BRUSELAS (apro).- Mucho se ha estudiado la propaganda estadunidense, pero también es materia de investigación académica la que ha propagado tan activamente en los últimos años el régimen de Vladimir Putin y que tanta preocupación ha despertado en Europa y Estados Unidos.
Uno de los expertos que más ha estudiado la guerra informativa de Moscú es el exreportero ruso Vasily Gatov.
Según su biografía oficial, Gatov es investigador de la escuela de periodismo Annenberg Center on Communication Leadership & Policy de la Universidad del Sur de California y miembro del Consejo de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias (WAN-IFRA por sus siglas en inglés). Ha sido igualmente ejecutivo y estratega de compañías mediáticas rusas privadas como REN TV o Media3, y más recientemente de la estatal Ria Novosti. Actualmente prepara un libro sobre el resurgimiento de la censura de corte soviético en la prensa rusa.
En una entrevista publicada en septiembre de 2015 por el portal Defense Matters, Gatov explicó las tres “capas” en que él divide las actuales “actividades de info-guerra” del gobierno ruso.
La primera “capa” es de tipo militar.
Gatov expone que desde que Putin llegó al poder, Rusia ha desarrollado una “narrativa particular” que parte de un “hecho fundacional”, el cual interpreta la historia reciente de Europa y del mundo de una manera “totalmente subjetiva”. Se trata de una “interpretación tendenciosa” y “revanchista” de lo que significó la caída de la Unión Soviética en 1991, la que Moscú considera “una victoria ilegítima” de Occidente.
Rusia ha fomentado un sentimiento de “humillación”, continúa el profesor Gatov, que se sirve de “profundas raíces psicológicas” y es “muy útil” para propósitos militares. Es difícil saber –reconoce el investigador– si esa narrativa es utilizada por los dirigentes rusos “para construir el apoyo para una invasión o un conflicto militar mayor”, para “camuflar” otros movimientos estratégicos, o sólo para enviar “un poderoso mensaje a Occidente: ‘soy tan peligroso y estoy tan indignado que mejor no te metas conmigo’”.
La segunda “capa” de “actividad informativa” rusa es de aspecto político.
Gatov subraya que esta capa es “más avanzada y más cínica” que la militar y refleja el pensamiento de los “siloviki”, como se le llama al grupo de poder que rodea a Putin y cuyos miembros provienen, como él, de los servicios de seguridad.
El entrevistado señala que tales individuos son “extremadamente pragmáticos” y sostienen los mismos objetivos que las élites rusas desde mediados del siglo XIX con la guerra de Crimea, la que el Imperio ruso perdió contra la alianza entre el Imperio otomano, Reino Unido y Francia. Ese objetivo es inducir la división entre potencias europeas, lo cual actualmente requiere perturbar sus relaciones con Estados Unidos. Para lograr dicho objetivo, el Kremlin conduce “activas operaciones mediáticas”.
Gatov señala que el “problema político” de Rusia es que jamás se ha “acomodado” a ninguna forma de alianza entre otras potencias que “no amenace su existencia inmediata”. Da igual: Rusia se siente insegura. Cuando sí existe una amenaza “existencial” –como sucedió con el régimen nazi o a principios de siglo XIX contra el ejército napoleónico–, Rusia se convierte en un Estado aliado, para luego volver a la desconfianza. Un ejemplo que muestra con “perfecta claridad” esta “problemática política” rusa sería el régimen de Joseph Stalin, quien –de acuerdo con Gustav–, definió el mundo de la posguerra al “sólo confiar en las alianzas que él construía”. Cualquier otra alianza era considerada por defecto enemiga de Rusia y de sus intereses.
“La cuestión interesante es que la actual élite rusa está menos convencida de lo que está haciendo: son más corruptos, no sólo desde el punto de vista delictivo, sino en términos de ideología occidental. Por eso no pueden desarrollar una ideología continua como en los tiempos soviéticos. Reemplazan el comunismo por Rusia. Una Rusia rodeada de enemigos”, menciona Gatov.
El mecanismo que usan los “siloviki” para reforzar esta mentalidad “es natural”. Funciona como un conocido experimento del psicólogo ruso-ucraniano y realizador de documentales científicos durante la Guerra Fría, Felix Sobolev. Se trata de aquel en el que crea una red telefónica cerrada con un grupo de adolescentes, a quienes filtra información incompleta para ver cómo la manejan. Descubrió que las historias que acercaban más a los adolescentes, que los unía, o aquella que los hacían sentir un peligro común, volvían la comunicación más rápida, larga y más extensiva. Aquellas que los dividían eran desechadas.
Tal narrativa –prosigue Gatov–, está instalada en las “acciones de política” del régimen ruso, y “su énfasis está siempre puesto en la negación de lo que está mal, de la parte destructiva. Un análisis de esa narrativa muestra que, en los últimos años, el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso ha regresado a la lógica de comunicación de Stalin. Ciertos rusos lo perciben inmediatamente”.
