Inauguradas en el inflamable Medio Oriente en 1948, las operaciones de la ONU para mantener la paz se han vuelto cada vez más complejas –especialmente tras el fin de la Guerra Fría– y su misión se antoja casi imposible. Personal militar y civil insuficientemente preparado debe enfrentarse en terrenos hostiles a problemas que no acaba de comprender, con el agravante de estar constreñidos por decisiones políticas y financieras tomadas en los centros mundiales del poder… Y México se acaba de ofrecer para participar en esas misiones.
Artículo publicado en la edición del 28 de septiembre de 2014 de la revista PROCESO
BRUSELAS.- Las Operaciones de Mantenimiento de la Paz (OMP) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) “han sido un instrumento clave de la gobernanza internacional durante décadas, pero nunca tanto como después de la Guerra Fría”.
Creadas en 1948 para supervisar un alto al fuego entre palestinos y otros países árabes y el entonces nuevo Estado de Israel, las OMP “consistieron durante mucho tiempo sólo en la interposición de tropas poco armadas que actuaban como observadores neutrales de una tregua o un acuerdo de paz”.
Con el fin de la Guerra Fría se “abrió un nuevo capítulo en la historia de las OMP, que en las últimas dos décadas se han expandido drásticamente hasta convertirse en lo que hoy son: operaciones multidimensionales y con mandatos complejos sobre escenarios cada vez más difíciles y con frecuencia peligrosos”.
Las consideraciones anteriores están contenidas en un reporte sobre reembolso a los países contribuyentes de tropas elaborado por la presidenta del Grupo Asesor de Alto Nivel de la ONU, Louise Fréchette, y publicado por el Centro para la Innovación en Gobernanza Internacional (CIGI), organismo independiente con base en Ontario, Canadá.
Fréchette –quien ingresó al servicio exterior canadiense en 1970– fue subsecretaria de Defensa de su país entre 1995 y 1998 y secretaria general adjunta de la ONU entre 1998 y 2006, cargo bajo el cual asistió el proceso de reformas de esa institución internacional.
En su reporte Mantenimiento de la Paz de la ONU: 20 años de reformas, publicado en abril de 2012 y el cual obtuvo este semanario, Fréchette reconoce que las primeras misiones tras la caída en 1989 del Muro de Berlín (en Bosnia y Somalia en 1992 y en Ruanda en 1993) fueron “improvisadas” y las reglas y “herramientas operativas” de su accionar se desarrollaron sobre la marcha.
Actualmente, considera la diplomática, la ONU conduce mejor esas operaciones de paz aunque con “recursos bastante modestos” que ascienden a ocho mil millones de dólares al año y que sirven para sostener 120 mil soldados, policías y funcionarios civiles desplazados sobre el terreno.
Plantea que “las capacidades de mando, control y gestión de las OMP han mejorado considerablemente a lo largo de los años”, pero acepta que todavía permanecen “rezagadas y frágiles” comparadas con las que emplean los ejércitos modernos.
“Las misiones de paz de la ONU siguen siendo formadas sobre una base ad hoc, frecuentemente sin el respaldo de una completa integración de los batallones y sin equipamiento adecuado”, señala Fréchette en su informe y agrega: “Son mínimos los entrenamientos conjuntos antes del desplazamiento” de las operaciones y en ellos sólo participa el personal de los cuarteles generales en Nueva York.
Mientras muchos contingentes de cascos azules se desempeñan “admirablemente”, expone, por otro lado “siguen siendo recurrentes los problemas de conducta y disciplina sobre los que Naciones Unidas tiene un control limitado”.
La oferta mexicana
En ese panorama, el miércoles 24, durante su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que México tomará parte en las OMP.
“México, en su calidad de actor con responsabilidad global, apoya y valora estas operaciones así como sus labores, por ser el instrumento de las Naciones Unidas para ayudar a países que viven o han salido de conflictos, a crear condiciones necesarias para una paz duradera a través de acciones para la reconstrucción, la asistencia humanitaria y la seguridad”, explicó la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) en un comunicado posterior.
La Cancillería especificó que la participación de México “sería gradual en términos cuantitativos y en el tipo de labores”, las cuales “podrán comprender personal militar o civil para la realización de una amplia gama de tareas que involucren a ingenieros, médicos y enfermeros, observadores políticos, asesores electorales y especialistas en derechos humanos”.
La SRE advirtió que la participación mexicana en tales operaciones “estará supeditada a una autorización expresa y a un mandato claro del Consejo de Seguridad de la ONU”, así como también “al consentimiento expreso y (a) la cooperación del Estado en donde se desplegará la OMP, (y en) conformidad con el marco jurídico nacional y a las prioridades en materia de política exterior (de México)”.
El fundamento de esa decisión, precisa el boletín, se encuentra “en los principios normativos de la política exterior mexicana contenidos en el artículo 89-X de la Constitución y la Carta de las Naciones Unidas”, así como en el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018.
Contra todas las dificultades
La ONU mantiene actualmente 16 misiones de mantenimiento de la paz (nueve de ellas en África, tres en Medio Oriente, en Chipre, Kosovo, India-Pakistán y Haití) y una misión política especial en Afganistán.
