Bruselas (apro).- “Yo no entro”, “tampoco yo”. “Lo importante es la carta. La entregamos en la puerta y ya”, discutían los mexicanos que, acompañados de europeos y otros latinoamericanos, se concentraron en un camellón frente a la embajada de México en Bélgica el pasado 24 de noviembre, al punto de las 12 de esa fría mañana.
“México es un narco-Estado represivo” o “Alto a la impune represión sangrienta”, se leían algunas pancartas en inglés. “En México eres asesinado por ser estudiante” o “Renuncia Peña Nieto”, en español.
Un gran cartel en color cartón reza: “FUE EL ESTADO” en letras blancas, mientras las consignas de “¡Justicia, justicia!” o “¡Fuera Peña Nieto!” de los mexicanos, principalmente jóvenes de clase media, se entrecruzan con las arengas anticapitalistas que lanzan activistas chilenos por un megáfono.
[signoff]Artículo publicado el 28 de noviembre de 2014 en el suplemento Prisma Internacional de la Agencia PROCESO[/signoff]En la carta referida, los manifestantes (alrededor de 100) reclaman justicia para los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos y para todas las víctimas de la violencia en México.
En ella expresan también su hartazgo ante la impunidad y la corrupción de la clase política, y exigen la renuncia y el enjuiciamiento de quienes hayan cometido abusos de poder.
En dos ocasiones habían rechazado la propuesta del embajador ante Bélgica, Luxemburgo y la Unión Europea, Juan José Gómez Camacho, para que platicara con él una comitiva de 20 personas, que después amplió a 25. Todos o nadie, fue la posición de los muchachos; no hay sillas suficientes, razonaba un mensajero del embajador.
A las 13:30 –media hora antes de finalizar el tiempo permitido por la policía belga para manifestarse–, un grupo de manifestantes se acercó al pórtico de la casona de tres pisos que alberga la embajada mexicana y entregó su carta con 405 firmas de apoyo recabadas en una semana.
Diez minutos más tarde, cuando algunos jóvenes comenzaban a irse, el emisario de Gómez Camacho salió a avisarles que todos serían recibidos. Al ser informado, el coordinador de los policías que vigilaban la protesta desde una furgoneta peló los ojos y esbozó una sonrisa de incredulidad: él acababa de explicar a los organizadores de la protesta que las embajadas no dejan entrar más que a tres o cuatro personas.
Al día siguiente, un comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) aseguró que Gómez Camacho determinó recibir a los manifestantes porque ellos habían pedido ser atendidos por un funcionario.
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La mayoría de los manifestantes conoce por primera vez la sala de juntas del segundo piso: los ventanales dan a la calle y hay una larga mesa al centro. Empleados los encaminan desde la entrada al lugar del encuentro.
“¡Bienvenidos!, ¡buenos días!, ¡pásenle!”, les dicen con amabilidad y sonrisa impostadas.
La sala está llena. Muchos están parados. Como les prohibieron meter pancartas o las pinturas con los rostros de los estudiantes desaparecidos, realizadas por un artista mexicano, muchos se dibujaron el número 43 en las palmas de las manos que alzarán en dirección al embajador.
Gómez Camacho entra. Aparenta estar de buen humor. Al sentarse da un pequeño aplauso y amasa sus manos, como quien se prepara a enfrentar con entusiasmo un desafío.
“¡Hola, hola!”, dice a los asistentes y da la orden de ofrecerles botellitas de agua, tras lo cual se declara listo a escuchar.
Una activista expresa que, “a pesar de tantas muertes, nos siguen tratando como niños estúpidos”: “Venimos a manifestar nuestro llanto e indignación, no podemos más”.
Otro asistente reclama que los casos de represión no son “hechos aislados”, como sostiene el discurso oficial, y exige “terminar con la simulación del gobierno”.
Un chileno confiesa sentir “rabia” por la detención de su paisano Lawrence Maxwell tras la marcha pacífica del 20 de noviembre en la capital mexicana; una jovencita clama con mucha emoción por la liberación de su compañero de la escuela de pintura La Esmeralda, Atzin Andrade, también ahí arrestado.
Quieren saber qué posición defiende el embajador y qué medidas “concretas”, lo subrayan, piensa emprender el gobierno para encontrar una solución.
Gómez Camacho contesta que, “antes que nada”, en la embajada “todos somos mexicanos como ustedes” y “compartimos su indignación”. Los crímenes de Ayotzinapa, dice, “son reprochables” y “producto de la colusión entre servidores públicos locales”.
