“Hay que impedir a los fascistas expresar sus ideas”: Mark Bray

El historiador y activista estadunidense Mark Bray. Foto: Facebook

BRUSELAS (apro).- El domingo 26 de mayo fue un “día negro” para Bélgica: el partido separatista de extrema derecha dura, Vlaams Belang, se colocó como el segundo más votado en la región norte del país en las elecciones europeas.

Tras la victoria, uno de sus líderes, Filip Dewinter, tuiteó: “Soy racista y estoy orgulloso de serlo”. Ese mismo partido, con su nombre anterior, Vlaams Blok, fue en 2004 declarado racista y xenófobo por la justicia belga.

El martes 28 de mayo, siete mil personas se concentraron frente al Parlamento Europeo en Bruselas para protestar “contra el fascismo en Bélgica y en Europa”, en donde la ultraderecha está alcanzando más espacios de poder, desde los cuales está propagando su odiosa visión del mundo. Se manifestaron sindicalistas, feministas, estudiantes, hombres y mujeres de la comunidad LGBT, militantes de movimientos y partidos de izquierda, ecologistas, inmigrantes con y sin papeles y anarquistas vestidos de negro.

El ascenso de la extrema derecha está reactivando la movilización de la resistencia antifascista.

El historiador y activista estadunidense Mark Bray es un especialista del tema. Es investigador de la prestigiosa Universidad de Hampshire Dartmouth College y fue fundador del movimiento de protesta Occupy Wall Street. Es autor del libro La traducción de la anarquía, así como de otro sobre la obra educativa del anarquista catalán Francisco Ferrer, quien fue ejecutado en 1909 tras haber sido falsamente acusado de instigar una revuelta popular en Barcelona.

El más reciente libro de Bray se titula Antifa: el manual antifascista, para el que entrevistó a 60 activistas de 17 países. A finales de 2018 salió publicado en español. El ensayo, de 300 páginas, fue motivado por el triunfo de Donald Trump en la elección presidencial de noviembre de 2016, y su versión original en inglés se puso a la venta una semana después de que la manifestante antifascista Heather Heyer muriera atropellada, el 14 de agosto de 2017, durante una protesta contra una marcha supremacista en la ciudad estadunidense de Charlottesville. Trump no condenó a los ultraderechistas.

El más reciente libro de Bray se titula Antifa: el manual antifascista

El volumen expone un estudio del antifascismo desde sus orígenes hasta nuestros días, con el “ascenso de los nazis de corbata”. Luego desarrolla un capítulo con las cinco lecciones históricas para antifascistas, una de ellas apunta que “el debate razonado nunca ha logrado detener a los fascistas”.

Escribe:

“Tampoco es una sorpresa que los gobiernos parlamentarios no siempre fueron una barrera ante el fascismo. Al contrario, en muchas ocasiones sirvieron más bien de carta de invitación. Cuando las élites económicas y políticas del periodo de entreguerras se sintieron lo suficientemente amenazadas por la posibilidad de una revolución, se volvieron hacia personajes como Mussolini y Hitler para aplastar sin contemplaciones a los disidentes y defender su propiedad privada”.

Una de las partes más provocadoras de Antifa es aquella donde Bray argumenta por qué es una obligación moral resistir a la ultraderecha, incluso a través de la confrontación física. De hecho, la primera página de su libro cita al memorable anarquista español Buenaventura Durruti, que cayó muerto de un balazo en 1936 en Madrid durante la Guerra Civil: “Al fascismo no se le discute, ¡se le destruye!”.

Bray explica:

“Pocas personas cuestionan la legitimidad de la lucha contra los nazis a finales de la década de 1930 y la de 1940 (…) ¿Considerarían igual de heroico enfrentarse a los nazis antes del estallido de la guerra? ¿Y antes de que Hitler llegase al poder en 1933? (…) Entonces, ¿porqué (hoy) hay tantas personas ‘alérgicas’ no sólo a la posibilidad de enfrentarse a los fascistas y supremacistas blancos de forma física, sino incluso a impedir con métodos no violentos sus discursos a favor del Cuarto Reich?”.

