El Tratado de Eliminación de Misiles de Alcance Corte y Medio –que Gorbachov y Reagan firmaron en 1987– está en riesgo. Aunque no se ha retirado formalmente, Estados Unidos anunció que dejará de cumplir sus obligaciones y próximamente se retirará del mismo si Rusia sigue violándolo. Washington acusa a Moscú de haber probado un misil con alcance de más de 500 kilómetros, lo que el gobierno de Putin niega. De romperse el acuerdo, Europa volvería a ser un arsenal nuclear, como en los peores años de la Guerra Fría.
BRUSELAS, Bélgica.- Estados Unidos y Rusia amenazan con la remilitarización nuclear de Europa a niveles sólo vistos durante los episodios más tensos de la Guerra Fría.
El 2 de febrero pasado Washington suspendió sus obligaciones dentro del Tratado de Eliminación de Misiles de Corto y Medio Alcance (INF), el mismo que firmaron Ronald Reagan y Mijail Gorbachov el 8 de diciembre de 1987, tras años de negociaciones.
Siguiendo las disposiciones del tratado, pero sin haber consultado antes a sus socios de la Organización de la OTAN, el presidente Donald Trump advirtió que Estados Unidos se retirará del INF si en seis meses Rusia continúa infringiéndolo. El gobierno de Vladimir Putin respondió de inmediato suspendiendo igualmente sus obligaciones.
En julio de 2014, Washington acusó públicamente a Moscú de producir y probar un tipo de proyectil prohibido por el tratado pues tiene un alcance de más de 500 kilómetros. A finales de 2017 el Departamento de Estado precisó que los rusos habían desplegado misiles de tierra SSC-8, conocido en Rusia como 9M729, que “violan el espíritu y propósito” del INF.
Según información extraoficial, esos misiles tendrían un alcance de entre 2 mil y 5 mil 500 kilómetros y podrían tener ojivas atómicas. El Kremlin al principio negó la existencia de tales misiles; después argumentó que el SSC-8 nunca ha sido probado en distancias tan largas porque no fue diseñado para alcanzar objetivos dentro de ese rango, por lo que no estaría en contradicción con el INF.
Aunque oficialmente ha recibido el apoyo de la OTAN, Washington no ha mostrado pruebas concluyentes del presunto incumplimiento ruso (así lo reconoce incluso un reporte del Congreso estadunidense publicado el 8 de febrero). Pero tampoco el Kremlin ha acreditado de manera irrefutable que el misil en cuestión no rompe el tratado.
Rusia considera que el sistema de misiles balísticos de defensa que ha instalado Estados Unidos en Polonia y Rumania sí pisotea el INF, puesto que también sirve para disparar misiles, como los temibles Tomahawk, y poner en operación drones armados Reaper, desautorizados porque son equiparables a misiles terrestres de crucero.
Negociaciones estériles
Ese juego de acusaciones, sin embargo, parece sólo un pretexto de ambas partes para justificar una salida premeditada del tratado.
Desde hace tiempo, y a pesar de que sus arsenales nucleares superan por mucho los de cualquier otra nación, Estados Unidos y Rusia se quejan de que el INF acota sus capacidades para hacer frente a potencias atómicas, como India, Corea del Norte, Pakistán, China o Irán. Incluso Trump evocó el peligro chino el pasado 20 de octubre, junto con el presunto incumpimiento ruso, como base de su decisión.
En el caso de Rusia, fue desde mediados de este siglo que dejó ver su intención de retirarse del acuerdo por considerarlo “injusto” y porque sólo así podría seguir el paso a sus vecinos nucleares e instalar misiles terrestres contra el sistema balístico de defensa estadunidense en Europa.
Ese amago concluyó con una declaración conjunta de Putin y del entonces presidente Barack Obama, presentada en octubre de 2007 durante la Asamblea General de la ONU, en la que reafirmaron su “apoyo” al INF.
