BRUSELAS (apro).- La noruega Elise By Olsen fundó en 2013 Recens Paper, una revista dedicada a “celebrar” las subculturas urbanas juveniles. Ganó varios reconocimientos como una de las mejores publicaciones de “moda alternativa”.
By Olsen era entonces una alumna de secundaria.
La adolescente asistía a la escuela y luego se dirigía a trabajar a sus oficinas en Oslo.
Recens Paper causó sensación por las características de su plantilla. El bimensual era elaborado principalmente por artistas, autores y diseñadores adolescentes, quejosos de no encontrar espacios y no ser tomados en cuenta por su corta edad.
Pero el proyecto también llamó la atención por otro motivo: el discurso incendiario de By Olsen, incluso insolente, contra lo que consideraba la excesiva responsabilidad que los adultos endilgan a los más jóvenes.
Ella aseguraba que después de alcanzar la igualdad de género, la etapa siguiente de la sociedad era acabar con la discriminación intelectual de la infancia. Pugnaba por una especie de “liberación infantil”, aunque prefería no hablar de política, según constató este columnista en un intercambio de mensajes con ella en febrero de 2018.
Su precoz cuestionamiento del incómodo mundo en que acusaba que viven los niños la proyectó a nivel internacional como una de las voces rebeldes más seductoras de su generación, que además encajaba muy bien con su forma extravagante de vestir y su mirada desafiante.
Fue considerada un ícono cultural de la llamada Generación Z o iGen, es decir aquella que creció sumergida en la tecnología y las redes sociales. Periódicos y revistas escribieron sobre su historia y su agitadora forma de pensar. A ella se referían como “la directora editorial más joven del mundo”.
La niña de entonces decía:
“Tenemos las ganas, la ambición y la creencia en el cambio. Somos privilegiados, ya que no tenemos que preocuparnos por tener una vida estable y un trabajo de nueve a cinco. Podemos explorar, rebelarnos todo lo que queramos. Podemos salirnos de lo previsible, pensar de manera diferente e influir en otros de nuestra misma edad. Somos el futuro”.
Como un acto de coherencia, By Olsen renunció a su revista al cumplir la mayoría de edad. El año pasado creó otra publicación, Wallet, y continúa dando conferencias y organizando exposiciones de arte contemporáneo.
La alusión a By Olsen tiene que ver con la reciente irrupción en Europa de una nueva heroína juvenil, cuya figura ha alcanzado un impacto mucho mayor: la sueca Greta Thunberg.
Apenas cumplió 16 años en enero y ya abandera un inesperado y amplio movimiento estudiantil de protesta en contra de la inacción de los políticos para detener el calentamiento global. Quiere que “entren en pánico”, ha dicho, para que “sientan el miedo” que ella siente “todos los días” frente al peligro que entraña el cambio climático.
Su popularidad como “militante climática radical” –según se describe ella misma– ha escalado tanto que la revista estadunidense Time la incluyó en diciembre pasado entre las 25 adolescentes más influyentes del mundo.
Muy entusiasmada, una columnista del diario sueco Expressen llegó a bautizarla como “la Malala sueca”, en referencia a Malala Yousafzai, la multipremiada y valiente activista paquistaní que desde pequeña lucha por el derecho a la educación de las niñas, lo que le costó ser víctima de un atentado de los talibanes.
Como By Olsen, Thunberg nació y vive en un país altamente desarrollado, con envidiables programas de atención a la niñez.
Noruega aparece como el país mejor posicionado en casi todas las listas internacionales de bienestar. Suecia no está lejos: según el Fondo Monetario Internacional es el octavo más rico de Europa, y la ONU indica que ocupa el octavo lugar en el Índice Mundial de Prosperidad Global, el décimo del Informe Mundial de la Felicidad y el séptimo del Índice de Desarrollo Humano. De acuerdo con el semanario británico The Economist, Suecia es el tercer país más democrático del planeta.
Ese país nórdico, señala el Índice Para una Vida Mejor, que elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, “se sitúa arriba del promedio en todos los campos: calidad medioambiental, compromiso cívico, educación y competencias, balance vida-trabajo, estado de la salud, satisfacción, ingresos y patrimonio, empleo y remuneración, vivienda, seguridad personal y sentido de comunidad”.
A pesar de ello, Thunberg comparte con By Olsen una visión bastante cruel del mundo que les rodea y que expresan sin rodeos.
“Sólo hablan de crecimiento de la economía verde porque tienen demasiado miedo a ser impopulares. Sólo hablan de seguir adelante con las mismas malas ideas que nos metieron en este lío”, espetó en diciembre pasado a los dirigentes mundiales en la Cumbre del Clima en Polonia. Y en enero, durante un panel en el Foro Económico de Davos, Suiza, Thunberg acusó, con su gesto frío y su voz suave, que muchos de los presentes habían “sacrificado valores sin precio para continuar amasando cantidades inimaginables de dinero”.
La leyenda de Thunberg, que dice haberse interesado en el tema del calentamiento global a los 11 años, se escribió muy aprisa. Comenzó en agosto del año pasado, cuando una mañana, en lugar de ir a la escuela, decidió plantarse ella sola frente al Parlamento sueco con una pancarta que decía “Paro estudiantil por el clima”.
Diario, durante tres semanas, permaneció en el mismo sitio en horario escolar, exigiendo a su país un cambio radical para responder al calentamiento del planeta. Algunos diputados la pasaban a visitar para apoyar su causa, y algunos padres y niños la acompañaban por momentos. Los periodistas locales escribieron sus primeros reportes sobre ella.
