Quizá no haya palabras para definir lo que los integrantes de Nena –todavía concebido como grupo- sintieron hace 33 años cuando constataron la manera en la que, contra todo pronóstico, una de las canciones de su disco debut se convertía en el número 2 de los charts estadounidenses.
99 globos
La cadena de sucesos comienza, sorprendentemente, con la película alemana más comentada de principios de la década de los ochenta: Yo, cristina F. (Christiane F. -Wir Kinder vom Bahnhof Zoo). Basada en la autobiografía de la Christiane en cuestión, la cinta narra la dramática adicción a las drogas que padecen algunos adolescentes de Berlín del Oeste.
Además de por su crudeza, el filme adquirió una especial relevancia a nivel internacional gracias a la presencia de David Bowie, quien además de interpretar un pequeño papel colaboró para el soundtrack.
Hasta aquí, sin embargo, la presencia de Gabriele Susanne Kerner, nacida el 24 de marzo de 1960 y a quien media humanidad conoce como Nena, no pinta en lo más mínimo, y tal vez seguiría sin hacerlo de no haber existido una de esas extrañas combinaciones de hechos a las que más de uno prefiere llamar destino.
En una entrevista reciente, la propia Nena rememora la curiosa manera en la que la suerte jugó a su favor: “Christiane F., la escritora del libro, viajó a los Estados Unidos para promocionar la película. En su maleta llevó algunos de sus álbumes favoritos, entre ellos el nuestro.
Durante una entrevista que Christiane mantuvo con Rodney Bingenheimer (reconocido DJ de la estación de radio de Los Ángeles, KROQ) éste tomó nuestro material y puso 99 Luftballons. Luego de eso fue la locura. Recordé cuando yo tenía doce años y escuchaba discos que me abrieron el mundo, de repente yo formaba parte de ese mundo. Fue algo indescriptible”.
Indescriptible, cierto, aunque también podrían utilizarse otros términos como mágico, espectacular, anonadante. Quizá no haya palabras para definir lo que los integrantes de Nena –todavía concebido como grupo- sintieron hace 33 años cuando constataron la manera en la que, contra todo pronóstico, una de las canciones de su disco debut se convertía en el número 2 de los charts estadounidenses –detrás de Jump, de Van Halen- y además en su idioma, en la lengua con la que se hablaban entre sí y pedían la cuenta en los restaurantes y maldecían cuando algo iba mal. Desde que Marlene Dietrich lo hiciera en los años treinta, nadie había exportado al alemán cantado al otro lado del Atlántico de manera tan exitosa.
Presionados por ese ente oscuro conocido como marketing, los Nena lanzaron al poco tiempo una versión en inglés que no les gustó ni a ellos mismos pero que les consiguió el número uno en el Reino Unido y Canadá –la original ya había alcanzado la primera posición en las listas musicales de Australia, Austria, Bélgica, Japón, Holanda, Nueva Zelandia, Suecia, Suiza y, por supuesto, Alemania-.
En cuestión de meses, el hermoso rostro angulado y la sonrisa imperfecta de la frontgirl del grupo se convirtió en la imagen más conocida del país más allá de sus fronteras. El mundo había descubierto que además de automóviles, lavadoras y gomitas Haribo, Alemania hacía música muy buena que, bajo el título de Neue Deutsche Welle (nueva ola alemana) combinaba al pop y al punk con el sonido de los sintetizadores como elemento de cohesión.
El poder de la canción era –y es- tan rotundo que el rompimiento de la relación amorosa entre el baterista (Rolf Brendel) y la llamativa vocalista en el año de 1987, apenas a unos meses de que apareciera su cuarto disco, no hizo sino darle el tiro de gracia a un grupo que en cualquier caso ya se veía engullido por su propio éxito. Es probable que en aquel entonces nadie hubiese apostado porque algo fuera capaz de surgir de entre esas cenizas.Pero para Nena, apenas y se habían calentado los motores.
Close-up
Tiene 56 años pero aparenta cuarenta. O menos. Su sonrisa es aún imperfecta, es decir, que todavía armoniza perfectamente con la dulzura de sus facciones. Es madre de cuatro hijos –perdió a su primogénito, Christopher, cuando éste apenas contaba con once meses- y tiene tres nietos. Esta abuela del rock vive en Hamburgo y lleva más de veinte años con el mismo hombre y siempre le ha tenido miedo a la soledad.
Obsesionada con el presente, no tiene sin embargo empacho alguno en rememorar su pasado en las entrevistas que otorga, como si evocar a su natal Hagen, en el Land de Renania del Norte Westfalia, fuera tan bueno para su salud como la hora que cada día dedica a la meditación.
Una y otra vez ha hablado sobre esas tardes en las que se encerraba en una especie de tapanco de su casa con el único afán de escuchar un disco tras otro. El primero que compró fue Paranoid, de Black Sabbath, y con él se abrió un cosmos extensísimo en donde acabarían desfilando los Ramones y David Bowie, y también Blondie y sus amados Rolling Stones.
