BRUSELAS.- Desde agosto pasado, la prensa mexicana ha estado publicando información sobre la apertura en 2019 de la primera tienda en México de Ikea, la empresa sueca que se ha hecho internacionalmente famosa por sus muebles de diseño y objetos de decoración a bajo costo y que deben armar los propios compradores.
Según lo publicado, Ikea habría elegido para su primera aventura mexicana la ciudad de Guadalajara, en el estado de Jalisco, donde también instalará una fábrica de mobiliario, de acuerdo con fuentes anónimas que consultó la revista Expansión.
Esas aseveraciones están reforzadas por el hecho de que Ikea ha anunciado en sus plataformas de contacto con el público que busca reclutar personal en México, incluyendo un gerente de comunicación en la capital tapatía y un controlador financiero en la Ciudad de México.
La compañía nórdica no ha corroborado si entrará o no al mercado mexicano. La agencia de noticias Bloomberg le pidió que confirmara si tiene ese proyecto de incursión. La empresa sueca sólo respondió que “ve potencial en México para que Ikea llegue a tanta gente como sea posible”.
La misma solicitud envió este columnista a Josefin Thorell, responsable de información de Inter Ikea, la compañía afincada en Holanda que está encargada de las franquicias. Hasta este miércoles 17 no había llegado una respuesta.
En todo caso, cierto público y prensa mexicana han reaccionado con bastante entusiasmo ante la posible entrada al país de la multinacional escandinava. Esa prensa y sus lectores expresan admiración por la cadena sueca debido a su fórmula innovadora, su exitoso modelo de negocios y lo “chic” de sus productos.
Pero Ikea posee un enorme lado oscuro, que la vuelve una de las multinacionales más cuestionadas en Europa. La razón: su falta de ética corporativa. Sus críticos de plano la apodan el McDonald’s del mobiliario.
Desde hace tiempo se vienen publicando libros y artículos que describen al fundador y propietario de Ikea, Ingvar Kamprad –quien murió en enero pasado a los 91 años–, como un hombre mezquino y egoísta, con problemas de alcoholismo, que simpatizó con el nazismo en su juventud, prefirió residir por motivos fiscales en Suiza y nunca donó el dinero que prometió a organizaciones caritativas. Un perfil muy alejado al del gran emprendedor y hombre cálido, trabajador y ejemplar que la empresa divulga.
Igualmente, desde hace años reportajes de investigación o informes de organizaciones no gubernamentales acusan regularmente a Ikea de fabricar muebles de mala calidad, copiar burdamente los diseños de otras marcas europeas, o aprovecharse de sus clientes de países no tan ricos ofreciendo precios más altos.
A Ikea igualmente se le recrimina por fomentar la deforestación de bosques, montar turbias y complejas estructuras financieras en paraísos fiscales para evadir impuestos, y explotar a sus proveedores, a veces orillándolos a la quiebra.
Uno de los trabajos periodísticos que mejor resume esas acusaciones fue transmitido en diciembre de 2015 por la cadena de televisión pública belga RTBF.
Con el título “Ikea: bienvenido al reino del bajo costo”, la investigación periodística pone en tela de juicio las bases de funcionamiento del gigante sueco, que emplea casi 200 mil personas en más de 400 tiendas a escala global y cuyas ganancias en 2017 alcanzaron 2 mil 473 millones de euros (las ventas fueron de poco más de 36 mil millones).
Para comenzar aborda el diseño supuestamente “democrático” que defiende Ikea. El reportaje encontró que el poder de compra de cada país no determina el precio de sus productos. Mientras que su famosa biblioteca modelo Billy costaba en Bélgica 39.99 euros, en Rumania, donde el salario mínimo es siete veces más bajo, su costo era de 45 euros. En China, el precio del mismo producto alcanzaba 55 euros.
Sobre su estilo de creación, el reportaje belga explica que Ikea practica lo que denomina como “diseño de inspiración”, que le permite “apropiarse de las ideas” de las marcas que sí innovan en formas y materiales.
Un caso emblemático es el de sus sillas modelo Roxo, que son similares al de la marca francesa de muebles de jardinería Fermob, que se rehusó a bajar su calidad y precio para abastecer a Ikea cuando ésta se lo pidió. La calidad de las sillas suecas es mucho menor que las originales francesas y su precio seis veces más bajo.
La inspiración se convirtió en un delito de plagio en el caso de Emeco, la firma estadunidense de muebles, que acusó a la sueca de reproducir una silla suya, diseñada por Norman Foster en 2006. En mayo de 2017 ambas compañías llegaron a un acuerdo económico e Ikea reconoció su falta.
Sobre el tema de la calidad, un ebanista de la casa Rigaux, un reconocido fabricante belga de muebles, afirmó a la televisora que la madera del mobiliario que vende Ikea no es tal en realidad. Explica que es una mezcla de desechos de madera y muchísimo pegamento, que luego se envuelve con una película muy fina de papel con apariencia de madera.
El maestro ebanista comenta que los muebles de Ikea carecen de toque artesanal, pues son hechos industrialmente, y se hacen con la misma mala calidad desde hace por lo menos 35 años, según la conclusión de una prueba de laboratorio que muestra el reportaje.
Sobre la relación con sus proveedores hay mucho qué decir. Los reporteros buscaron en una tienda Ikea en Bélgica productos del país en venta. Sólo encontraron tarros de mermelada de pera; lo demás provenía de Paquistán, Polonia, Bangladesh, Estonia o Turquía.
