BRUSELAS.– El radicalismo islámico dejó de considerar a Europa un santuario de sus operaciones extra-continentales, como lo hizo durante dos décadas, para incluirla ahora entre sus principales objetivos terroristas, expone un reciente “reporte estratégico” avalado por el Gobierno de Noruega.
(Artículo publicado el 21 de marzo de 2005 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)
El documento oficial asegura que los servicios de inteligencia de Europa y Estados Unidos han tenido conocimiento que grupos extremistas, posiblemente ligados a Al-Qaeda, prepararon en los últimos 5 años entre 15 y 30 atentados “espectaculares” en territorio de la Unión Europea (UE), por lo menos.
De haberse concretado, éstos hubieran resultado tan sangrientos como los que cometió una célula de siete fundamentalistas el 11 de marzo del año pasado en cuatro trenes de Madrid, que mataron a 192 personas e hirieron a 2 mil.
Titulado Jihad en Europa: una investigación sobre las motivaciones del terrorismo sunnita en la Europa post-milenium, el informe, elaborado por el especialista Petter Nesser para el organismo de análisis del Ministerio de Defensa (FFI) de Noruega, señala que Reino Unido e Italia –aliados del presidente George W. Bush en la guerra contra Irak–, pero también Francia y Alemania –que se opusieron– eran los países donde principalmente se llevarían a cabo tales masacres.
Aún antes de que Mohamed Atta y cuatro de sus acompañantes secuestraran un avión de American Airlines y lo impactaran en la primera de las dos Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, del otro lado del Atlántico ya conspiraban extremistas para volar en pedazos la catedral y el mercado de Navidad de la ciudad francesa de Estrasburgo, así como el Parlamento Europeo, también ahí ubicado.
El reporte ofrece una detallada descripción del tejido terrorista que opera en el Viejo Continente a partir del arresto y enjuiciamiento de más de una centena de conspiradores.
Como constatan sus declaraciones ante la justicia, la mayoría tenía tiempo residiendo en la UE y, salvo excepciones, eran originarios de países de Medio Oriente o del Norte de África, tales como Argelia, Marruecos o Túnez. Habían elegido objetivos estratégicos o simbólicos como embajadas, bases militares, edificios parlamentarios, iglesias y sinagogas, lo mismo que blancos con el potencial suficiente para causar una verdadera carnicería con víctimas civiles: plazas comerciales, estaciones de metro y concurridos restaurantes.
Nesser se refiere a ellos como mujahidines globales: combatientes que estaban planificando ataques en los países europeos donde vivían, pero que lo hacían atendiendo instrucciones de sus jefes desde naciones islamistas.
Todos estarían adoctrinados bajo los principios de la Guerra Santa o jihad internacional contra los infieles de Occidente.
Un factor que alimenta el odio contra Europa, subraya, son las “humillaciones internas” a las que están expuestos los musulmanes, es decir, las actitudes de racismo, rechazo social y acciones gubernamentales, como la ley de prohibición del velo en las escuelas francesas, que para los fundamentalistas justifican una respuesta violenta.
Por otro lado, sus planes se repetían con frecuencia: hacer estallar explosivos contra instalaciones gubernamentales de Estados Unidos o contra la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Bruselas, aunque también tenían en mente golpear intereses o símbolos de naciones como Israel, Rusia o, lo que no deja de llamar la atención, simplemente europeos.
Ahondando en las dimensiones del peligro en Europa, Glenn Schoen, un experto estadunidense en terrorismo, declaró a la prensa holandesa que, según sus propias informaciones, se habían desbaratado en total 19 acciones: cinco en Francia y un igual número en España; tres en Alemania y tres más en Reino Unido; y una en Bélgica, Italia y los Países Bajos, si bien los servicios de seguridad de éste último país divulgaron que habían frustrado tres ataques desde el 2000.
Versiones adicionales elevan las cifras gota a gota. La Unidad Central de Inteligencia de la policía española llegó a descubrir que los autores de los atentados contra los “trenes de la muerte” en Madrid –que se suicidaron haciendo estallar su apartamento en Leganés cuando la policía los tenía rodeados– planeaban atentar contra dos centros judíos, una finca de recreo infantil a 35 kilómetros de la capital, una hospedería judía, un colegio británico, y “presumiblemente” ya lo habían intentado en dos ocasiones contra las líneas del tren rápido AVE, mediante la colocación de artefactos explosivos en los rieles.
En Bélgica, la ministra de Justicia, Laurette Onkelixt, reveló el 1 de febrero que un grupo terrorista pretendía hacer añicos el túnel del tren de alta velocidad (TGV) de la estación de Amberes durante su inauguración en abril, a la que asistieron nada menos que 70 mil personas.
El nuevo terrorismo
El documento del IFF, de 101 páginas, explica que durante las décadas de los años 80 y 90 Europa fue percibida por los terroristas como un “santuario” y una “base” para las actividades de las insurgencias islamistas que peleaban en regiones alejadas.
