Bruselas (apro).— Ante la gran incomprensión de los ciudadanos europeos hacia el proyecto de integración continental, la Comisión Europea propuso a principios de febrero una nueva política de comunicación social, la cual incluye ideas que han sido objeto de fuertes críticas por parte de la prensa y del Parlamento Europeo.
Dos iniciativas están en el origen de la polémica: por un lado, la posible creación de una agencia de noticias que estaría bajo control de las autoridades de Bruselas y, por otro, la elaboración de un “código de conducta” para gobiernos y periodistas que indique cómo deben tratar los asuntos de la Unión Europea (UE).
(Artículo publicado el 20 de febrero de 2006 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)
Tales pretensiones son responsabilidad de la vicepresidenta de la Comisión Europea, la sueca Margot Wallström, quien presentó el pasado 1 de febrero un “libro blanco” para mejorar la comunicación con los ciudadanos, el cual estará a debate hasta finales de año.
A Wallström no le gusta la actual cobertura de las noticias comunitarias: “Es limitada y fragmentada Los mayores eventos que suceden con regularidad, como las reuniones del Consejo de Ministros, atraen la cobertura de los periódicos nacionales, pero durante los periodos intermedios no hay una manera comprensiva de informar sobre las cuestiones comunitarias”, indicó el día de la presentación de su plan.
Se quejó también de que los diarios locales y regionales daban “muy poco espacio” a dichos asuntos y, peor aún, que éstos habían prácticamente desaparecido en las cadenas televisivas, lo que hacía imposible, como ella persigue, que los ciudadanos discutan las políticas de la UE tal como lo hacen con el acontecer nacional.
Es verdad que el grado de desconocimiento impresiona: según el último sondeo del Eurobarómetro (septiembre), apenas 2 por ciento de los europeos encuestados consideró que sabe “bastante” sobre la UE. Desde el 2000 ese porcentaje no aumenta, a pesar de que desde ese año empezó a circular la moneda única (el euro) y de que entraron diez nuevos países, sin contar las intensas campañas de información que se han lanzado sobre la Constitución Europea, las que, por cierto, fracasaron en Holanda y Francia, que el año pasado rechazaron el texto constitucional.
En una escala del uno al diez, 19 por ciento ubica su nivel de conocimiento entre uno y dos; el 52 por ciento entre tres y cinco; y el 27 por ciento se da una calificación de entre seis y ocho.
Así, el 64 por ciento de los ciudadanos europeos no sabe que la UE tiene un himno, la Oda a la Alegría; el 50 por ciento no está enterado que los diputados del Parlamento Europeo son electos mediante sufragio directo; y el 51 por ciento de plano no supo responder cuántos países componían el bloque comunitario, si 15 o 25.
“La época en que la UE era un proyecto de las elites políticas se ha acabado. Hay que reconocer que lo hemos hecho mal y que hay que cambiar. Hay que hacer llegar el proyecto a los ciudadanos; hacer que se apropien de él, que lo hagan suyo”, remarcó la funcionaria sueca.
El problema es que el supuesto remedio ha generado muchas sospechas. En una declaración frente al Parlamento Europeo — que cayó como piedra entre los periodistas–, Wallström afirmó: “Habría que invertir en canales de televisión, sitios internet y periodistas que presenten artículos de calidad”.
La pregunta que de inmediato saltó a la mente de los presentes fue: ¿a qué se refiere la vicepresidenta cuando dice “artículos de calidad”?
“Usted cree que basta con hablar más y mejor de Europa para que los europeos encuentren la confianza perdida en el proyecto de integración”, le espetó el eurodiputado francés Gérard Onesta.
Y añadió: “Son más bien los objetivos liberales asumidos por la Comisión Europea los que provocan las preocupaciones actuales en la población. Usted confunde comunicación y concertación. No basta con envolver las políticas liberales, quizá haya que cambiarlas”.
El danés Jens-Peter Bonde, uno de los más euroescépticos diputados, también la criticó fuertemente: “detrás de sus maravillosas palabras, lo esencial es que los servicios de propaganda de la UE quieren tener más dinero para lanzar más publicidad, más periodistas para adular sus méritos, nuevas agencias de prensa que decidan qué tienen que escribir los medios sobre la UE”.
“La UE –exclamó– no necesita esta campaña de comunicación, sino más democracia y más transparencia”.
Actualmente las actividades de la UE son difundidas por Europe by Satellite, un sitio Internet que ofrece las retransmisiones de las conferencias de prensa y fotografías de las más prominentes figuras de la Comisión. Nada más.
Wallström busca “actualizar Europe by Satellite, enfocándolo en la producción de contenidos audiovisuales de alta calidad”, los cuales podrían distribuirse a las televisoras en un formato “amigable” y “relevante” para sus telespectadores.
Entre los corresponsales ya se habla en broma de la “otra” BBC, Brussels Broadcasting Corporation, en alusión a la cadena estatal británica.
¿Qué propone exactamente la señora Wallström cuando habla de darle “un rostro humano” a la UE? ¿Pretende que una nueva agencia redacte y produzca “artículos de calidad” sobre los trabajos de la UE, para luego difundirlos, gratuitamente, por supuesto, en los medios de comunicación?
En los círculos periodísticos se opina que, más bien, esta es una grotesca forma, casi de inspiración soviética, de combatir las voces críticas en la prensa.
Pero en su weblog, la vicepresidenta acusa que no la han entendido bien, sin explicar después cuál es entonces su verdadera pretensión.
La Asociación Internacional de Prensa, que agrupa a los mil 200 periodistas acreditados para cubrir la UE, de todos modos alzó la voz: “La idea de suplantar Europe by Satellite por una agencia de noticias, hecha y derecha, entrañaría graves riesgos, en la medida que nuestra tarea está involucrada”, mencionó su presidente, Michael Stabenow, en una carta dirigida a Wallström.
Y más aún, Stabenow advierte que el gremio estaría “todavía más preocupado por esa competencia, la cual puede ser vista como una deformación, si ésta se extiende a la televisión, y más tarde, incluso, a otros servicios informativos”.
Si lo que persigue la señora Wallström es atraer el interés de los ciudadanos, es un hecho que comenzó mal: dándole la razón a aquellos euroescépticos –como el Grupo de Brujas–, que desde hace tiempo acusan a la Comisión Europea de querer imponer su romántica visión de Europa al resto de la sociedad.