Por Émilien Brunet
Los artistas urbanos nacidos en México siguen sin ser profetas en su propia tierra, pero lejos de casa, sin censura, sus trazos sobre la realidad de nuestro país se han vuelto tendencia
Bruno De Lille se ve feliz. El ex ministro de Movilidad de Bruselas y actual diputado local observa el muro lateral de su casa de tres pisos, y suelta una sonrisa de oreja a oreja.
Agradece a su marido, quien tuvo la iniciativa de inscribir el muro de su vivienda en el primer programa comunal destinado a impulsar que artistas urbanos llenen de vida las calles del centro de Bruselas.
Nunca imaginaron que serían los primeros elegidos y, mucho menos, que los artistas asignados fueran dos jóvenes mexicanos de Querétaro: Himed & Reyben.
Lo demás fue una increíble suerte. Sin conocer a De Lille ni saber de su afiliación en el partido ecologista, Himed & Reyben presentaron un proyecto a favor de los combustibles renovables, y fue aceptado de inmediato. Trepado en un barril de petróleo, un muchacho dibuja en la pared unas aspas eólicas que, a primera vista, parece que forman el símbolo de la energía nuclear, el famoso trébol radioactivo.
EL BOOM
Mientras la concejal de cultura de la capital belga inauguraba el mural de los diseñadores queretanos, otro artista mexicano, el caligrafista Said Dokins, realizaba para el museo de arte urbano de Múnich, en Alemania, una obra monumental de más de 1 000 metros cuadrados sobre la pared de una antigua terminal eléctrica. Es el mural más grande de esa ciudad.
En ese momento, también “el maestro del color”, Farid Rueda, dejaba sus impresionantes obras de animales en estilo mexicano en Francia, Estonia, Serbia y Croacia. Y el michoacano Spaik animaba igualmente, con sus aves en movimiento y pletóricas de mitología latinoamericana, muros franceses y de la festiva isla española de Ibiza.
Y no hay que olvidar a Cix, artista radicado en la Ciudad de México, quien fue invitado a pintar sus alucinantes escenas y personajes prehispánicos/futuristas en un hotel de Bruselas y, posteriormente, en un gigantesco lienzo que será exhibido en el museo del arte urbano que abrirá en 2018 en Ámsterdam, Holanda.
Para ninguno de ellos fue su primera experiencia del otro lado del océano Atlántico. En el caso de Said Dokins eso ocurrió hace ya una década. Tampoco es raro que varios street artists mexicanos coincidan al mismo tiempo en Europa. Y es que con su característico colorido y su mágico imaginario, el arte urbano de nuestro país atrae cada vez más el gusto de los europeos, contribuyendo con su estilo al embellecimiento del espacio público del Viejo Continente.
Algunos incluso han conseguido atrapar la atención de las galerías europeas especializadas. Estas exhiben y venden sus obras en pequeños formatos a coleccionistas que quieren ponerse a la moda comprando street art.
Sin embargo, la mayor parte de los artistas urbanos prefiere lo suyo: trabajar en la calle, mancharse de pintura y tener contacto con los vecinos del barrio y la gente que pasa.
Como dice Himed, “estar en un lugar que no conoces y convivir con la gente es una experiencia de aprendizaje que se refleja en tu persona y en tu trabajo artístico”.
Los artistas mexicanos se han tenido que adaptar, para empezar, a la estricta reglamentación europea de urbanismo.
Aquí no basta con tener el permiso del propietario de un muro para darle vuelo a la imaginación; hay que contar también con el de la autoridad de urbanismo, y eso toma tiempo. Los gobiernos locales a veces se vuelven propietarios legales del mural y deben ocuparse de su conservación.
Resulta increíble para un mexicano enterarse de que, por ejemplo, en algunas localidades francesas no se puede elegir el color de la fachada, que está limitado a opciones discretas
De los proyectos improvisados o ilegales, ni hablar, a menos de querer correr el riesgo de ser descubierto y multado.
Desde Alemania, Said Dokins cuenta que, por normativa de ese país, debió proteger con sábanas de plástico los automóviles estacionados en las cercanías del mural que pintó en Múnich. Si los ensuciaba, la organización anfitriona tenía que indemnizarlos. “¡Y era puro BMW!”, dice entre risas el artista y también filósofo.
Lo cierto es que las condiciones de trabajo en Europa son muy buenas para los mexicanos, y se les ofrece plena libertad temática y creativa.
En Europa hay más apertura, opina desde Suecia Himed, cuyos murales tocan temas políticos y medioambientales.
Refiere que “no hay la misma censura que en México”, donde incluso en festivales les han exigido modificar sus proyectos originales. En ese sentido, quizás por eso no es extraño encontrar, plasmados en paredes tan lejanas, los graves problemas de violencia y corrupción que aquejan a nuestro país.
COLOR Y CONCEPTO
Cuando salta el tema, los artistas mexicanos del llamado street art suelen decir que trabajar en Europa no los ha hecho ricos. Quienes son más conocidos confiesan que sus murales en Europa son pagados más o menos igual que en México. Los otros opinan que en su país el arte urbano está desvalorizado y el recibimiento en Europa es mucho mejor, incluso el apoyo material y la paga.
Señalan que un organizador europeo puede desembolsar el equivalente a más de 50 000 pesos por un mural realizado por un artista mexicano.
Pero no todo es miel sobre hojuelas, pues en muchos casos el pago es inferior o no lo hay. Sin embargo, el anfitrión se ocupa del alojamiento, la alimentación, los materiales y el transporte de la ciudad europea de donde venga el artista.
Son menos los que pueden solventar –generalmente con dinero público– el precio del avión para traerlos desde México.
Lo que de verdad motiva a estos artistas es la enorme experiencia personal que les aporta desenvolverse en otras culturas, que además suelen ser muy receptivas a su trabajo.
Porque hay que reconocerlo: la explosión de color fascina visualmente a los europeos, y también aprecian la reflexión que conlleva el llamado “nuevo muralismo mexicano”, que ofrece desde contenido político hasta un diálogo con la naturaleza o con nuestras raíces prehispánicas.
Sea con acrílico o aerosol, pintura tradicional o esténcil (plantilla) –como Himed & Reyben o el combativo colectivo oaxaqueño La Piztola, que ha expuesto en Londres–, los artistas mexicanos se distinguen también por su espíritu libre.
Y ese panorama artístico se enriquece todavía más con propuestas innovadoras como la del “caligrafiti” de Said Dokins, o su bella serie de instalaciones luminosas, realizadas a lado de Leonardo Luna y tituladas Heliografías de la memoria, con la que se acaba de inaugurar la Bienal de Arte Contemporáneo de Dresden.
A principios de mes otro Leonardo Luna, pero este dedicado a la fotografía y de profesión biólogo marino, colaboró con el muralista oaxaqueño asentado en Baja California Sur, Ulises Martínez y presentaron en Bruselas el proyecto El color de la memoria.
Como puede apreciarse, el arte urbano mexicano vive su mejor momento en el Viejo Continente y parece que, mientras sea fiel a su esencia, continuará abriéndose puertas en estos lares. Ahora, toca a las nuevas generaciones de artistas urbanos aprovechar ese reconocimiento y la brecha que han abierto ya estos artistas, en un medio cada vez más competitivo.
*Este reportaje fue publicado en la edición del 26 de agosto de 2017 de la revista mexicana Cambio. Lee aquí el texto original➪