BRUSELAS (apro).- “Ecofascista”. Con ese inusual término se definió ideológicamente el australiano Brenton Tarrant, el ultraderechista de 28 años que el pasado 15 de marzo entró disparando a dos mezquitas de la ciudad neozelandesa de Christchurch. A sangre fría mató a 50 personas que se preparaban para el rezo del mediodía, incluyendo niños y ancianos, y dejó heridas a decenas más. Los atentados despertaron una inmensa indignación internacional.
El ecofascismo es una versión torcida del supremacismo blanco y el activismo ecologista, la cual proclama que sólo la pureza racial puede salvar el planeta de la hecatombe medioambiental. No es una ideología nueva y sirve de paraguas a distintas corrientes de extrema derecha en Europa, Estados Unidos y Oceanía, pero también en otras regiones. De ninguna manera hay que confundirla con otras manifestaciones ecologistas.
El ecofascismo está atrayendo más y más adeptos, y cada vez más violentos, como lo ilustra el caso de Tarrant. Su crecimiento está relacionado con las recientes alertas sobre el agravamiento del calentamiento global, de la degradación natural y una eventual extinción de especies.
Tarrant se declaró “ecofascista por naturaleza” en el manifiesto de 87 páginas que transmitió al gobierno de Nueva Zelanda momentos antes de ejecutar sus ataques. Afirma que fue comunista y anarquista.
En ese manifiesto, el terrorista australiano hace una alegoría a las ideas racistas, xenófobas y antisemitas de “La gran sustitución” o “El gran reemplazo”, que popularizó en la última década el filósofo e historiador francés Renaud Camus, actualmente de 72 años y quien durante su juventud fue militante socialista. De hecho, Tarrant expresa la ira que le produjo ver tantos inmigrantes no blancos durante un reciente viaje que hizo a Francia.
“La gran sustitución” es una teoría que surgió del neonazismo. Sostiene que las poblaciones blancas de Europa están siendo reemplazadas, junto con sus culturas y tradiciones, por la llegada progresiva y masiva de migrantes, principalmente musulmanes. Tarrant califica este proceso de “genocidio blanco” llevado a cabo por “invasores” extranjeros.
Los ecofascistas como Tarrant están convencidos de que la protección del medio ambiente está íntimamente ligada a la pureza y supervivencia de la raza blanca. El terrorista australiano incluye un capítulo subtitulado “El nacionalismo verde es el único verdadero nacionalismo”. En una de sus líneas asegura que “no hay nacionalismo sin medioambientalismo”.
“El ambiente natural de nuestras tierras –agrega– nos forjó tal como nosotros a él. Nacimos de nuestras tierras y nuestra cultura fue moldeada por ellas. Su protección y preservación tiene la misma importancia que la de nuestros ideales y creencias”.
En el mismo capítulo se queja de que “la izquierda” ha logrado apropiarse del control de la agenda ecologista. La acusa de que participa en la degradación del medio ambiente al promover “la inmigración masiva”. La continua migración a Europa, asevera Tarrant, “es una guerra ambiental y, en última instancia, destructiva para la naturaleza misma”. Para él, “no habrá jamás un futuro verde con una población que crece sin parar”.
Tarrant está obsesionado con las tasas de natalidad de los inmigrantes “invasores”, más altas que la fecundidad de la “población blanca”. Tramposamente asevera que “el mundo verde ideal no puede existir en un planeta de 100 mil millones, 50 mil millones o incluso 10 mil millones de habitantes”.
Brenton Tarrant cumple con el característico perfil del militante ecofascista radical.
Como señala Jason Wilson, columnista de la edición australiana del diario británico The Guardian, el ecofascismo “es una ideología política de largo curso que actualmente está experimentando un renacimiento en la fétida cultura de la extrema derecha contemporánea”. Señala que, “a diferencia de muchos en la derecha política, los ecofascistas reconocen la realidad de la catástrofe ecológica que se avecina, pero las ‘soluciones’ que proponen son francamente genocidas”.
Uno de los principales inspiradores del ecofascismo es el escritor finlandés de 82 años Pentti Linkola, representante de la llamada “ecología profunda” o ecocéntrismo, que otorga a los ecosistemas y sus especies –incluyendo la nuestra– un valor superior al que concede únicamente al ser humano.
Para este personaje, que subsiste como pescador en su país, el hombre sólo podrá sobrevivir si pone un alto a la migración, regresa a la vida de la Edad Media y estable medidas dictatoriales que impongan un límite estricto de consumo, y sólo de recursos renovables.
Wilson recuerda que Linkola es el responsable de una de las interpretaciones más crudas del dilema del bote salvavidas. En su libro Can Live Prevail? (¿Puede prevalecer la vida?), publicado en inglés en 2009, el finlandés expone: “¿Qué hacer cuando un barco que transporta a un centenar de pasajeros zozobra repentinamente y sólo hay un bote salvavidas?. Cuando el bote esté lleno, aquellos que odian la vida tratarán de cargarlo con más gente y hundirlo completamente. Aquellos que aman y respetan la vida tomarán el hacha del barco y cortarán las manos extra que se aferran a los costados”.
Por supuesto, en la narrativa ecofascista quienes “aman y respetan la vida” son los pueblos de raza blanca.
En la lógica de estos radicales, “la vida moderna” está destruyendo la naturaleza y, por tanto, también las “conexiones entre las razas y sus territorios”. Les preocupa que, desde su punto de vista, la migración y el multiculturalismo (la coexistencia de culturas diferentes en una sociedad) estén sacando a las razas de sus países originales.