El acuerdo contaba con amplios mecanismos de verificación que incluían revisiones de inventarios e inspecciones “sobre el sitio” de manera regular, o urgentes a solicitud de una de las partes. Como tal dispositivo expiró en 2001, no ha sido posible identificar e investigar “a tiempo, de modo riguroso e imparcial” las supuestas violaciones al tratado, señaló en informe el pasado 15 de enero Darya Dolzikova, analista del programa de proliferación y política nuclear del Instituto de Servicios de Defensa y Seguridad (RUSI), un think tank independiente británico.
En una de sus últimas reuniones –el pasado 15 de enero en Ginebra–, Estados Unidos rechazó que Rusia, como se lo propuso, desplegara el misil 9M729 para probar su legalidad y que Washington, a su vez, demostrara que sus lanzadores MK-41, instalados en Rumania, no son capaces de disparar misiles de crucero prohibidos. La única solución para la Casa Blanca es que los rusos destruyan los proyectiles denunciados.
Todavía cuatro días más tarde los rusos exhibieron a la prensa y agregados militares extranjeros el 9M729 en su plataforma de lanzamiento; no asistieron representantes del gobierno estadunidense ni de la OTAN al juzgar que era un evento intrascendente, de relaciones públicas.
Algunos especialistas, entre ellos Carlos Trezza, exembajador italiano ante la Oficina de Desarme de la ONU y expresidente del organismo multilateral Régimen de Control de Tecnología de Misiles, opinan que los países europeos todavía pueden presionar a Washington para que posponga la notificación de retiro del INF y para que junto con Moscú haga esfuerzos diplomáticos que eviten el colapso del tratado.
Otros no tienen tantas esperanzas. En un reporte del pasado 19 de enero, Dulzikova afirmó que “si el incumplimiento del tratado fuera una genuina desavenencia, ambas partes podrían sostener una discusión abierta y clarificar las disposiciones del INF”, lo cual, agregó, no es actualmente posible porque no hay voluntad política.
Regreso al pasado
Expertos como Malcolm Chambers, subdirector del RUSI, y Dmitry Stefanovich, investigador del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales, aseguraron en una conferencia el pasado octubre que “la arquitectura entre Estados Unidos y Rusia para el control de armas nucleares enfrenta su más severa crisis desde los ochenta y corre el riesgo de colapsarse en su totalidad”.
El INF es considerado uno de los acuerdos de desarme nuclear más importantes de la historia, que resolvió la llamada “crisis de los euromisiles” de mediados de los setenta, provocada por el despliegue enloquecido de proyectiles sobre suelo europeo.
Estados Unidos y sus aliados europeos en la OTAN se vieron forzados a negociar un desarme luego de que en 1976 la Unión Soviética puso en operación sus misiles de rango medio SS-20, que podían ser lanzados desde Checoslovaquia o Alemania Oriental.
Esos misiles eran mucho más peligrosos que sus predecesores y que los estadunidenses, ya que alcanzaban una mayor distancia de ataque sobre cualquier país europeo (entre 4 mil 300 y 5 mil 500 kilómetros) y podían cargar tres cabezas nucleares en lugar de una.
Vista su desventaja militar, la OTAN, presionada por Alemania Occidental, entró en una dinámica de negociación con Moscú para alcanzar una prohibición de ese tipo de armamento en Europa en un plazo límite de cuatro años.
Sin pacto, la alianza atlántica amenazó al Kremlin con desplegar en Europa Occidental 572 misiles nucleares y convencionales estadunidenses, incluyendo en Alemania Occidental 108 del nuevo Pershing II, que disponía de un sistema de navegación de alta precisión y un alcance de 650 kilómetros, cinco veces más que su antigua versión.
Al no llegar a ningún acuerdo, las tensiones aumentaron. Y así fue hasta que Mijail Gorbachov, afectado por el accidente de la planta nuclear de Chernobyl en 1986, firmó al año siguiente el INF, que obligó a las partes a eliminar todos sus misiles terrestres nucleares y convencionales, tanto los de corto alcance como los de medio.
En presencia de observadores de los dos bandos, Estados Unidos y la Unión Soviética eliminaron 2,692 misiles, ya fuera dinamitándolos o cortándolos a la mitad, además de destruir materiales relacionados, como misiles de entrenamiento, partes de cohetes, contenedores de combustible y plataformas de lanzamiento.