Y así fue hasta las elecciones generales suecas del 9 de septiembre, en las que el partido de extrema derecha subió al tercer lugar, quedando sólo dos puntos abajo de los liberales conservadores.
Desde entonces Thunberg realiza su protesta únicamente los viernes.
Además de su activismo a tan temprana edad, la vida personal de Thunberg ha despertado un gran interés mediático. Su abuelo es un conocido director; su padre, Svante, es actor y representante de la madre de Greta, Malena Ernman, una famosa cantante de ópera en Suecia que, en 2009, concursó en el festival de la canción de Eurovisión.
Autismo y TDA
Greta y su hermana Beata, dos años más chica, padecen de autismo y trastorno de la actividad y la atención. Greta fue diagnosticada a los 11 años. Un reportaje del New York Times detalla que a esa misma edad su enorme preocupación por el cambio climático la hundió en una profunda depresión: no comía, dejó de crecer y sólo hablaba con familiares y una maestra.
Con su entrada al activismo climático fue poco a poco recuperando el ánimo. Se volvió vegana y dejó de viajar en avión por ser muy contaminante.
Sus padres escribieron un libro, Escenas del corazón –cuya portada muestra el rostro de Malena Ernman–, donde narran la crisis familiar que desató la enfermedad de sus hijas y el compromiso con la causa climática de Greta, quien los convenció de adoptar los mismos hábitos ecologistas que ella.
El volumen, de 224 páginas, salió publicado justo cuando Greta comenzó su serie de huelgas escolares en Estocolmo.
Con esos ingredientes de trasfondo, Thunberg se ha convertido en un fenómeno mediático que ha inspirado a otros jovencitos, que han salido a marchar los viernes en varias ciudades del mundo.
Este columnista asistió a la que encabezó Thunberg en Bruselas el pasado 21 de febrero, un jueves, el día de la semana que han elegido los estudiantes belgas para protestar. Lo hacen desde principios de enero y así continuarán hasta las elecciones europeas de finales de mayo.
El revuelo que causó la presencia de Greta en el cortejo (al que se unieron siete mil manifestantes) fue sólo comparable al que hubiera generado una estrella infantil de la música pop.
Los jovencitos, eufóricos, echaban porras con su nombre al verla pasar. Quizás más de una centena de camarógrafos y fotoperiodistas se amontonó bruscamente frente a ella o se subió en el techo de camionetas para poder sacar la mejor imagen. La policía tuvo que montar dos cordones de seguridad en torno a la activista y, al menos una ocasión, un agente de civil se vio obligado a extraerla de una turba de periodistas que la tenía atrapada.
No obstante, el arrastre en las calles ha sido desigual y no ha sucedido en todos los países. Las concurrencias oscilan entre cientos –como en París el 22 de febrero pasado– y algunos miles, como en Holanda, Australia o Alemania, país donde autoridades regionales de educación han amenazado con castigar a los alumnos que falten a clases.
Las marchas más numerosas han ocurrido en Suiza, con cifras que superan los 10 mil, y Bélgica, donde en Bruselas se llegó a congregar la inédita cantidad de 35 mil estudiantes el 24 de enero último.
Los estudiantes cuentan con el apoyo absoluto de los científicos del Grupo Intergubernamental Sobre el Cambio Climático, no así de los altos dirigentes políticos, que los tratan con condescendencia o incluso con cierta sospecha y desconfianza. Hay quienes sugieren que los adolescentes son manipulados por personas con intereses políticos.
Joke Schauvliege, la ministra de Medio Ambiente de la región belga de Flandes, donde emergió primero el movimiento estudiantil por el clima en el país, renunció a su cargo a principios de febrero, luego de que los servicios de inteligencia negaran haberle informado que las marchas eran instigadas por “terceros”, como lo aseguró públicamente.
Un ejemplo emblemático de que la clase política está subestimando las movilizaciones climáticas fue la invitación que recibió Thunberg para dar un discurso el 21 de febrero en Bruselas –aprovechando su asistencia a la marcha estudiantil– en presencia del presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, un viejo lobo de la política europea.
Resulta que la institución que la acogió fue el Comité Económico y Social Europeo, que no forma parte de la principal estructura de poder de la Unión Europea (UE). Y el acto en el que habló la adolescente sueca, además, fue una conferencia de temática general, que duró todo el día, sobre cómo la sociedad civil podía aportar al “renacimiento de Europa”.
En una parte de su breve discurso, Greta acusó a los políticos de haber “perdido décadas sin actuar y negando el cambio climático”.
Y agregó:
“Los políticos dicen que somos títeres y no sabemos pensar por nosotros mismos. Intentan por todos los medios desviar la atención que nosotros tenemos sobre el cambio climático y cambiar de tema. No quieren hablar de eso porque saben que no pueden ganar el combate. Porque saben que no han hecho su tarea, y que nosotros sí la hemos hecho (…)
“Nosotros hemos empezado a limpiar su desastre. Y no nos vamos a detener antes de que terminemos”.
La activista exigió a la UE que redoble sus objetivos climáticos, mediante los cuales actualmente pretende recortar 40% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, comparado con los niveles de 1990.
Juncker, que habló enseguida, felicitó a los estudiantes, presumió el esfuerzo financiero que está haciendo la UE en la materia, y se jactó de su compromiso con el Acuerdo de París y con el medio ambiente en los tratados comerciales con otros países. Y pasó a otro asunto.
Cuando en la conferencia de prensa se le preguntó a Thunberg qué pensaba de la respuesta de Juncker, contestó, lacónica, que éste simplemente le había dado la vuelta al punto. Y no dijo más.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 27 de febrero de 2019 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original.