Hackers del bienestar

Por Émilien Brunet

Hace cuatro años, Jérémie se sentía atrapado en una crisis de agotamiento y estrés laboral. Como muchas personas, a sus 35 años, él se sentía al borde del burnout.

Sin embargo, su estrés era algo peculiar pues había dejado de ser “cualquier persona”. Jérémie Zimmermann es el hacker francés que ganó fama adicional al participar con Julian Assange, Jacob Appelbaum y Andy Müller-Maguhn –la crema y nata del hacktivismo– en un diálogo sobre el control totalitarista de Internet, del cual se desprende el libro Cypherpunks, publicado en 2012.

Un año más tarde, ya no soportaba el ritmo tan acelerado que llevaba su vida como vocero de La Quadrature du Net, una conocida organización civil con sede en París que defiende las libertades en Internet y que fue fundada en 2008 por él y otros activistas y promotores del software libre.

Redactar, uno tras otro, boletines de prensa; dar entrevistas; viajar a Bruselas o Estrasburgo para intentar convencer a los diputados del Parlamento Europeo de que legislaran a favor de la neutralidad y la privacidad en la red, mientras batallones de cabilderos profesionales hacían lo mismo pero en sentido contrario; asistir a conferencias internacionales… así era su día a día y Zimmermann sentía la imperiosa necesidad de hacer mucho más y a una mayor velocidad.

“Cuando recuerdo mi vida de aquella época, me doy cuenta de que la mitad de las cosas que hacía no eran indispensables; mi mensaje habría sido escuchado igual haciendo mucho menos. No tenía un ritmo equilibrado”, cuenta el programador galo, quien como muchos otros personajes del medio de los hackers, los activistas y los lanzadores de alertas (whistleblowers en inglés), es muy apasionado.

“(Los hackers) no hacen ninguna diferencia entre el trabajo y el resto de su vida. Sacrifican todo por su pasión: el descanso, las relaciones personales y hasta la alimentación. He visto a muchas personas del medio caer en la depresión, sufrir un burnout o simplemente abandonarse, debido a la enorme presión a la que estaban sometidas”.

Un caso reciente fue el del hacker alemán Stephan Urbach, quien ya había programado la desactivación de sus cuentas en Internet días antes de la fecha en que había decidido suicidarse, lo cual finalmente no sucedió.

Urbach, quien había colaborado con activistas sirios a fin de burlar el bloqueo informativo del régimen dictatorial de Bashar al-Assad, escribió el año pasado un libro acerca de su experiencia titulado Reinicio.

Pero no todos han tenido la misma suerte. El famoso programador y activista político estadunidense Aaron Swartz no resistió la presión y finalmente se suicidó el 11 de enero de 2013 –tenía apenas 26 años–, tras haber sido acusado por el gobierno de su país de haber cometido 13 crímenes informáticos, que lo enfrentaban a multas por cuatro millones de dólares y a más de 50 años de prisión.

Es notorio que a Zimmermann el tema le consterna. Rehuye hablar de Swartz y prefiere narrar el instante que de alguna manera salvó su vida. Fue el día en que conoció a Emily King, una joven psicóloga que se había reinventado. Sin embargo, su historia no tenía nada que ver con el ciberespacio, pues ella se había vuelto una artista del masaje.

“Emily me platicó que aprendía técnicas de masaje de todo el mundo, las combinaba y que hablaba con las personas para entender lo que las afectaba. Le conté que no podía más; yo había dormido sólo tres horas en una semana”.

Emily le dio masaje durante una hora. Zimmerman aún recuerda ese día con asombro: “Terminé completamente sereno, recentrado en mí mismo. Durante muchos años no me había sentido mejor. Abrí los ojos y le dije: ‘Eres una hacker, porque haces las cosas sin seguir las reglas’. Una semana después nos vimos y decidimos poner esas competencias al servicio de los hackers, activistas y lanzadores de alerta”. Así fue que nació en Berlín el proyecto Hacking with Care.

ESPACIOS DE PAZ

Hacking with Care es un experimento único en su especie que, por increíble que parezca, consiguió llevar la cultura del hackeo al terreno del bienestar físico y emocional.

Basándose en aquella definición básica del hacker como una persona que modifica el uso de los sistemas con el propósito de emplearlos en formas no pensadas en su origen, a Zimmermann se le ocurrió la idea de hackear ciertas técnicas de bienestar administradas por quienes participan en el proyecto y volverlas accesibles a sus colegas más vulnerables.

Emily se interesa en la medicina tradicional china y él en la meditación, aunque también hay miembros que ofrecen conocimientos en herbolaria, yoga o que son médicos profesionales en psicoterapia.

El masaje es el eje conductor. Y es que Zimmermann lo compara a las redes peer to peer (persona a persona) propias de la informática, que permiten el intercambio directo de información entre dos computadoras.