Fascistas, alianzas

Este columnista conversó telefónicamente con Brey, quien estuvo hace poco en España para presentar su libro. Como historiador, admite, no se pueden hacer muchas comparaciones con aquellos años del siglo pasado. “Los partidos hoy –dice– no son iguales que los nazis. Pero también es importante reconocer el peligro y no restarle importancia”.

“La ultraderecha –señala– dejó de ser marginal. Su presencia se ha normalizado en países como Francia, Italia o Polonia. Hace 20 años, la extrema derecha estaba ligada al pasado; hoy, ya no. Será interesante observar la reacción de la derecha, si se radicaliza. Y es que otro peligro de la extrema derecha radica en su influencia sobre la derecha tradicional.

“Como se puede ver históricamente con los casos más famosos de Mussolini o Hitler, el ascenso del fascismo no puede tener éxito sin la participación de las élites y los partidos tradicionales de derecha, que buscan alianzas. Como escribo en mi libro, no se necesitan muchos fascistas para que se establezca un régimen fascista”.

–Dice igualmente que el factor más decisivo del crecimiento de la extrema derecha ha sido el fracaso de la izquierda para ofrecer soluciones a las ansiedades económicas y sociales de la gente. El pasado fin de semana vimos la caída estrepitosa de los socialistas en Francia, que obtuvieron apenas 6% del voto, o el hundimiento de los socialdemócratas alemanes, que perdieron casi 12 puntos con respecto a 2014 y que fueron superados por los verdes…

“Es más obvio en Francia, con las protestas de los chalecos amarillos y de la clase trabajadora que ha sido marginada. Otros ejemplos son el PSOE en España o Syriza en Grecia, que juegan a ser neoliberales al aceptar, o incluso impulsar, políticas de austeridad, como lo hizo también el Partido de los Trabajadores de Brasil. La clase trabajadora sólo ve una opción anti-establishment, que es la extrema derecha. Históricamente, hay una relación fundamental entre el fracaso de la izquierda, o su fragmentación, con el ascenso de la extrema derecha, especialmente porque ésta se reapropia del lenguaje y los símbolos de la izquierda”.

–En su libro explica que la mayoría de la gente tiene una relación de “todo o nada” con el fascismo, lo cual dificulta la comprensión del peligro que entraña. No se toma en serio a los fascistas hasta que llegan al poder. Usted prefiere hablar de “espectros o gamas de lo fascista”.

“El ascenso del fascismo en Italia y Alemania en los años 30 fue una reacción a la percepción de que los ‘valores tradicionales de la nación’ estaban amenazados. Había un peligro contra la raza, la familia, la cultura y el papel de la mujer. Se usaron las formas de movilización de la izquierda en contra de los judíos y el comunismo.

“Actualmente, el ataque contra los judíos está dirigido a los inmigrantes. El lenguaje del racismo también cambió: pasó de una lógica biológica a una cultural y religiosa, por eso el discurso anti-musulmanes. Hay ultraderechas que están a favor del sistema neoliberal y otras que apoyan más un Estado de bienestar. Pero su punto común es el ultranacionalismo, que es otra forma de hablar de raza sin usar el típico lenguaje racista.

El antifascismo

–¿Cuál es entonces la definición actualizada del antifascismo?

“Mi libro aborda una tradición específica dentro del movimiento, que es el ‘antifascismo militante’. En Estados Unidos la prensa usa incorrectamente la palabra ‘antifa’, como si se tratara de una organización o grupo específico. El antifascismo es una forma histórica de organizarse contra la ultraderecha. Se centra en la práctica de la acción directa y es escéptico de la actuación del Estado y la policía en la lucha contra el fascismo.

