Mientras charlamos, el escultor Alfredo López Casanova (Guadalajara, 1968) repite en más de una ocasión que él sólo funge como portavoz del colectivo llamado Huellas de la Memoria. “Nuestro objetivo es sensibilizar a la gente acerca del problema de la desaparición forzada en México” dice, al tiempo que detiene la mirada en unos zapatos cuyas suelas tienen palabras inscritas.
Justo debajo de ellos, sobre una cartulina, están impresas en color verde dos huellas pequeñas. En una de ellas puede leerse: “Busco a mi papá para encontrarlo porque es mi papá, y lo queremos mucho”.
Uno no puede evitar preguntarse cuántas veces López Casanova ha leído esas inscripciones, cuántas veces ha observado esos zapatos colgantes y huecos, lo que siente cada vez que explica las terribles razones por las que se encuentra allí, acompañando a esos objetos que rezuman miedo y tristeza.
Nos hallamos en la galería Neurotitan, en el centro de Berlín. El proyecto Huellas de la Memoria se exhibe en este sitio tras su muestra en las instalaciones de la Fundación Heinrich Böll. La exposición forma parte de lo que el colectivo ha bautizado como Ruta Europa y hasta el momento se ha exhibido en distintas ciudades de Reino Unido, Francia e Italia, por no dejar de mencionar su presencia en el foyer del Theater und Orchester de Heidelberg en febrero pasado.
Actualmente se presenta en Nuremberg, previo a su recorrido por otros países europeos.
En todo momento el proyecto ha contado con el apoyo de Amnistía Internacional y en su paso por Alemania se sumaron otros actores importantes, entre ellos el Instituto Alemán por los Derechos Humanos (Deutsches Institut für Menschenrechte) y la Fundación Heinrich Böll.
“Yo no sabía de este problema, pero lo que he visto aquí lo deja muy claro”, asegura Mary, inglesa que cursa un posgrado en la Universidad Humboldt. Su opinión es compartida por Julian, un jubilado alemán, y también por Anna, quien nació en Rostock pero vino a Berlín para vivir con su novio y buscar trabajo como bibliotecaria.
Sus comentarios no contrastan demasiado con los de Miriam, mexicana que vive desde hace dos décadas en el Land de Hessen y quien asegura que, aunque sabía del problema, “no tenía ni idea de que había llegado a niveles tan alarmantes”. Todos ellos se aprecian consternados. Tras observar decenas de zapatos y leer igual número de inscripciones su pregunta es prácticamente una sola: ¿qué podemos hacer para ayudar a solucionar este problema?
Esa cuestión, entre muchas otras, se la planteamos a Alfredo López Casanova en la entrevista que nos concedió y que presentamos a continuación:
–¿Qué es Huellas de la memoria?
–Es un proyecto colectivo en el que estamos entre quince y dieciocho personas. Nació en el contexto de la grave crisis de derechos humanos por la que pasa México y de la que la desaparición forzada forma parte. En el fondo nosotros definimos el problema como un terrorismo de Estado. No creemos que esta crisis sea un hecho aislado, como un terremoto, sino que es un deterioro sistemático del país desde los años sesentas y setentas, digamos, a partir de la masacre de Tlatelolco y hasta ahora. Pensamos que el Estado tiene un rostro represivo y autoritario.
–¿Cómo llegaron a esto?
–A partir del asesinato del hijo de Javier Sicilia. Quisimos hacer acciones para concientizar a la población. Este proyecto nació de manera natural, específicamente en el proceso de acompañamiento de las familias de víctimas de desaparición forzada. Quisimos dejar un rastro, huellas de zapato que documentaran lo que se está viviendo pero no como un hecho pasado, sino como uno presente. En Alemania decidimos que no se exhibieran las huellas de manera cronológica. En una planta del zapato se dice quién soy yo como familiar del desaparecido y a quién busco, y la otra contiene un mensaje que me gustaría dejarle. Para un familiar del desaparecido el pasado no existe. Se habla en presente de él. El tiempo transcurre como presente continuo, así transcurran cincuenta años. El presente es el tiempo de las dudas, pero también de la determinación, de la respuesta: te voy a encontrar.
–¿Cómo podría definirse ahora a la desaparición forzada?
–Es un mecanismo perverso, totalmente planificado para causar el dolor permanente a las personas. Es un problema terrible que vivimos en México pero por el que han atravesado o atraviesan otras partes del mundo. Tenemos también zapatos de Guatemala, de Honduras, de El Salvador… en cuanto a México, vivimos en un país donde hay decenas de miles de desaparecidos, pero no tenemos una ley contra la desaparición forzada.
–Muchos señalan que la situación de la desaparición forzada empeoró con la guerra contra el crimen organizado abanderada por el ex presidente Felipe Calderón…
–Calderón sacó a las calles al ejército. En la actualidad, el control total de la seguridad está detentado por el ejército. Y no debería estar en la calle, sino en los cuarteles. La que en todo caso debería de tener el control de la seguridad es la policía, pero por desgracia ésta no está capacitada ni es profesional, y encima tiene un prestigio muy deteriorado. No toda ella, pero gran parte de la policía se encuentra involucrada con la delincuencia organizada. No sabes en donde termina una línea de acción de la policía y empieza la del crimen organizado, esa línea se cruza con frecuencia.
