Desde que llegó al poder en junio de 2013, el primer ministro Nawaz Sharif intentó entablar negociaciones de paz con el Movimiento de los Talibanes en Paquistán. Pero el ejército paquistaní –actualmente plegado a la estrategia antiterrorista de Washington– no sólo se opuso, sino que lanzó una ofensiva de gran envergadura contra los enclaves de esa organización, con saldo de mil 200 bajas, 230 arrestos y el decomiso de 132 toneladas de explosivos. Su venganza era previsible, advirtieron los analistas. Ésta llego y fue brutal: El martes 16 un comando atacó la escuela pública del ejército en Peshawar y mató a mansalva a 141 personas, 132 de ellas menores de edad.
[signoff]Artículo publicado en la edición del 28 de diciembre de 2014 de la revista PROCESO[/signoff]Bruselas.- A las 10:30 de la mañana del martes 16 un auto-bomba estalló en las proximidades de la escuela pública del ejército en Peshawar, la principal ciudad del noroeste de Paquistán.
Un comando de siete hombres fuertemente armados, militantes del Movimiento de los Talibanes en Paquistán (MTP), aprovechó el momento de distracción de las fuerzas de seguridad para escalar desde un cementerio contiguo la barda de concreto gris que protege ese colegio militar, el más importante del país, al cual asisten hijos y familiares del personal castrense.
Los integrantes del comando, formado por talibanes jóvenes, vestían uniformes paramilitares y todos portaban cinturones con explosivos caseros: Algunos de esos jóvenes estaban entrenados como francotiradores; otros eran terroristas suicidas. En el establecimiento, cercano a un complejo militar, había 500 estudiantes menores de edad presentando exámenes.
Los agresores atravesaron un camino abierto antes de penetrar al primer edificio escolar y detonar una carga explosiva, posiblemente la de un talibán suicida, que mató de inmediato a decenas de niños. Se dirigieron luego a los salones de secundaria. La orden era eliminar a los estudiantes mayores y no tocar a los más chicos, incluso si se tratara de los hijos del jefe del ejército, el general Raheel Sharif, o del primer ministro Nawaz Sharif, explicaría después un vocero talibán.
El comando recorrió los pasillos, ingresó aula por aula disparando indiscriminadamente contra los estudiantes y sus maestros mientras clamaban “¡Dios es grande!”. Les disparaban a la cabeza. En el aula número nueve había alrededor de 60 jovencitos, dijo un testigo a la radio francesa. Ni uno sobrevivió.
Viraje castrense
El asalto a la escuela militar fue calificado como el peor ataque terrorista en la historia de Paquistán: hasta este jueves 18 la cifra de víctimas se elevaba a 141 muertos, entre ellos 132 niños, y una centena de heridos, muchos de gravedad.
Sin embargo, esa tragedia se inscribe en una ascendente espiral de violencia talibán provocada por un conjunto de factores, explicó a la televisión francesa Karim Pakzad, analista del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.
Desde que llegó al poder en junio de 2013, Sharif ha intentado entablar negociaciones de paz con los rebeldes. El ejército se opone a esos acercamientos, los cuales considera una pérdida de tiempo. Por presiones suyas, el gobierno aceptó lanzar una ofensiva militar de gran envergadura contra los enclaves talibanes, lo que ha provocado mil 200 bajas entre los militantes extremistas, 230 arrestos, el decomiso de 132 toneladas de explosivos y el desplazamiento de miles de personas.
“Eran de esperarse las represalias de los talibanes, incluso un ataque espectacular en términos de violencia, pues están desesperados frente al avance del ejército paquistaní”, afirmó Pakzad un día después de la matanza.
El MTP se adjudicó la autoría del ataque a la escuela y advirtió que lo había perpetrado en venganza por la campaña militar en su contra, llamada Operación Zarb-e-Azb y que se inició a mediados del pasado junio con el despliegue de 30 mil soldados paquistaníes cuyo objetivo era destruir los santuarios extremistas en la región de Waziristán Norte, en la porosa frontera con Afganistán.
