CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El lunes 28 de marzo el representante en México de la Oficina contra la Droga y el Delito, Antonio Mazzitelli, adelantó que la Sesión Especial de la Asamblea General de la ONU sobre el problema mundial de las drogas (UNGASS, por sus siglas en inglés) –que tendrá lugar en la sede del organismo en Nueva York del 19 al 21 de abril– declarará que la guerra contra los estupefacientes, puesta en marcha hace 35 años, se acabó.
El gobierno de Enrique Peña Nieto salió con una declaración rebosante de humor negro. La postura de México en tal reunión de la ONU, advirtió el subsecretario de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Miguel Ruiz Cabañas, será la de “poner énfasis en la persona humana (y) concebir el problema de las drogas como un problema básicamente de salud pública”, justamente lo contrario a lo que ha hecho.
México es probablemente el mejor ejemplo del fracaso de la guerra contra las drogas, la cual el gobierno se empeña en continuar a pesar de las numerosas voces autorizadas que la reprueban. El régimen peñanietista parece seguir viviendo, como sus antecesores panistas, en una especie de mundo medieval en la materia. La estrategia antidroga que defiende el gobierno mexicano ha resultado en un desastre humanitario, político y económico, pero también ha significado una derrota cultural, sobre todo ante los jóvenes de los países consumidores, como los europeos.
Las drogas de todas partes del mundo circulan con relativa facilidad en las calles o centros de diversión nocturna de París, Ámsterdam, Bruselas, Londres, Budapest… y son consumidas sin ningún remordimiento por parte de los muchachos que las adquieren. No es raro que, por ejemplo, clubes famosos de música electrónica en Europa permitan o asuman ellas mismas la venta de estupefacientes, tal como este columnista constató recientemente en Berlín o Praga.
Los jóvenes de estos países no imaginan a sus soldados saliendo un día a combatir a las mafias locales del narcotráfico. Más o menos permisivas, las políticas europeas han favorecido cierta “normalización” del consumo de drogas en aspectos de la vida social. Por más que las políticas prohibicionistas han buscado satanizar y criminalizar el consumo de drogas, la realidad sociocultural de algunas naciones europeas ha impuesto otra dirección.
Un par de casos ilustrativos:
En 2013 la sensación literaria en Francia fue el libro Demain Berlin (Mañana Berlín), la segunda novela de un joven de entonces 24 años, Oscar Coop-Phane. Su primera obra fue laureada con el premio de Flore para autores prometedores. El fundador de ese reconocimiento es Frédéric Beigbeder, una figura de la cultura francesa desenfadada, hoy de 50 años, a quien a veces se le compara, con su propio estilo crítico y caricaturesco de la sociedad contemporánea, a escritores como Bret Easton-Ellis o Chuck Palahniuk.
Mañana Berlín es la historia de tres jóvenes consumidores de drogas que por diversas razones coinciden en la muy festiva capital alemana.
“Venidos de toda Europa, Tobias, Armand y Franz –¡qué personajes tan enternecedores!— son: un mesero de café, un artista inconstante y un empleado precario. Con vidas conmovedoras desembocan en Berlín, lugar de una ‘deca-danza’ perpetua, donde se ahogarán en la música tecno y los paraísos artificiales”, reseña la edición gala de la revista Elle.
En la novela generacional de 1993 del británico Irvine Welsh, Trainspotting –que tres años después llevó al cine el director Danny Boyle–, los lectores eran testigos de la autodestrucción de sus personajes causada por la heroína; en la ficción de Coop-Phane no caben las moralejas.
Lo que vean o lean los europeos más jóvenes sobre la violencia que genera la “guerra contra el narcotráfico” en países como México parece no afectarles mucho emocionalmente y, en todo caso, los motiva a plantearse nuevos debates que nada tienen que ver con la posibilidad de cambiar su decisión personal de consumir drogas.
En septiembre de 2014 el sitio francés Rue89 publicó un artículo muy sugestivo y que obtuvo más de 42 mil visitas. Rue89 es un proyecto creado por antiguos periodistas del diario Libération, un cotidiano que se ha posicionado como un referente cultural de las nuevas generaciones fascinadas con las expresiones artísticas y los modos de vida emergentes. Rue89, en esa misma línea editorial, vende una visión cool de las problemáticas sociales que es muy apreciada por un amplio sector de la juventud francesa y europea de izquierda.
Cautivante desde una perspectiva mexicana, el artículo escrito por la periodista franco-senegalesa Reneé Greusard se lanza con un cuestionamiento provocador: ¿todo lo que se comercializa puede ser durable, es decir producido en condiciones respetuosas de los derechos humanos y el medio ambiente? Sin más vueltas se pregunta si, como el café, los plátanos, los juguetes de madera o las barritas de granola, las drogas también pueden ofrecerse a sus consumidores como las mercancías provenientes del “comercio justo”. El planteamiento inevitable es entonces: ¿puede haber “drogas éticas”?
Greusard comenta que la marcó mucho la lectura de un editorial del sitio galo Slate, en la que su autor, el periodista científico Eric Vance, afirmaba que comprar cocaína era como financiar al partido nazi, ya que, según él, “la amplitud y el horror de las atrocidades cometidas para ampararse y conservar el control de las rutas de la droga hacia Estados Unidos son comparables. Las decapitaciones y las personas quemadas vivas son un simple aperitivo. Motosierras, pulidoras, ácidos son lo que utilizan con mucha imaginación los verdugos de los cárteles”.
La periodista charló con dos expertos, Arnaud Aubron, fundador de Rue89 y autor del libro Drogues Stores, quien comentó que los consumidores de mariguana, algunas drogas sintéticas y anfetaminas pueden adquirir estos productos en condiciones “durables”, ya que uno mismo las puede preparar y compartir con los amigos. No así las drogas “duras”, como la cocaína o la heroína.
Pierre Chappard, coordinador de la red francesa de reducción de riesgos, explicó que para que un producto sea considerado “ético” tiene que ser controlado desde su origen, o estar respaldado por una marca que así lo verifique, lo cual es imposible en el caso de cualquier droga prohibida.
Chappard también es presidente de PsychoActif, que Greusard presenta como un foro en internet donde los consumidores de drogas “se ayudan para consumir de manera más segura e inteligente”. Entre los usuarios de ese espacio virtual, platica la periodista, se aborda “regularmente” la cuestión ética, dado que existe un deseo de consumir “limpio” en todos los sentidos.
“Si usted consume ya tomates bio –comenta Greusard–, no suena absurdo querer obtener una droga que no esté muy cortada (rebajada) ni producida en condiciones desastrosas”. Aubron cierra el razonamiento de la periodista: “No es el hecho de comprar cocaína el que crea las redes mafiosas, es su prohibición”.
El debate está abierto… en Europa.
*Esta columna Europafocus fue publicada el 6 de abril de 2016 en el portal de la revista PROCESO.Lee aquí el texto original➜