Finalmente, Gatov se refiere a la tercera “capa” como “un impresionante museo de técnicas de propaganda de la época soviética” a las que responden los cerebros de la gente con esa herencia ideológica. El experto considera a esta capa una especie de “museo de armamento”. Son los complejos que se esconden en el consciente colectivo de cualquier nación, pero que en el caso de Rusia son abundantes y con un fuerte potencial de movilización.
Gatov explica que Rusia ha sido invadida muchas veces en su historia por invasores poderosos y, aunque nunca ha sido vencida dentro de sus fronteras, “la presunción de que hay enemigos que quieren atacarla está profundamente arraigada en la consciencia pública” rusa.
Hay otros elementos interesantes de los que habla Gatov en la mencionada entrevista con Defense Matters.
Vale la pena citar sus explicaciones:
“Uno debe hacer una clara distinción entre el ‘arma del contenido’ de la propaganda (llamémoslas ‘ojivas’) y los distribuidores (llamémoslos ‘misiles’). El ‘arma de contenido’ existe como una secuencia de acontecimientos políticos y a la propia existencia física de Rusia, por lo que podemos establecer que existe por defecto. El costo de esta ‘ojiva’ puede variar de cero a una suma muy sustancial, que es modesta asumiendo el presupuesto nacional de Rusia.
“Pero a veces –continúa Gavot– necesitas un distribuidor muy caro que debe propagar el mensaje, específicamente si éste pretende romper espacios mediáticos nacionales protegidos e intimidar a las audiencias ahí. En ese caso el dinero se vuelve crucial. Hablamos de RT (antiguamente Russia Today), Sputnik International y la restaurada Ria Novosti (MIA Rossya Segodnya). Esta brigada es reforzada por la Diaspora Russian Press, un conglomerado de periódicos en ruso y estaciones de radio en el extranjero que goza del apoyo del ministerio para las Relaciones con los Rusos en el Exterior”.
Prosigue: “Esta red requiere de mucho dinero porque la gente que está haciendo esto por Rusia es bastante voraz y corrupta. Entre 2007 y 2015, RT recibió al menos 120 millones de dólares por año con picos en 2013 y 2014 de 400 millones cada año. Sputnik y la ‘nueva’ Ria Novosti recibe un presupuesto total de casi 200 millones de dólares anuales. El problema es que esos presupuestos, aunque no son de infarto, han sido sistemáticamente gastados”.
Y añade: “Un análisis formal del contenido que provee RT, Ria y Sputnik muestra un único objetivo: la intimidación del destinatario. La comunicación no tiene como objetivo ‘convertir’ al destinatario, sino crear en su cerebro un revoltijo (de información) que desacredite por completo el concepto de verdad”.
¿Cuál debería ser la reacción de Occidente? La “contención sin esfuerzos”, responde Gatov. No invertir en contención militar, económica o política.
Detalla: “Claro que los líderes rusos, y en particular Putin, quieren hacerse escuchar, quieren que el mundo reaccione a sus mensajes. Pero es más complejo de lo que parece insertar la agenda de Rusia en la UE o en la agenda global. Putin necesita la reacción de Occidente, que utiliza en su política interna, en propaganda doméstica y en la configuración de su agenda. Por lo tanto, entre menos reacción exista, menos capital político es entregado a Rusia y más posibilidades hay de por lo menos hacer negociar al Kremlin”.
Gatov abunda en su razonamiento: “Todas las técnicas de propaganda y contrapropaganda están basadas en el conocimiento de uno mismo. Civiles y militares conocen este arsenal. Cuando el mundo era un poco más normal, las oxidadas armas que servían para el engaño se pusieron a reposar en un lugar escondido. Pero luego Rusia decidió que Occidente mantenía campañas de propaganda en el país que buscaban desestabilizar los poderes centrales. No importa si esta percepción tenía una base sólida o si era completamente ficticia, el hecho es que la respuesta de Rusia fue construir su propio arsenal: RT, Sputnik y su prensa satélite”.
Continúa Gatov: “Como Putin y sus subordinados insistieron en la existencia de operaciones encubiertas de medios y de propaganda que eran de algún modo dirigidas por traidores del Departamento de Estado estadunidense y de ‘agentes extranjeros’, es decir organizaciones no gubernamentales que habían recibido fondos internacionales, las cargas de RT y de otros ‘cañones’ se hicieron más y más agresivas y venenosas.
“En paralelo, la cobertura doméstica de los asuntos globales se había completamente transformado en la forma de reportes dignos de tiempos de guerra que hablaban sobre la heroica Rusia resistiendo un asalto masivo contra sus intereses”.
El investigador concluye con una comparación: “Si Rusia fuera un humano, su caso ameritaría una llamada de emergencia psiquiátrica para que paramédicos especialmente entrenados llegaran y fajaran fuertemente los brazos del enfermo y así prevenir que se haga daño él mismo (…) La mejor política occidental frente a esta situación de guerra de información es dejar a Rusia tan sola como sea posible con sus fantasías”.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 25 de diciembre de 2016 en el portal de la revista PROCESO.Lee aquí el texto original➠