LONDRES.- El futuro de las relaciones internacionales no lo va a configurar la potencia militar de Estados Unidos: es la “mano invisible” de la diplomacia europea la que está dirigiendo al mundo hacia una “unión de uniones” regionales, en un proceso que “inevitablemente” terminará por succionar a Estados Unidos.
Mark Leonard, el joven director del departamento sobre política exterior del Centre for European Reform, uno de los think tanks británicos más reconocidos en la materia, asevera que el soft power europeo se impondrá al hard power que propugna Washington.
(Artículo publicado el 19 de septiembre de 2005 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)
Su más reciente libro, Por qué Europa liderará el siglo 21, sostiene que, para entender el nuevo razonamiento geoestratégico, primero “es necesaria una revolución en la forma de comprender el poder”.
Señala: “La pomposa retórica sobre el ‘imperio americano’ olvida el hecho de que el alcance estadunidense –militar y diplomático– es superficial y estrecho. La solitaria superpotencia puede sobornar, intimidar o imponer su voluntad por todo el mundo, pero cuando se voltea, su poderío decae.
“La fuerza de la Unión Europea (UE), al contrario, es extensa y profunda: una vez que han sido absorbidos por su esfera de influencia, los países cambian para siempre. Durante 50 años, bajo el cobijo protector estadunidense, Europa se ha dado a la tarea de crear una ‘comunidad de democracia’, utilizando el tamaño de su mercado y su espíritu de compromiso para rehacer a las sociedades desde su interior.
“Como la Indiam Brasil, Sudáfrica o, incluso, China, que desarrollan sus economías y se expresan por ellas mismas políticamente, el modelo europeo representará un irresistible modo de garantizar su prosperidad mientras protegen su seguridad. Ellos construirán junto con la UE ‘un nuevo siglo europeo'”, explica.
Hace dos años, cuando la crisis iraquí removía la unidad europea, la tesis de Leonard hubiera pasado sin pena ni gloria. Hoy, no son pocos los que la reconocen como “provoativa” y “realista”.
Podría decirse que el libro de Leonard –quien, a los 24 años de edad, fundó en 1998 el hoy reconocido Foreign Policy Centre, gracias a los fondos del gobierno de Tony Blair–, refuerza la hipótesis de dos anteriores obras, cuyos autores, por extraño que parezca, son estadunidenses.
Se trata de Los Estados Unidos de Europa: la nueva superpotencia y el fin de la supremacía americana, del exeditor del Washington Post, T.R.Reid, y El Sueño europeo: cómo la visión europea de futuro está eclipsando el sueño americano, de Jeremy Rifkin.
La “Eurósfera”
Con los actuales 25 Estados socios de la UE, los países fronterizos y aquellos otros “ligados umbilicalmente” a ella –como principal socio comercial y fuente de crédito, inversión o ayuda–, hay 109 países donde viven dos mil millones de personas; es decir, una tercera parte de la población mundial. A esa zona de influencia europea Leonard la llama la “eurósfera”.
Leonard dice a Apro: “Cuando un país como Rusia firma el Protocolo de Kyoto con tal de suavizar sus relaciones con la UE; cuando Polonia introduce una protección constitucional para las minorías étnicas que le permita integrarse a la UE; cuando un gobierno islamista en Turquía rechaza una propuesta de su propio partido para que el adulterio sea un crimen castigabl para así no atraer la ira de Bruselas; o cuando la administración de Bush se traga sus palabras y pide a la ONU ayuda en Irak, entonces hay que cuestionar nuestras definiciones de poder y debilidad”.
¿Cómo ha sido posible que, por primera vez en la historia, según llama la atención Leonard, se haya dado el surgimiento de una gran potencia, la UE, sin provocar que otros países se unan contra ella?
Una primera respuesta: la UE es más que una potencia política una “potencia económica discreta”, la cual es como un “poder pegajoso”, en palabras del autor, que va “atrapando” países e integrándolos a sus sistema cada vez más amplio. Sin embargo, éste no despierta los mismos temores que entre rivales como China, Estados Unidos, India y Rusia.
Hay otra razón más importante: la UE es por naturaleza una red y no un Estado. El autor explica que, tal como sucede con las bolas de billar, “es más fácil chocar con otro Estado que con una red hecha con la cacofonía de diferentes voces”.
Qbunda que el punto clave de esta posmoderna red –que a pesar de todo salvaguarda las soberanías de los Estados miembros–, es que no cuenta con un centro duro como una bola de billar y cualquier trato con ella deriva en un proceso de compromisos con sus distintos miembros.
Lo anterior, indica Leonard, fue lo que ocurrió, por sorprendente que parezca, con Irak. Para él, el episodio no fue una catástrofe para Europa, ya que, a pesar de las divisiones en la táctica frente a la Casa Blanca, no había duda que sus miembros compartían tres objetivos fundamentales: preservar la alianza atlántica, restaurar la autoridad de la ONU y evitar la guerra preventiva. Ello habría forzado a Bush a comprometerse tanto con Reino Unido como con Francia y Alemania.
Las implicaciones: Washington recurrió a la ONU a fin de darle credibilidad al nuevo gobierno iraquí; atemperó su doctrina de la guerra preventiva; y hoy pareciera inviable una nueva ocupación en Irán o Siria.
Poderes
El libro ubica a lo largo de 170 páginas y 11 capítulos las aportaciones europeas al diseño de la nueva política global.
Una de ellas es el ejercicio de un mecanismo de poder que promociona la vglancia colectva del cumplimiento de las leyes internacionales.