Europa era una plataforma ideal porque los radicales podían recurrir a sus entonces blandas políticas de asilo para quedarse y operar desde un lugar donde no corriera peligro su vida. También podían desplazarse con libertad para cumplir sus acciones de propaganda y reclutamiento gracias a la relativa apertura de las fronteras, y les abría la posibilidad de recolectar fondos considerables.
Desde Europa, por ejemplo, se enviaron hombres y dinero a conflictos en Afganistán, Bosnia, Cachemira o Chechenia.
Sin embargo, eso no significó que Europa fuera intocable. A mediados de los años 80 el movimiento shiita con base en Líbano, Hezbollah, tocó objetivos en el continente. Una década después el Grupo Islámico Armado, de Argelia, lanzó una campaña de atentados contra Francia.
Por esa época, la policía gala logró desactivar un complot del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), una rama del GIA, dirigido contra la Copa del Mundo de 1998 y la Eurocopa de futbol de 2000.
Casi desmantelado el aparato logístico en ese país, muchos de los radicales emigraron y se reorganizaron, sobre todo, en Bélgica y Reino Unido.
Ese tipo de terrorismo, remarca el informe, era consecuencia de eventos políticos con origen en Medio Oriente o norte de África: tenía más que ver con una continuación de aquellos movimientos islamistas que se rebelaban contra sus propias autoridades nacionales a las que acusaban de corruptas, represivas e incompetentes.
Si Francia y Bélgica sufrieron ataques del GIA entre 1994 y 1996 fue porque esa era una manera de castigarlas por haber apoyado al régimen militar argelino que canceló las elecciones de 1992 que había ganado el Partido Islamista de Salvación (FIS).
Pero los europeos actualmente son testigos del ascenso de un “nuevo” terrorismo, señala Nesser: “Primero, éste envuelve a múltiples movimientos provenientes de países árabes/islámicos y que defienden la jihad salafita, una ideología con la que simpatiza Bin Laden y Al-Qaeda, la cual pugna, en su interpretación más radical, por la pureza islámica ‘transnacional’. Segundo, está dirigido casi exclusivamente a objetivos occidentales. Tercero, la mayoría de los militantes han recibido entrenamiento en campos de Al-Qaeda y del régimen talibán en Afganistán”.
Nesser cuenta que el mismo Bin Laden y Ayman al Zawahiri, los ideólogos del salafismo versión Al-Qaeda, consideran que el deber de un musulmán perseguido en su tierra es seguir el ejemplo del profeta Mahoma y encontrar un refugio seguro en el extranjero donde poder continuar la lucha contra los infieles.
Incluso ponen bastante énfasis en que sus seguidores se exilien. Desde un punto de vista ideológico, los radicales salafistas de la diáspora europea adquieren un estatus más alto como ‘vanguardia’ del grupo.
Las organizaciones
La investigación de los noruegos alcanza a identificar a las organizaciones que mantienen estructuras funcionales en Europa. Una de ellas es Al-Takfir wa’l-Hijra, o la Sociedad de los Musulmanes, que profesa una ideología que, de acuerdo con los servicios secretos belgas, es demasiado extrema y violenta, sin que ello evite que se esté expandiendo entre los islamistas árabes de Europa.
Nació en 1969 en Egipto, donde se le reprimió brutalmente después de que en 1977 sus hombres secuestraron y asesinaron al primer ministro, Muhammad Dhabi.
Uno de sus miembros era Nizar Trabelsi, un ex futbolista tunecino de la primera división alemana que, durante la primavera de 2002, planeaba inmolarse en una camioneta cargada con una bomba de 100 kilos que estallaría contra el comedor de la base aérea estadounidense de Kleine-Brogel, en la frontera belga con Holanda.
La policía de ese país logró detenerlo y en septiembre de 2003 fue condenado a diez años de prisión.
Otro peligroso grupo es Al-Tawhid, o La Unidad de Dios, cuya base se había instalado en los suburbios de Londres y contaba con una célula en Alemania. Su líder es el jordano Abu Musab al Zarqawi, el supuesto jefe de la guerrilla antiestadunidense en Irak y cuya cabeza busca desesperadamente Washington.
Uno de sus diplomáticos, Lawrence Foley, fue asesinado por este grupo en octubre de 2002 en Amman.
Los agentes alemanes y británicos han concluido que Zarqawi planeaba envenenamientos masivos en ambos países.
Las agencias europeas siguen con mucho detenimiento a Ansar Al-Islam (Seguidores del Islam), creado en septiembre de 2001. Su dirigente es el Mulá Krekar, quien obtuvo el asilo en Noruega en 1991.