“Después de la Segunda Guerra Mundial hubo debates entre socialistas y comunistas: unos querían combatir al fascismo a través del Estado, con leyes; pero otros, a lado de los anarquistas, pensaban que no se podía confiar en el Estado. Es un movimiento que existe desde espacios de la subcultura, y que incluye punks, hinchas de fútbol y otros militantes con ideología antiautoritaria. Hoy en día, el antifascismo militante existe en Estados Unidos, Canadá, Asia, Europa y Australia”.

–Un capítulo muy estimulante desde el punto de vista intelectual es aquel donde argumenta sobre la necesidad de confrontar a los fascistas y de impedir que expresen sus ideas…

“El antifascismo nació como una forma para defenderse de los ataques de los fascistas. En su esencia, el fascismo es violencia y agresión. Se pudo constatar en Italia, Alemania y otros países. La táctica de los camisas negras y pardas fue atacar a sindicalistas y militantes de izquierda. En mi libro me refiero a la ‘autodefensa preventiva’. Suena contradictorio, pero significa que la autodefensa debe ser entendida como algo más que una reacción a un peligro inmediato, debe entenderse como una forma de reducir las posibilidades de agresiones contra grupos marginalizados.

“La historia nos muestra que, siempre que hay un grupo de ultraderecha organizado, habrá violencia contra inmigrantes, queers o izquierdistas. Para disminuir ese peligro hay que frenar la organización de la ultraderecha. La mayoría de formas para lograrlo no es violenta. Se puede utilizar el doxing, que es investigar quiénes son los fascistas y hacer públicos sus nombres, efectuar peticiones para cancelar sus eventos, u organizar bloqueos de edificios donde se juntarán”.

–¿Y respecto a impedir que los fascistas se expresen públicamente? En Alemania, Italia, Bélgica o Francia está prohibida la exaltación del fascismo o el negacionismo del Holocausto, pero no en otros.

“En Estados Unidos la segunda enmienda de la constitución establece que el gobierno no puede hacer nada que limite la libertad de expresión. Pero nosotros no somos el gobierno. Dada la violencia del fascismo, su historia de genocidio y los ataques que ocurren hoy en día en Estados Unidos contra sinagogas, mezquitas o iglesias de la comunidad negra, tenemos que hacer lo que podamos para detener ese peligro. Lo más importante es usar formas eficaces para lograrlo.

“Para los fascistas es muy importante que sus ideas sean normalizadas en la sociedad; por eso es determinante frenar sus primeros pasos en la expresión de esas ideas. No puede existir un derecho aislado, siempre está relacionado con otras consideraciones. Cuando un grupo fascista amenaza a otras personas, eso marca un límite a su derecho de sentirse seguros y de expresarse”.

–Ha escrito que son los anarquistas, y también los comunistas antiautoritarios, quienes se han enfrentado históricamente de manera directa a los fascistas. Sin embargo, los anarquistas están muy estigmatizados actualmente, se les considera violentos o de plano infiltrados de la policía cuando actúan como Black Block…

“Es cierto que se les estigmatiza mucho. También a los antifa en Estados Unidos y otros países. Pero históricamente los orígenes del antifascismo provienen de los espacios de la subcultura, de colectivos antiautoritarios que no tenían la aspiración de crear movimientos de masas. Tácticas como el ‘Bloque negro’ (Black Block) no se crearon con el objetivo de incluir a toda la sociedad.

“Hay ejemplos interesantes en mi libro de coaliciones antifascistas de anarquistas, grupos radicales, sindicatos y partidos políticos. En Estados Unidos los grupos que se unieron en Charlottensville, en agosto de 2017, incluyeron un grupo antifa de anarquistas, uno de Black Lives Matter, otro estudiantil y uno más progresista. Hay muchas formas de ser antifascista. Si no te gustan las acciones de los antifa, hay otros grupos y formas de resistir. Lo importante es no dar plataformas al fascismo, no hay que dejarlos normalizar sus ideas”.

*Esta columna Europafocus fue publicada el 24 de mayo de 2019 en el portal de la revista PROCESO. Aquí pueden leer el texto original.