“Las fuerzas armadas jamás aceptaron que Sharif abriera pláticas con los talibanes, que antes de la operación militar estaban en posición de fuerza para negociar”, refiere Pakzad, y añade que los contactos fracasaron porque la exigencia fundamental de los extremistas –la instauración de la ley islámica en el país– era inaceptable para el gobierno y la sociedad paquistaníes.
Pero sobre todo, indica el investigador, el ejército ha efectuado un viraje y actualmente está más plegado a la estrategia antiterrorista de Washington, que retiró su apoyo financiero al régimen paquistaní luego de que el 1 de mayo de 2011 un comando estadunidense capturara a Osama Bin Laden en una residencia al norte de Islamabad y a un costado de una importante base militar de Paquistán.
En octubre de 2013 el gobierno de Barak Obama anunció que Estados Unidos reanudaría su ayuda económica a Paquistán para la lucha contra el terrorismo, para lo cual prometió más de 300 millones de dólares anuales además de una asistencia civil de otros 857 millones. La condición: Que el régimen se comprometiera a acabar con los movimientos extremistas.
“Mátenlos”
Al escuchar los tiros, un grupo de estudiantes se encerró en su salón. Los terroristas no pudieron abrir la puerta por lo que destrozaron la cerradura a balazos. Tres hombres dispararon a mansalva contra los jóvenes.
Minutos después cuatro talibanes entran por la puerta trasera a un amplio auditorio, donde un montón de muchachitos de 16 años recibían una plática de vocación profesional. Hay varias salidas, pero los jóvenes no tuvieron tiempo de correr hacia ellas: Los atacantes los rociaron de balas.
Un profesor gritó que se escondieran bajo las butacas. El jefe del comando talibán advirtió a los otros que muchos estaban agazapados y les ordenó: “¡Búsquenlos y mátenlos!”.
Un estudiante narró al diario paquistaní Dawn que estaba escondido bajo una butaca. De pronto observó unas grandes botas negras acercándose a él. Sintió un dolor agudo abajo de las rodillas: había recibido un tiro en cada pierna. Para evitar gritar y ser rematado, dobló la corbata de su uniforme, se la metió en la boca y fingió estar muerto.
Pocos minutos después, el hombre de las botas negras se fue del auditorio. El muchacho se arrastró para salir de ahí. En su camino reconoció a una asistente de oficina: De su cuerpo, sentado en una silla y visiblemente quemado, escurría sangre. Luego encontró el cadáver de un militar empleado por la escuela. Exhausto, el muchacho se escondió tras una puerta y perdió el conocimiento.
Otro alumno, de nombre Ahmed, contó a la cadena de noticias CNN que él también huyó del auditorio cuando los agresores se fueron. Había recibido un balazo en el hombro izquierdo. Había espesos charcos de sangre, cuerpos, zapatos y ropa tirada por todos lados.
Cuando sonaron las primeras detonaciones, en otra aula el profesor ordenó a sus alumnos sentarse en un rincón y agachar la cabeza. Así permanecieron una hora, hasta que todo se calmó. Soldados de élite entraron al aula para desalojarlos. Cuando salieron, la escena que vieron era digna de una pesadilla: En el corredor yacían abatidos varios de sus compañeros, cada uno con tres o cuatro balas en el cuerpo; muchos con el tiro de gracia. También había numerosos heridos. El piso estaba anegado de sangre y los muros, salpicados.
Poder creciente
Las redes de Al Qaeda en Paquistán han sido “sustancialmente neutralizadas”, no así las del Talibán, cuya infraestructura permanece “intacta” a lo largo de la frontera con Afganistán. Su poderío incluso se está expandiendo más allá de su zona de influencia natural, asegura Suba Chandran, director del Instituto para los Estudios sobre la Paz y los Conflictos, en un artículo publicado el pasado 13 de octubre.
La facción que reivindicó el atentado, Jamaat-al-Ahrar, fue formada en agosto pasado. Es la más extremista, violenta y fanática de las que componen el MTP, pero también la que demuestra mayor capacidad para reagrupar a las otras facciones, explicó Pakzad. Jamaat-al-Ahrar es originaria del área afectada por las operaciones militares y su creación fue inspirada en el éxito del Estado Islámico en Irak y Siria.