Pese a cantar ya en un grupo local –The Stripes- el sueño de Nena era salir de su pueblo, a sabiendas de que el mejor lugar que había en ese entonces para perderse de verdad era Berlín del Oeste. Y hasta allá se mudaría en 1982, justo en esa época en la que se sabía que si se desataba una tercera guerra mundial ese punto geográfico sería lo primero en ser borrado del mapa.
Sin dejarse amedrentar por amenazas nucleares, Nena pronto se vio a sí misma como una más entre las huestes de punks que en ese entonces poblaban el barrio de Kreuzberg y al igual que ellos no tardó en hacer habitual una o dos visitas por semana al SO36, club que a la fecha sigue ofreciendo conciertos y que, valga decirlo, arropó su producción más reciente: Nena – Live at SO36, grabada en el recital que brindó allí el 4 de marzo de 2015.
Comprometida en cuerpo y mente con la música, tan pronto llegó a Berlín Nena encauzó sus energías en formar el grupo al que le prestaría su talento vocal y, de paso, también ese apodo que se había ganado de niña durante un viaje familiar por España: “Nena, nenita, qué bonita eres”, le decían las señoras ibéricas de faldas largas a esa pequeña de ojos avispados, bautizando sin saberlo a uno de los iconos pop alemanes más importantes de la actualidad.
Tras el hitazo de 99 Luftballons y el posterior descalabro de la banda, Nena, ya como solista, permaneció en el camino como si ni cosa ni la otra hubiesen sido demasiado importantes. Ese aparente desenfado con el que se toma ciertos asuntos parece ser parte de su naturaleza y se hace más evidente en aquellas ocasiones en las que la cantante habla de sí misma.
En esos casos su tono de voz es inalterable, ya sea que se le pida su opinión sobre los principales retos de la maternidad o se le cuestione sobre su experiencia como coach en el programa de televisión, The Voice of Germany, en el que participó por tres temporadas.
Nena, la Nena real o, mejor digamos, la incombustible Nena sólo aparece cuando está bajo los reflectores. Allí no se le ve domesticable ni mucho menos puede ubicársele como la abuelita afable con la que uno pudiera cruzarse en la cola del supermercado.
En tales momentos sólo hay espacio para el monstruo del escenario que embruja a las audiencias y cuyos discos han vendido más de veinticinco millones de copias, para aquella que quizá sea la única estrella musical del mundo que puede presumir estar tan en forma como la mismísima Madonna. 17 discos de estudio y 6 en directo realizados en poco más de tres décadas atestiguan no sólo una vitalidad inagotable sino también un hecho clave: Nena es de esos casos únicos de la constelación artística que en definitiva no podrían haberse dedicado a otra cosa.
En alguna entrevista confesó que de no haber escuchado a los Rolling Stones en edad adolescente no sería lo que es, “probablemente me habría convertido en secretaria o algo así”, pero es fácil intuir que dicha afirmación guarda poco de verdad, que aunque tardase un poco más de tiempo en tener esa suerte de relevación o ésta hubiese llegado de otras maneras –digamos, tras oír una canción de The Clash- Gabriele Susanne Kerner estaba “condenada” a entregar tres cuartas partes de su vida a un manojo de canciones. En el argot del flamenco a esa condición artística, a esa relación armónica con la música se le llama “tener duende”. Y de eso, sin duda, Nena tiene mucho.
El futuro
Tras lo dicho, obvia concluir que la carrera de Nena todavía dará mucho de qué hablar. Hará apenas un par de meses incursionó con su grupo en la que fue su primera gira por los Estados Unidos y todo indica que continuará con la costumbre de componer e interpretar canciones en los años venideros.
Ello obedece, claro está, a su talentosa hiperactividad pero también a una actitud para con su entorno que nunca ha dejado de ser un tanto irreverente: “para mí elpunk nunca ha sido destruir el cuarto de un hotel… tiene que ver más con un asunto de encontrar la libertad interior”.
Su impronta, en cualquier caso, ha quedado asegurada para la posteridad, y para corroborarlo baste con citar una anécdota de 2006, año en el que una cadena de televisión estadounidense comprometida con la recaudación de fondos para las víctimas del huracán Katrina permitió a los televidentes que hubiesen donado 35 mil dólares o más programar los videos que quisieran a lo largo de un día.
Uno de ellos, el que presumiblemente había donado la mayor suma, dedicó por entero la hora que le correspondía a transmitir un solo video. O más bien a dos que, con ligeras diferencias, en realidad son el mismo: 99 Luftballons y 99 Red balloons.
Nada mal para una canción que hablaba sobre los miedos de una guerra capaz de destruirlo todo y que iniciaba con las líneas Hast du etwas Zeit für mich…
*Este artículo es reproducido con autorización del autor y del Centro Alemán de Información, que lo publicó originalmente en octubre de 2016. Aquí puedes leer el texto original➔