Actualmente parte de la clase política rusa considera que Gorbachov hizo muchas concesiones a Occidente al aceptar que la Unión Soviética destruyera 1,846 de sus misiles y Estados Unidos menos de la mitad: 846.
Despliegue nuclear
Chambers y Stefanovich explicaron que, en caso de desaparecer el INF, habrá un despliegue de bases de misiles de la OTAN apuntando al este y rusas orientadas hacia la Unión Europea.
Como el programa de misiles terrestres es una de las principales áreas de investigación militar y de excelencia industrial de Rusia, sería ese país el que tomaría la delantera en una nueva carrera armamentista.
Chambers expuso que las fuerzas de tierra del ejército ruso buscan extender a las zonas de conflicto de su periferia el uso de misiles tierra-tierra de medio alcance, que proyectados desde barcos han sido muy valiosos en la guerra siria.
Estados Unidos, por su parte, tardaría entre siete y nueve años para desarrollar, probar y desplegar nuevos sistemas, estimó el centro de pensamiento European Leadership Network, con sede en Londres.
Sin embargo, el país está desarrollando rápidamente cañones de largo alcance y misiles terrestres hipersónicos, capaces de volar varias veces más rápido que el sonido para librar los sistemas de defensa. Con ese armamento podría alcanzar las líneas rusas o chinas con ataques convencionales que no requieran a la Fuerza Aérea o a la Marina para soltar proyectiles por avión o lanzarlos desde el mar, lo cual posibilita el INF. China y Rusia también desarrollan ese tipo de misil.
En noviembre pasado, dos militares rusos de alto grado –el teniente general Vladimir Shamánov, senador por el partido de Putin y exasesor del Minsiterio de la Defensa, y el general mayor Mijail Makaruk– declararon al Diario de Cuba que Rusia está considerando establecer bases de misiles en la isla en caso de concretarse la salida de Estados Unidos del INF.
Makaruk explicó: “El continuo acercamiento de la OTAN a nuestras fronteras, que se va a intensificar debido a las posturas (antirusas) adoptadas por países como Ucrania y Georgia, nos obligan a negociar con las autoridades cubanas, teniendo en cuenta la experiencia que tuvimos en 1962, cuando la Unión Soviética desplegó en la isla sus misiles nucleares”. Ese episodio fue el punto más tenso de la Guerra Fría.
El 20 de febrero Putin prometió a los diputados rusos que si Washington despliega sus misiles en Europa, que, dijo, podrían golpear Moscú en 10 minutos , Rusia orientaría los suyos contra los países que lo amenacen directamente, pero también contra “los centros de decisión” del uso de tal armamento.
Pese a todo lo anterior, Chambers alerta que el “mayor riesgo” a corto plazo es que el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (o START III), que pone un tope a los arsenales atómicos de largo alcance y vence en febrero de 2021, no sea renovado por los senadores republicanos, que en 2010 condicionaron su ratificación a que Obama elevara el gasto en modernización nuclear.
En un pésimo momento, además, en 2020 se llevará a cabo la importante Conferencia de Revisión del Tratado de No-proliferación (de armas nucleares) de 1970, de duración indefinida pero criticada por los Estados sin poderío nuclear por sus resultados insuficientes.
Por otro lado, es un mal augurio que el asesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, que apoya el retiro del INF, haya sido el “arquitecto” de la salida en 2002 de Estados Unidos, durante el gobierno de George W. Bush, del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, acordado 30 años antes con los soviéticos para limitar los sistemas de defensa contra proyectiles nucleares. El retiro fue unilateral, por decreto presidencial y sin participación del Congreso.
Si las partes dan por terminado el INF y luego el START III, “el mundo se quedaría por primera vez desde 1972 sin ninguna restricción ni transparencia sobre los arsenales nucleares existentes”, sentenciaron Chambers y Stefanovich.
*Este reportaje fue publicado en la edición del 2 de marzo de la revista PROCESO.