Ansar Al-Islam tiene como objetivo implantar la sharia o ley islámica en el Kurdistán iraquí, donde tuvo su sede hasta 2003 cuando Estados Unidos invadió el país y encontró en los campamentos de esta organización en Biyarah laboratorios en los que –afirmó– se preparaban sustancias tóxicas letales como las que se hallaron en una guarida terrorista en Londres.
El exsecretario de Estado norteamericano, Colin Powell, calificó como “muy peligroso” al grupo y lo acusó de mantener vínculos con Al-Qaeda, mientras que Roma había informado que al parecer estaba reclutando mujahidines en las mezquitas italianas para enviarlos a combatir al norte de Irak vía Siria, sospechándose que el organizador de tales desplazamientos era Zarqawi.
En diciembre de 2003 por fin los soldados estadunidenses hallaron pruebas de la existencia de ese tráfico de milicianos no nada más en Italia, también en Alemania, Noruega y España. Además el Pentágono alertó a Berlín de que las huestes de Krekar planeaban atacar el hospital militar de Hamburgo, a donde se atiende a los soldados estadunidenses heridos en Irak.
Hay otra agrupación, el Frente de los Caballeros del Gran Este Islámico, muy activa en Turquía, que ha amenazado, incluso a través de la prensa, con atacar objetivos en Alemania, donde los servicios secretos descubrieron que mantenía operaciones en ocho ciudades.
También fueron los alemanes los que detuvieron a un comando de argelinos que bautizaron como los “mujahidines no alineados”, quienes querían volar la catedral de Notre Dame en Estrasburgo y el mercado que lo rodea cada diciembre.
Se da casi por hecho que los “no alineados” pertenecían al Grupo Salafita para la Predicación y el Combate (GSPC), que trabajaba en conjunto con un antiguo militante del GIA, Marouane Benahmed, el “guerrero nómada”. Él fue el cerebro detrás de la llamada Red Chechena: un comando de 20 terroristas argelinos, franco-argelinos y franceses que tenían todo listo para atacar la embajada de Rusia en París en diciembre de 2002 cuando los atrapó la agencia secreta gala.
Sin embargo, las organizaciones que más parecen preocupar a los europeos son Al-Qaeda y la egipcia Al Jihad, cuyas estructuras en Europa, coinciden las agencias de inteligencia, se fusionaron desde 1998.
En el caso de Al Jihad, que en 1981 mató al presidente Anwar al Sadat, se sabe que se ha desarrollado en Reino Unido, Francia, Alemania y España.
El informe señala que Al-Qaeda funciona en la UE como una alianza militar (con un sistema regional de comando como el de la OTAN), una empresa de negocios (Al-Qaeda Incorporated, que distribuye de fondos a las demás organizaciones), una institución educativa o una universidad del Islam radical, sin que cada campo sea bien identificado.
En 1998 Bin Laden formó el Frente Mundial Islamista contra los Judíos y los Cruzados, declarando la guerra a Estados Unidos, Israel y sus aliados.
Agentes secretos que cita el reporte estiman que en Europa hay entre 200 y 300 hombres de élite de Al Qaeda que operan como “cuadros durmientes” y que están actuando con otros movimientos como el GIA, el GSPC, al-Tawhid y al-Takfir wa l’-Hijra.
Tras los atentados de Nueva York y Washington, recuerda el informe noruego, las amenazas de Bin Laden contra países europeos no han cesado: en octubre de 2001 llamó a Francia y Alemania “delegados de Estados Unidos” y se refirió al ataque contra el petrolero francés Limburg, que ocurrió el 6 de octubre de 2002.
En mayo de 2003 advirtió de atentados contra intereses británicos y noruegos en los países musulmanes. Y cinco meses después volvió a nombrar a Reino Unido, además de Polonia, España e Italia.
Sus advertencias por fin se hicieron realidad con los atentados de Madrid. Los culpables: miembros del Grupo Combatiente Islámico Marroquí (GCIM), del que no se tenía conocimiento, señala el informe de Nesser, de conspiraciones desactivadas en Europa, aunque ya se sospechaba que estaba involucrado en el atentado contra un centro cultural español en Casablanca, Marruecos, sucedido el 16 de mayo de 2003.
Khalid Bouloudo, un integrante de la célula Hakimi del GCIM en Bélgica, fue aprehendido en enero de 2004 por oficiales holandeses.
Claude Moniquet, especialista en terrorismo y fundador del Centro Europeo para la Inteligencia Estratégica y la Seguridad, expone esa sociedad terrorista interconectada de un país a otro de Europa que describe Nesser, cuando cuenta que, citando a unos de sus informantes secretos, “Bouloudo era el encargado de la relación entre la célula Hakimi y las redes establecidas en los Países Bajos, entre ellas, quizá, la célula Hofstad, implicada en el asesinato de Theo van Gogh”.
Este cineasta fue apuñalado en noviembre pasado por un activista marroquí en las calles de Ámsterdam, a muchos kilómetros de distancia de Atocha.