy sonríe un poco, inclina la cabeza y parpadea. Esos ojos oscuros, casi de niño.
—Nunca dejé de tener esperanza—dice—. Nunca dejé de soñar.
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