Controlada por un comandante talibán cercano a Al Qaeda, Omar Khaled Khorasani, tal facción –expuso Pakzad– se asume como heredera del grupo tribal que fundó el MTP en 2007 en la región de Waziristán, bajo la autoridad de Hakimullah Mehsud, asesinado el 1 de noviembre de 2013 cuando el vehículo en el cual viajaba fue alcanzado por un misil disparado desde un dron estadunidense.
El investigador señala que no sorprenden los atentados de Jamaat-al-Ahrar, que busca tomar el liderazgo del MTP, actualmente en manos del mulá Fazlullah, quien, al operar desde las montañas de Afganistán, dispone de una capacidad limitada para conducir la resistencia de sus hombres frente a la operación militar paquistaní.
De acuerdo con un informe de julio pasado difundido por el Combating Terrorism Center, un organismo de la Academia Militar de West Point, Fazlullah –que tilda de “ejército de infieles” a los militares paquistaníes– asumió la responsabilidad del asesinato con bomba del comandante del Valle de Swat, el general mayor Sanaullah Khan Niazi, en septiembre de 2013. Y el 17 de febrero pasado su milicia rompió un cese al fuego al asesinar a 23 paramilitares paquistaníes y mostrar sus cuerpos decapitados en un video, una acción destinada a descarrilar los diálogos de paz y atribuida a Khorasani antes de que formara su propia facción.
En junio pasado el MTP también ejecutó a dos altos oficiales del ejército y atacó el aeropuerto internacional de Karachi con hombres bien armados y entrenados, que lograron traspasar el perímetro de seguridad. Haris Khan, investigador del Consorcio Militar de Paquistán, un think tank con sede en Florida, declaró al sitio Defense News que los analistas ya esperaban “una ola de ataques” talibanes, por lo que la toma del aeropuerto constituía un “fracaso de la inteligencia paquistaní”.
“Mi más grande preocupación –confió Khan desde entonces– es que no estoy seguro de que los líderes civiles de Paquistán estén conscientes del enorme problema que enfrentan” con el terrorismo talibán.
El final
Quince minutos después de haber comenzado el asalto a la escuela del ejército, las fuerzas de seguridad comenzaron una operación de rescate. A su paso observaron cuerpos ensangrentados, unos encima de otros. Hubo intercambio de disparos y un militar paquistaní murió en la refriega.
Bajo asedio, los terroristas se encaminaron a las oficinas administrativas. Atravesaron un pasillo con poca luz que desemboca a una sala donde había profesores y alumnos, a quienes acribillaron. Los impactos de los proyectiles dejaron cientos de agujeros en los muros y hasta en el techo.
A un costado está la oficina de la directora, quien se encerró en un pequeño baño. Una explosión hizo añicos el cuarto. Las autoridades no saben si fue la acción de un terrorista suicida que saltó por una ventana, como lo relató un militar paquistaní a la BBC de Londres, o si fue una granada. La carga explosiva alcanzó y mató a la directora. Todo dentro de la oficina quedó carbonizado.
Las tropas de élite escucharon a lo lejos la detonación que destruyó la dirección. Las fuerzas de seguridad avanzaron y consiguieron replegar poco a poco a los terroristas. Los confinaron a un conjunto de edificios donde tomaron a varios alumnos como rehenes.
El tiroteo duró horas. Los equipos especiales buscaron trampas explosivas antes de continuar su avance. A las 16:00 horas locales el ejército anunció que cinco integrantes del comando habían sido “eliminados” y que “limpiaban” el edificio donde se ocultaba el último.
Dos horas más tarde el ejército comunicó que los siete terroristas habían muerto, algunos ultimados por las fuerzas de élite y otros al activar sus cargas explosivas. Al día siguiente las Fuerzas Armadas informaron que habían efectuado 20 ataques aéreos en la región de Tirah y eliminado a 57 terroristas.