París: a dos años, el terror sigue

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POR ÉMILIEN BRUNET / BRUSELAS, BÉLGICA

Después de los ataques terroristas perpetrados en 2015 en la capital francesa, muchos sobrevivientes o familiares de víctimas aún experimentan un desfase entre la vida que continúa y la que padecen en su interior

Valentina sobrevivió milagrosamente aquella terrible noche del 13 de noviembre de 2015 en la sala de conciertos Bataclan de París, donde fueron asesinadas 80 personas por un comando de terroristas suicidas islámicos.

Como en un vertiginoso ritmo de pesadilla, la joven de 30 años nacida en Mónaco recuerda que mientras un terrorista disparaba su arma a sangre fría contra la gente a su alrededor, ella se arrastraba protegida por su novio Adrien entre cadáveres y jóvenes malheridos hasta que pudo encontrar una salida.

La semana siguiente, según relató al diario Monaco Matin, estuvo sumida en lo que ella llama una “fase zombi”: totalmente pasmada emocionalmente, con dolor físico, un nudo permanente en el estómago, la sensación de revivir una y otra vez el horror de ese día y un sentimiento de culpabilidad por haber escapado a la muerte mientras otros no.

Cuando regresó al trabajo, un mes después, tenía problemas de concentración, y como una manera de protección psicológica, su mente trataba de olvidar los pasajes más sórdidos que había vivido.

Fue un viaje a Birmania lo que más le ayudó a recuperarse, sobre todo una temporada en la que se instaló en el campo. En compañía de su novio, Valentina fue entonces capaz de “racionalizar hechos que parecían extraordinarios a primera vista”. Le tomó más de seis meses “reencontrarse” a sí misma y “retomar el control” de su vida.

“Con ayuda del tiempo y del psiquiatra –confiaba Valentina–, uno regresa poco a poco a una vida normal”. Aunque quien perdió a un familiar o un amigo la tiene más difícil.

Después de dos años de los ataques terroristas en la capital francesa, cuyo saldo final fue de 137 personas fallecidas y más de 400 heridas, muchos sobrevivientes o familiares de víctimas aún experimentan un desfase entre la vida que continúa y la que padecen en su interior. Se preguntan cómo el mundo puede seguir girando y temen ser dejados de lado.

Y lo que es peor, cada nuevo atentado terrorista –Bruselas, Niza, Estocolmo, Berlín, Londres, Manchester– genera nuevamente entre los afectados estupefacción y desaliento.

“Ir al cine, a un concierto o a tomar algo a una terraza son pequeñas victorias”, explica el secretario general de la Federación Nacional de Víctimas de Atentados y Accidentes Colectivos (Fenvac), Stéphane Gicquel, al semanario galo Les Inrockuptibles.

Sin embargo, acotó, un nuevo atentado “fulmina todos esos esfuerzos: la angustia se vuelve a instalar y, a veces, hay que volver a comenzar el tratamiento médico que se había concluido”.

MEDIOS INSUFICIENTES

Tras los atentados de 2001 en Estados Unidos y la irrupción del terrorismo islámico, los países europeos y la Unión Europea (UE) como tal han adoptado un caudal de leyes con el propósito de reforzar su seguridad interior y la cooperación entre Estados miembros en ese rubro: creación del registro de pasajeros aéreos (PNR, por sus siglas inglesas), control sistemático de los ciudadanos europeos que ingresen al espacio común Schengen, reforzamiento del control de armas, unificación de los ficheros existentes para facilitar su acceso a la policía y los agentes de seguridad, extensión de la definición de terrorismo, ampliación de las facultades de Europol… aunque muchas de las medidas implementadas han significado un choque con las libertades ciudadanas.

Apenas el 1 de noviembre pasado, por ejemplo, entró en vigor en Francia una nueva ley antiterrorista –sustituyó al Estado de urgencia instituido una semana después de los atentados de París–, la cual pretende reforzar la protección de los ciudadanos, pero que debió eliminar la obligación de éstos, sometidos a un control administrativo y vigilancia, a proporcionar las claves personales de acceso a sus dispositivos de comunicación.