Esa concepción racial de la ecología hace referencia a la consigna “Sangre y tierra”, retomada por el nazi argentino Walther Darré y que aparecía en el escudo del ministerio agrícola de Hitler. Esa frase alude al origen étnico de los pueblos en función de su herencia de sangre y su ubicación en un espacio geográfico.
Por eso uno de los símbolos de identidad de los ecofascistas es el Algiz (o ), un antiguo caracter del alfabeto rúnico (germano-escandinavo), conocido como el rune o ideograma vikingo de “la vida”, usado por el movimiento neonazi en lugar de los símbolos del Tercer Reich que quedaron prohibidos tras la guerra.
El oficial nazi Heinrich Himmler pretendió usar el Algiz como el logotipo del Lebensraum o “espacio vital”, la política que relacionaba “espacio” y “población” con la que Hitler justificó la eliminación de la población judía para dar “espacio” a la raza “aria”, explicó en septiembre pasado la periodista Sarah Manavis en la revista británica New Statesman.
Manavis siguió algunos debates entre ecofascistas en foros de Reddit y Twitter. Las alabanzas a las “vanguardistas” políticas nazis en materia de protección ambiental son recurrentes, como las que establecieron reservas naturales protegidas o reconocieron los derechos de los animales.
Un usuario escribe: “Para ser justos, el Tercer Reich fue uno de los primeros gobiernos en hacer del conservacionismo una prioridad mayor”. Otro señala: “Lo que realmente me molesta es cómo todos asocian la ecología profunda con el comunismo y las ideas de extrema izquierda, que están fuertemente ligadas a la industrialización. Fue la Alemania Nazi la que era consciente del medio ambiente y no la Rusia soviética con su industrialización rabiosa”.
La periodista ubicó en las mencionadas redes sociales un conjunto de creencias y prácticas compartidas por esos extremistas: son veganos, rechazan el multiculturalismo, son adeptos del “nacionalismo blanco”, se oponen al consumo de plásticos de un sólo uso, son antisemitas, y casi siempre los distingue un apasionado interés por la mitología nórdica. Algunos de ellos están fascinados con las armas, las imágenes de encapuchados y la estética paramilitar.
La mayoría de los perfiles de quienes se autoproclaman ecofascistas en Twitter, comenta Manavis, muestran memes propios donde se ridiculiza o de plano se llama a matar a los inmigrantes; fotografías idílicas de bosques y valles de un soñado “Etnoestado” blanco; mensajes de odio contra los judíos, y arengas a favor de los derechos animales. “Entre llamados a la pureza racial y la prohibición del plástico, la mayor parte de las cuentas tienen tuits o retuits honrando a Thor, celebrando el Día de Tyr, el dios de la guerra de la mitología nórdica, o glorificando a Sunna, la diosa del sol”, cuenta Manavis.
Un ecofascista contactado por la periodista –el único que aceptó hablar con ella y de manera anónima–, explicó que la estética de los héroes nórdicos corresponde con sus ideales, mientras que el imaginario de esa mitología y la “adoración de los antepasados” encaja con la imagen que se hacen ellos mismos como “combatientes por la tierra y la supremacía blanca”.
Una de las organizaciones ecofascistas con más presencia en internet es Green Line Front. Este columnista registró al menos en Facebook y su similar ruso, VKontakt, varias fracciones: la francófona, la internacional, la rusa, e incluso una iberoamericana, concentrada en Brasil, Chile y España. Son grupos cerrados que para acceder requieren autorización. La mayoría de los sitios fueron creados apenas en 2018, aunque las organizaciones parecen existir desde pocos años antes.
La sección griega, con casi 500 seguidores y cuyo logotipo es un Algiz con un paisaje verde de trasfondo, se presenta como un grupo de “amantes de la naturaleza y los animales”, que “disfrutamos de nuestra cultura y herencia europeas” y “protegemos nuestro medio ambiente natural, así como nuestra civilización milenaria”.
La iberoamericana, por su parte, dice ser “un movimiento pagano nacionalista que rechaza este mundo moderno luchando por la Naturaleza (sic) y todas sus criaturas vivientes”. El sitio está repleto de imágenes atroces de maltrato animal, de ilustraciones de mitología escandinava y de parajes de ensueño. Tenía menos de 200 seguidores cuando se consultó.
Este columnista registró en Twitter otra constante en el caso de los ecofascistas estadunidenses: los insultos y discursos antimexicanos, y un virulento apoyo a la construcción del muro fronterizo de Donald Trump.
En enero pasado la cuenta @ecofascismo retuiteó un mensaje del congresista Steve King en el que apoya la decisión de Trump de declarar el estado de emergencia en la frontera y “construir todo el muro de concreto” como un “monumento eterno al Estado de derecho”. En el mismo foro ecofascista, otro usuario, @Twatty_McGee escribe: “Igualitarismo yankee. Creen que pueden gobernar a las hordas mestizas y americanizarlos. No se dan cuenta que es una reconquista”.
Un reportaje presentado por el canal Vice a finales de 2018 reveló que uno de los grupos más peligrosos de esta corriente, la Orden Ecofascista, se afilió a la nueva plataforma digital The Base (La Base), que creó en Estados Unidos un tal Norman Spear, un neonazi que dice haber sido veterano de guerra en Irak y Afganistán. Su propósito es entrenar militarmente a extremistas de derecha de todo el mundo en técnicas terroristas para que atenten contra minorías étnicas en la “guerra de razas” que dicen estar librando.
En su manifiesto, Tarrant se despide diciendo “nos vemos en Valhalla”. En la mitología nórdica, es el nombre del grandioso salón de la ciudad de Asgard, donde reina el dios de dioses Odin. Es el lugar a donde van los hombres que han muerto en combate.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 14 de mayo de 2019 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original.