Como indican sus documentos oficiales, tales misiones van más allá de mantener la paz y la seguridad de un país afectado por un conflicto: también trabajan para facilitar procesos políticos; proteger a civiles; ayudar en los procesos de desarme, desmovilización y reintegración de excombatientes; apoyar la organización de elecciones; proteger y promover los derechos humanos y ayudar a restablecer el estado de derecho.
Los principios que rigen la actuación de una OMP son: el consentimiento de las partes en conflicto y la imparcialidad de la misión. Sus efectivos no pueden hacer uso de las armas “salvo legítima defensa o defensa del mandato” de las Naciones Unidas.
El español Mariano Aguirre, director del Centro Noruego para la Construcción de la Paz, instituto fundado por el gobierno de Noruega en 2008 y con sede en Oslo, señala a Proceso que estas operaciones se ven condicionadas por variables políticas y financieras.
Explica: “Las misiones, que son autorizadas por el Consejo de Seguridad de la ONU pero aplicadas por los Estados de forma individual o coordinada, se ven muchas veces constreñidas por la diferencia entre lo que se aprueba en el Consejo de Seguridad y lo que los Estados quieren realmente aportar política, militar y financieramente”.
En la ONU, puntualiza, “se reflejan los juegos de poder del sistema internacional y las misiones de paz reciben el impacto”.
A eso hay que sumar otra clase de obstáculos. Fréchette señala en su reporte que los contingentes de policía civil provienen de muchos países diferentes y no dominan el idioma del lugar donde son destacados, lo cual representa “un problema casi insuperable para lograr una fuerza consistente y de alto desempeño”.
Además, dice, el reclutamiento de personal civil es lento y engorroso a pesar de las reformas hechas para mejorar la situación.
Fréchette menciona que la ONU siempre ha tenido dificultad para reclutar el personal militar que necesita, y su entrenamiento, pese al establecimiento de un programa de las Naciones Unidas, sigue recayendo en los Estados miembros.
Los países que más militares aportan son Etiopía (con 7 mil 718), Pakistán (7 mil 327), India (7 mil 64) y Bangladesh (7 mil 41), según datos actualizados al 31 de agosto pasado. Italia, con mil 104 soldados, es el contingente europeo más numeroso. Esa situación se debe a que el salario de aproximadamente mil 500 dólares que se ofrece a cada casco azul en activo resulta más atractivo en los países en desarrollo.
Además por acuerdo de la Asamblea General de la ONU Estados Unidos financiará 28.38% de las OMP en el periodo 2013-1015, Japón 10.83%, Francia 7.22%, Alemania 7.14% y Reino Unido 6.68%. A México le tocará aportar 0.36%, siendo el segundo mayor contribuyente latinoamericano, detrás de Brasil (0.58%).
En Estados Unidos hay fuertes presiones para que el país reduzca su aportación al 25% acordado con la ONU en 1999. En 2009 ese porcentaje fue de 25.9% pero subió a 27.1% al año siguiente. Un reporte del 25 de enero de 2013 de The Heritage Foundation, cercana al Partido Republicano, afirma que los contribuyentes estadunidenses hubieran ahorrado 731 millones de dólares entre 2013 y 2015 bajando su participación a ese 25%.
“El principal desafío de las OMP es el abismo que existe entre mandatos muy ambiciosos y medios restringidos para llevarlos a cabo”, subraya Aguirre. Agrega: “La coordinación entre países en cada misión tampoco es sencilla y sus efectivos intervienen en medios muchas veces hostiles y desconocidos”.
Aunado a ello, las misiones conjuntan militares y personal civil y están formadas por diversos cuerpos de la ONU, como la Agencia para los Refugiados, la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios o del Programa para el Desarrollo.
“Lo anterior –refiere Aguirre–, obliga una coordinación entre agencias de la ONU, los gobiernos y los actores locales, lo que añade complejidad a las OMP”.
–¿Qué ganan los países que participan en esas misiones? –se le pregunta.
–En general todos ganan prestigio y mejor acceso a puestos de responsabilidad en el sistema de las Naciones Unidas.
“En países que salen de dictaduras las misiones de paz ayudan a que los militares se integren en medios internacionales y encuentren una misión diferente a la de intervenir en la política interna de sus países. Les cambia su visión del mundo, en general para bien. En países pobres es un salario complementario para una parte de sus fuerzas armadas”.
–¿México ganará protagonismo en la escena internacional? ¿Cuál sería la aportación mexicana a las operaciones de paz de la ONU?
–México ganará espacio en las Naciones Unidas. Si se mira la experiencia de Brasil, Argentina, Chile y otros países latinoamericanos que han enviado fuerzas a la misión de la ONU en Haití, se puede apreciar que han tenido un reconocimiento por su participación.
Aguirre señala que esos países han recibido críticas internas de sectores que consideran las acciones de sus gobiernos “intervencionistas”, “neoimperialistas” o “imperialistas al servicio de Estados Unidos”, cuestionamientos que estima “exagerados”.
“Las misiones de paz son necesarias pero imperfectas, como todo el funcionamiento del sistema internacional: Nacen de una voluntad política moral pero se ven influidas por el realismo político de los Estados”, concluye.