En Bélgica, que se encuentra actualmente sobre el nivel de alerta 3 de una escala de 4, a la que llegó luego de los ataques terroristas del 22 de marzo de 2016 en el aeropuerto y el metro de Bruselas que se cobraron la vida de 35 personas, los militares todavía patrullan las principales ciudades, como en Francia. Aun así, los atentados no han cesado y ocurren con frecuencia.

Son necesarios medios humanos y materiales. Tan sólo en Francia hay entre 15 000 y 18 000 individuos señalados por radicalización, lo que moviliza durante seis meses al conjunto de los servicios nacionales para verificar la peligrosidad de todos esos casos.

En realidad, señala en su blog el reconocido periodista galo Jean Quatremer, “desde el punto de vista de todos los especialistas, dado el tamaño de los desafíos, las policías y las justicias europeas han logrado hasta ahora, con recursos muy limitados, acotar la magnitud de los ataques sobre el territorio de la UE”.

Y es que los atentados terroristas de hace dos años en París marcaron el ascenso del llamado por los especialistas “terrorismo de cuarta generación”, que constituye “una amenaza más grave” para países como Francia, advierte Marc Hecker, investigador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri).

TERRORISMO OCCIDENTAL

De acuerdo con Hecker, la primera generación corresponde al terrorismo del periodo de la Guerra Fría, considerado únicamente como un medio para conocer una causa y negociar; la segunda generación se alza con los ataques de 2001 en Estados Unidos y el miedo a la multiplicación de los “hiperatentados”, por lo que Washington lanza su “guerra global contra el terrorismo”.

Con la caída del régimen talibán en Afganistán y la estrategia de descentralización y explotación de Internet por parte de Al Qaeda, el terrorismo de tercera generación, o “wikiterrorismo”, nace a mediados de los años 2000 con la aparición de “combatientes” terroristas formados en los países occidentales, que pueden cometer un atentado a nombre de aquella organización.

La generación más reciente del terrorismo representa un fenómeno a la vez “centrípeta” y “centrifuga”, dice el investigador del Ifri: por un lado, más de 5 000 combatientes extranjeros se han trasladado a los campos de entrenamiento del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, y el contingente francés es el más importante con un millar. Y en paralelo, alrededor de 300 franceses han regresado de esos países, algunos de ellos como potenciales terroristas.

Y va más allá el reconocido político y politólogo de Mauritania, Mohammad Mahmoud Ould Mohamedou, cuando afirma que se debe analizar al EI como “una organización cada vez más occidental”.

Desde su perspectiva, cada generación terrorista “aprende de su precedente”, por lo que el EI se transformará en una “entidad más híbrida” en términos de identidad, y de “naturaleza protoccidental”, cuya violencia “muy probablemente desplazará hacia las megalópolis urbanas de Occidente supertribalizadas”, es decir, las más multiculturales.

“La bandera del EI será así más importante que el propio EI: será un símbolo de rebelión extrema, un vector de violencia y un monstruo sangriento en la ciudad postmoderna”, pronostica el mauritano.

Lo mismo piensa Hecker. Señala que mientras no se comprenda a ciencia cierta qué empuja a cientos de jóvenes europeos a odiar el sistema al punto de quererlo destruir, no habrá programas eficaces que combatan su radicalización. Porque la lucha contra el EI, asegura, no se ganará sólo con militares y policías, sino también con sociólogos y psicólogos.

“Lo queramos o no, dice, el combate contra el salafismo yihadista debe ser ideológico o no servirá”. Su conclusión: “Todos, pero todos, debemos prepararnos a una pelea larga y cruel”. El sufrimiento de Valentina, desafortunadamente, espera a muchos europeos más.

*Este reportaje fue publicado en la edición del 12 de noviembre de 2017 de la revista CAMBIO. Aquí puedes leer el texto original➔