Ikea es la culpable de la deslocalización de varias compañías que producen sus muebles. El programa exhibe lo que ocurrió con la empresa belga Balta, que fabricaba tapetes en Bélgica para Ikea. Balta abrió dos fábricas en Turquía y allá comenzó a hacer los tapetes. El salario turco es seis veces menor que el belga.
Otro caso expuesto es el de la empresa Green Sofa, que producía en sus talleres de Dunquerque, en Francia, el sillón modelo Hector de Ikea. Gracias a un contrato de exclusividad, Green Sofa llegó a emplear a 200 personas en la fabricación de 30 mil sillones Hector por año.
Para reducir los costos y poder continuar vendiendo a Ikea, la compañía decidió cerrar su fábrica francesa y trasladar la producción de sus sillones a Rumania y Polonia, aunque hechos con materiales más baratos y acortando el uso de tela.
Los extrabajadores de Green Sofa afirman ante las cámaras que la exclusividad con Ikea llevó al cierre de la fábrica en Francia.
Esa misma presión de la cadena sueca provocó en 2012 que 80 proveedores chinos prefirieran dejar de trabajar con Ikea. Uno de esos casos fue el de la fábrica Jayme, que la abasteció durante 16 años hasta que el propietario no pudo soportar más la baja de las condiciones de trabajo.
En el reportaje, otro de los dueños que se retiró confiesa que perdía más quedándose con Ikea. Cada año esa empresa le compraba 5 mil mesas que fabricaban 400 empleados. Recuerda que al principio el precio era correcto, pero después fue bajando. En un momento dado, el proveedor fue a pedir un aumento, pero Ikea se lo negó y además le exigió disminuirlo 5% más.
La multinacional europea, agrega el hombre entrevistado, vendía los productos al doble o al quíntuple del precio al que los compraba.
Y denuncia otra cuestionable táctica de Ikea: “Si un producto se vende mal y la cifra de negocios no es buena, Ikea busca un error en él y pide al proveedor anular o retrasar la entrega de pedidos ya hechos”.
En el reportaje, los clientes de una tienda Ikea en China opinan que los muebles son baratos, originales y de buena calidad, “y no como los productos chinos que son tóxicos”. Creen que están hechos en Suecia. Pero resulta que los muebles que vende Ikea en China están fabricados… en China.
Otro punto negro de Ikea es su opaca estructura empresarial, advierte la emisión europea. En Bélgica, la trasnacional sueca ha obtenido cuantiosas deducciones fiscales, que en 2014 fueron de 325 millones de euros. El impuesto belga sobre las empresas del tamaño de Ikea es de 34%, pero sólo pagó 2.9% el mismo año.
El grupo Ikea de Bélgica depende financieramente de otra estructura en Holanda, Inter Ikea, registrada como una fundación para volver a deducir impuestos. Ésta, a su vez, es sostenida por otra estructura en Luxemburgo, que se beneficia de un régimen de exoneraciones fiscales muy ventajoso, y por una más en Liechtenstein, creada con el mismo objetivo, explica el reportaje.
No se menciona, pero hay que recordar que a finales de 2014 el nombre de Ikea apareció entre las 340 trasnacionales que negociaron acuerdos en secreto con el gobierno de Luxemburgo para cortar de tajo sus obligaciones fiscales globales. Lo anterior fue revelado por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación que accedió a documentos oficiales del gran ducado.
Desde diciembre de 2017, la Comisión Europea realiza una investigación “a profundidad” sobre las posibles ventajas fiscales que recibe Ikea en Holanda.
El Partido Verde Europeo asegura que la empresa sueca evadió con esos arreglos alrededor de mil millones de euros en impuestos entre 2009 y 2014.
Finalmente, el trabajo periodístico de la televisora belga acusa la rapacidad ecológica de Ikea. Suelta un dato impresionante: la firma sueca, sólo ella, “consume 1% de las reservas madereras mundiales”, y sigue creciendo su voracidad (al ritmo de 200 millones de árboles por año, según otras fuentes).
El reportaje de la RTBF relata que Ikea incluso compró 33 mil 600 hectáreas de un bosque en Rumania para abastecerse de madera para sus productos. Los periodistas visitaron el lugar, y junto con activistas medioambientales rumanos intentaron sin éxito tener acceso a las instalaciones de una proveedora de Ikea, Sortilemn, acusada de cortar madera ilegalmente en los bosques transilvanos de Gherla, en el corazón de los Montes Cárpatos. Ikea ya había tenido problemas semejantes en Rusia.
A largo del programa, un vocero defiende a la compañía. Ikea presume ahí y en otras ocasiones que tiene buenas relaciones con sus proveedores –a los que supuestamente somete a estrictos controles éticos cuando se lo permiten sus facultades–, y que abraza un fuerte compromiso con los derechos laborales. Afirma que su estructura financiera respeta la ley europea y que dispone de avanzadas políticas de desarrollo sostenible que incluye la certificación de la madera que usa.
La posible llegada de Ikea a México puede ser motivo de alegría para algunos; pero también debería preocupar, de concretarse su implantación, que ese polémico monstruo sueco no dañe los derechos de los consumidores mexicanos y cumpla sin privilegios particulares y de manera transparente con sus obligaciones fiscales, laborales y medioambientales.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 17 de octubre de 2018 en el portal de la revista PROCESO. Aquí puedes leer el texto original.