“El masaje puede aprenderlo cualquiera y transferirlo a otra persona. No es como la oncología, para la que hay que estudiar Medicina. Es como la diferencia entre el software y el hardware. El primero lo puede aprender uno con sólo acceder a una computadora. Para el segundo hay que tener acceso a componentes y disponer de fábricas. Comenzamos de manera natural con la tecnología más accesible y fácil de compartir”, explica Jérémie.

Al mismo tiempo, con la finalidad de desempeñarse correctamente, los miembros del grupo que suministran los cuidados personales –disponibles en su página en formato wiki– asumen también la ética y las herramientas propias de la seguridad hacker. Aprenden, por ejemplo, a codificar sus comunicaciones, retirar la batería del celular o tomar notas a mano, y no en la computadora.

El colectivo, subraya Zimmermann, funciona “a ritmo humano, lentamente, como un árbol que toma su tiempo y no como plantas irrigadas con productos químicos a fin de que crezcan lo más rápido posible”.

Algunas personas los tachan de ser una “banda de hippies”, no obstante, incluso esas han regresado uno o dos años después con el objetivo de confesar que finalmente habían entendido el proyecto porque conocieron un caso cercano de burnout o lo sufren ellos mismos.

“Hay personas –comenta el hacktivista– que han crecido frente a una computadora, solos, o aislados durante su juventud, realizando una actividad muy intelectual, pero distanciados de las cuestiones corporales. Toma tiempo darse cuenta que podemos necesitar ayuda y pedirla: para muchos es dar un gran paso”.

Hacking with Care no está diseñado con el propósito de ser un proveedor de servicios comerciales. Zimmerman lo define más bien como “un colectivo informal que produce momentos y materiales para encontrarse con uno mismo”.

Y profundiza: “No nos identificamos en términos de número de empleados o presupuesto anual; no publicamos comunicados de prensa, no tenemos miembros ¡y ni siquiera tenemos cuenta bancaria! (risas). Somos lo más ligero posible para poder ser muy flexibles”.

En la práctica, el equipo de colaboradores de Hacking with Care se instala en congresos y espacios para hackers. A veces ofrecen masajes; otras, sólo un sitio tranquilo donde se pueda charlar mientras se bebe una taza de té.

Es importante destacar que cuando la problemática de alguien que busca asesoramiento rebasa las posibilidades de Hacking with Care, se le canaliza a la atención clínica profesional.

“Dependiendo de lo que tenga la persona, nosotros le aconsejamos tomar vacaciones, comenzar la meditación, aplicarse masajes, alejarse de las computadoras o dar paseos. Pero si percibimos que hay algo que no conocemos, vamos a decirle que vaya al hospital a ver a un psicólogo. Lo más importante para nosotros es la orientación”, advierte Jérémie.

Hacking with Care organiza también sus propios eventos, llamados pop up care sessions (sesiones eventuales de cuidados) en los locales que tiene en Berlín la asociación c-base hackerspace, justo donde tienen su sede organizaciones como Chaos Computer Club, Wikipedia y el Partido Pirata.

“He pasado horas, incluso días, con algunas personas”, cuenta Zimmermann, quien recuerda una ocasión en que un asistente a una de sus sesiones colectivas preguntó mediante un sistema anónimo de pequeños papeles qué hacer cuando una persona no se deja ayudar.

Zimmermann respondió que a veces uno no es capaz de brindar ayuda porque es muy cercano a la persona afectada o no está preparado emocionalmente si existe una relación amorosa con ella, casos en los que falta una distancia razonable que sí puede tener un terapeuta profesional.

Al final de aquella sesión, un muchacho se le acercó: “Me preguntó lo mismo: capté que quien no quería su ayuda era una mujer con la que tenía una relación. Él estaba angustiado y sufría. Tenía ya un problema también. Como si no me hubiera dado cuenta que se trataba de él, le di a entender que primero debía protegerse y tomar distancia de la persona en cuestión, o simplemente dejar de intentar ayudarla y buscar un profesional”.

Jérémie se cruzó con el mismo joven seis meses después. Y su vida era otra: “Con una sonrisa de lado a lado me dijo: ‘Gracias por tu consejo, funcionó’. Y es que a veces es suficiente estar en el buen momento para ayudar a alguien; poder dar una perspectiva diferente para así desbloquear una situación”.

Zimmermann sueña llevar a México Hacking with Care, sobre todo porque Berlín y la Ciudad de México –donde hace unos años él participó en un encuentro del hackerspace chilango Rancho Electrónico– son sus ciudades favoritas.

*Este reportaje fue publicado en la edición del 25 de junio de 2017 de la revista mexicana CAMBIO. Lee aquí el texto original▶