Leonard analiza que, en lugar de guardar celosamente sus soberanías de la interferencia externa, los europeos han virado hacia una vigilancia mutua en interés de su propia seguridad. De tal forma han transformado en asuntos de política interna sus relaciones con los otros países de la UE, y lo mismo pretende a escala planetaria: a cada Estado miembro le conviene que sus socios obedezcan la ley, y a su vez están obligados a obedecerla ellos mismos.
La primera “banda de vigilancia” que estableció en 1990 la UE con sus vecinos excomunistas, por ejemplo, fue una convención que redujo ambos arsenales militares, tras lo cual fue entonces posible la transformación política de la región, incluyendo su entrada a la OTAN y a la Comunidad Europea.
Por tanto, la promoción de las “comunidades regionales de interés” –como la “Nueva asociación ara el desarrollo africano”, la creación del llamado “Anillo de países amigos de la UE”, o la insistencia europea de que América Latina se integre más como requisito para la firma de acuerdos de libre comercio–, opera a favor de dicha política de vigilancia mutua propia de Bruselas.
Otra característica es su “poder de agresión pasiva”. El diálogo con Turquía o Serbia lo ilustran: a diferencia de la amenaza militar con que Washington administra las relaciones con algunos vecinos suyosm lo peor que en este momento le puede pasar a turcos o serbios es que Bruselas les cierre la puerta a la adhesión, no la sombra de la fuerza.
Una tercera característica es su “poder transformativo”. Leonard afirma que la finalidad europea es que las sociedades de los países con los que tiene relaciones puedan asumir el respeto a la ley por interés propio y por ellas mismas, no por coerción o sumisión externa. Así, los cambios sociales son de fondo y no temporales y la “eurósfera” se fortalece.
Nuevo orden
Leonard asegura que la actual política exterior estadunidense de supremacía militar, unilateralismo y guerra preventiva, no va a durar mucho tiempo más. Los motivos: la ambición del país y su necesidad de seguridad, por lo que requerirá reinsertarse a un sistema que, además, va en otra dirección.
El poder global, por un lado, está pasando de Occidente a Oriente con la emergencia de nuevas potencias como China o la India. Las economías en desarrollo de los nuevos tigres asiáticos les están proporcionando un mayor poderío militar, político y hasta cultural.
El orden mundial, por otro lado, está transitando de uno organizado alrededor de los derechos de los Estados a otro donde lo importante es proteger a los individuos de amenazas como el terrorismo, el genocidio o el calentamiento global. Así lo prueba la entrada en funcionamiento del Protocolo de Kyoto o de la Corte Internacional de Justicia, aún con la resistencia de Washington.
Pero quizá el fenómeno más notorio es el surgimiento de integraciones regionales. Esto está sucediendo porque, menciona el británico, este tipo de organizaciones proveen de medios más flexibles para atacar los problemas; por ejemplo, diluyen las rivalidades históricas, fomentan la democracia y aceleran la integración a la economía global.
Al moverse el mundo hacia tal regionalización, Estados Unidos estaría en peligro de quedarse atrás. Su ideología del unilateralismo, expresa el autor, ha frenado la oportunidad de repetir el éxito de las ampliaciones europeas con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, “pese a las persistentes demandas de México”.
“Sus intervenciones militares en Haití, Venezuela o Colombia –añade–, no contienen el fuerte compromiso que uno ve en los países que rodean la UE. Y mientras las revoluciones populares en Georgia y Ucrania buscan la integración a Europa, los mismos movimientos en Venezuela o Bolivia, o los nuevos gobiernos de izquierda en Uruguay, Brasil y Argentina, persiguen una más grande autonomía de la hegemonia estadunidense”.
La evolución de China podría reforzar esta tendencia. Según Leonard, el gigante asiático no representa una amenaza como se puede llegar a creer. Al contrario, debido a que su integracion al mercado internacional la ha acompañado con un con una estrategia “pacifista” y “multilateralista”, China podría convertirse en el embrión de una “Unión Europea Oriental”.
E texto se inclina a pensar de que China va a adaptar la receta europea en su propia región y será un importante agente del “poder transformativo” de la UE.
Efecto dominó
En su último capítulo, el libro subraya que, en el nuevo roden regional, los países “necesitan ser parte de un club para tener un asiento en la mesa”. El futuro, manifiesta, es unirse a la UE o, fuera de ésta, desarrollar otras uniones, pero siempre bajo los mismos principios de paz, respeto a la ley internacional e interferencia en los asuntos de los otros Estados miembros.
Este “efecto dominó” estaría ya cambiando la lógica política y económica y sacudiendo el “mundo unipolar”, a tal grado, afirma Leonard, que el nuevo orden no girará en torno a Estados Unidos ni a la ONU, y en su lugar estará compuesto por una comunidad de clubes regionales interdependientes. En este sentido, la UE ha establecido ya diálogos prioritarios con el Mercosur, la ASEM (Asia/Europe Meeting) o la Unión Africana.
“A largo plazo el objetivo de la UE debe ser la creación de una ‘unión de uniones’ que agrupe a todas las organizaciones regionales. Una ‘Comunidad de Entidades Regionales’ podría ser el cuerpo de coordinación principal de la ONU”, donde se discuta los dos puntos más importates de la agenda global: desarrollo y mantenimiento de la paz, expone Leonard.
Continúa: “Estados Unidos será inevitablemente succionado por este proceso de integración. Es capaz de retrasar el proceso, pero no detenerlo. Oponiéndose se daña el mismo provocando que los demás se organicen en su contra. Al aceptarlo aumentará su poder, volviéndose una especie de ‘partera’ de este nuevo orden mundial emergente.
“Mientras este proceso continúa, veremos la emergencia de un ‘nuevo siglo europeo’. No será llamado asi por que Europa liderará el mundo como un imperio, sino por que su manera de hacer las cosas será también la manera en que las hará el mundo”, concluye.