“¡Y federal también!”, grita un muchacho.
“Déjenme terminar…”, pide Gómez Camacho, quien se extiende entonces en ofrecer detalles sobre las investigaciones en torno al caso de los normalistas desaparecidos. Insiste en que fue un “crimen reprochable”.
“¡Y de lesa humanidad!”, lo interpela un hombre.
El embajador prosigue: defiende tanto a la justicia mexicana en el caso Tlatlaya –precisando que hay 16 detenidos que serán juzgados por el fuero civil–, como la actuación de la policía en la manifestación del 20 de noviembre contra presuntos anarquistas.
–¡Que fueron infiltrados del gobierno!, exclaman varios al mismo tiempo refiriéndose a quienes se enfrentaron con la policía.
–Si saben que fueron infiltrados presenten pruebas a las autoridades, responde con evidente sarcasmo Gómez Camacho. “¡Están en actos de vandalismo (quienes fueron detenidos)!”, “¡dejen que las autoridades lo resuelvan!…”, arguye, encimándose a los reclamos de los manifestantes.
–¡Era gente que estaba caminando! ¿Quién dio la orden de golpear niños y mujeres? ¡Tengo miedo por mi familia!, le reprocha una muchacha.
Para ese momento el embajador –serio el semblante– hacía un esfuerzo por no perder el control de la situación. Resultó en vano.
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Entre más habla Gómez Camacho, más hieren sus palabras, sólo consiguen que crezca la indignación y la desesperación de quienes lo escuchan.
Busca imponerse alzando la voz. Pero los manifestantes no se amedrentan.
“No sé qué vio usted”, responde burlón cuando se le insiste en el asunto de las detenciones arbitrarias cometidas el 20 de noviembre por los granaderos, que prueban fotografías y videos disponibles en Internet, se le repite.
“Por lo visto no me creen; no puedo hacer más”, dice en otra ocasión. “El Estado está enfrentando los problemas”, contesta posteriormente a otro señalamiento.
“La mayor parte de los mexicanos opina distinto a usted”, interrumpe a alguien más que critica las reformas del gobierno peñanietista, provocando con su comentario gran alboroto en la sala.
Cuando le preguntan qué postura sostendría frente a los medios belgas, Gómez Camacho responde con firmeza que “será la misma”. Lo anterior cala hondo y despierta reacciones de irritación de la multitud.
Muy molestos de que el embajador les esté dando “atole con el dedo”, a las 14:30 horas los asistentes deciden abruptamente abandonar la embajada, entre gritos de “¡usted no nos representa!”, “¡en el 68 Octavio Paz renunció!” o “¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!”…
“Yo he hecho más que tú por México”, se escucha decir a Gómez Camacho a una manifestante, mientras los demás se dirigen a la calle.
En su versión de lo acontecido, la SRE acusa que “un reducido grupo de manifestantes se opuso a todo tipo de diálogo e intercambio de ideas, impidiendo que el encuentro fluyera de manera ordenada y respetuosa”.
Esa dependencia estimó incorrecto el hecho de que “los manifestantes ampliaron sus protestas a otros temas, como su desacuerdo con las reformas estructurales y la detención de 11 personas durante la manifestación del pasado 20 de noviembre en la ciudad de México”.
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Dos días después del incidente –cuando videos con un par de momentos ríspidos de lo ocurrido en la embajada circulaban en redes sociales y diversos medios–, la esposa de un funcionario de la sede diplomática llamó públicamente “parásitos” a los manifestantes del 24 de noviembre.
En su muro de Facebook, Beatriz Prieto –a quien varias personas consultadas identificaron como cónyuge de Jorge E. Campos Guzmán, el titular administrativo de la representación diplomática en Bélgica–, escribió (con mala puntuación): “Yo ya me cansé de toda esa gente nociva que se aprovecha de las situaciones para sacar provecho porque hoy se manifiestan frente a una embajada pero ayer bien que comían y sacaban provecho de ella, asistiendo de gorronas a todos los eventos.
“Además manejan una doble moral porque se manifiestan en contra de la injusticia pero son las primeras que viven a costillas del Estado, verdaderos parásitos de la sociedad que se avergüenzan de sus raíces. Porque un México se construye con trabajo y dedicación no desprestigiando a quienes no tienen nada que ver y día a día trabajan para que tú puedas tener garantías”.
Y cierra: “En esta vida no puedes manejar la doble moral. Hipócritas”.
Prieto borró el mensaje unas horas más tarde.