–¿Qué razones podemos encontrar detrás de esta crisis de derechos humanos?
–Son múltiples. En todo caso, nos queda claro que alguien saca beneficio de ella. Grandes consorcios trasnacionales, por ejemplo, han aprovechado despojos territoriales en el norte del país para extraer la plata. Consideramos que estas trasnacionales contratan sicarios en zonas donde hay focos de resistencia para apaciguarlos. En México se desaparece a personas por distintas razones: campesinos que se oponen a la construcción de una presa; habitantes de cierta región que se opone a la extracción de su plata por el uso de cianuro y otros elementos contaminantes; gente contraria a la tala clandestina, etcétera.
–Supongo que varias de las víctimas de Huellas de la Memoria responden a estos casos…
–Sí. Huellas de la Memoria es una especie de ventana para asomarse al país, para ver las razones de la desaparición y a quiénes se les desaparece. Entre ellos se hallan defensores de derechos humanos, jóvenes universitarios de zonas urbanas pero también de regiones rurales, como los normalistas de Ayotzinapa. Hay mujeres desaparecidas y cuyas características físicas podrían relacionarse con trata de personas. Hay niños, campesinos, líderes políticos. Estos últimos han sido víctimas de las tácticas de desaparición que, por ejemplo, se usaban en la década de los años sesenta y setenta, en la llamada guerra sucia que tuvo lugar en el país.
–¿Cuál es la intención de Huellas de la Memoria?
–Una de ellas es sensibilizar a la gente acerca del grave problema de la desaparición forzada. Tenemos, por ejemplo, los zapatos de doña Braulia, quien es la madre del primer desaparecido en el país cuyo caso fue documentado, en el año 1969. De seguro entonces había más desaparecidos, pero muchas personas no denunciaron por temor a la represión, y dicha reacción se mantiene aún hoy día. Familias que nosotros conocemos, de Monterrey, de Coahuila, nos hablan de que de diez familias que tienen desaparecidos, ocho no denuncian. Eso quiere decir que los 32 mil desaparecidos reconocidos son solamente una pequeña fracción de los que en realidad hay.
–Cientos de miles…
–Sí, porque además a la cifra podrían sumarse los más de ciento sesenta mil asesinados de 2006 para acá, a partir de la guerra contra el crimen organizado, más los siete feminicidios al día, más los migrantes asesinados, que se calculan entre ochenta mil y cien mil en los últimos diez años… el número alcanzado es escalofriante. Todo eso te mueve a preguntarte: ¿qué es lo que está sucediendo en México?
–Y además nos mueve a preguntarnos, entre otras cosas, acerca de lo que podemos hacer como sociedad…
–En efecto. En México la práctica de la desaparición forzada ha sido un hecho continuo desde los setentas y hasta ahora no se ha podido desactivar. En Argentina, en cambio, la sociedad logró parar la desaparición, exigió que se procesara e investigara a los militares envueltos en la dictadura. En México, en cambio, no ha sucedido nada. Los principales responsables de las desapariciones de los años setentas, que en gran medida fueron la Brigada Blanca, de la dirección federal de seguridad, nunca fueron procesados, no rindieron cuentas públicamente por sus actos, no fueron castigados. No vimos en la cárcel a nadie. Para mí hay una clave en todo esto: la impunidad. Si el Estado no manda señales de castigo, la tendencia es la repetición del hecho.
–Eso lo ha dejado claro la historia…
–Sí. En Alemania, por ejemplo, se hace mucho énfasis en el pasado, en el no olvidar para no repetir, en el nunca más. Aquí en Berlín tuve la oportunidad de ir al museo de Otto Weidt (Museum Blindenwerkstatt Otto Weidt) y también al de Ana Frank (Anne Frank Zentrum) y me asombró ver a niños pequeños, de nueve u ocho años, con una actitud de interés absoluto. Hacernos cargos de la memoria es un hecho urgente. No sé cuántos jóvenes de México, por ejemplo, saben lo que pasó en el 68 en Tlatelolco, pero asumo que la mayor parte de los jóvenes alemanes están interesados y saben lo que pasó en Alemania y en Europa entre 1933 y 1945. Al menos tengo esa impresión. Lo ves incluso en la calle, con las placas doradas (Stolperstein) que señalan el nombre de las víctimas del nazismo, cuándo se les llevó contra su voluntad y la fecha en la que fallecieron en tal o cual campo de concentración. ¿En México donde está, por ejemplo, una placa que reivindique a Rubén Jaramillo y a su familia, quienes fueron asesinados en 1962? Ese, de hecho, es para mí el crimen de Estado con el que inicia la violencia en nuestro país, al menos la violencia tal y como la conocemos ahora.
–En este sentido, ¿hay algo que pueden hacer los países europeos para ayudar a parar a las desapariciones, o en general, a la situación de violencia que sufre la población mexicana?
–En esto hay cuestiones contradictorias. El estado mexicano ha firmado todos los tratados de derechos humanos internacionales que puedas imaginar, pero adentro es otra cosa. Hay una cláusula democrática que, si se aplicara, sería indispensable para realizar tratados comerciales con la Unión Europea, y tiene que ver con la revisión del cumplimiento de los derechos humanos. Pero por otro lado, ¿qué tanta presión puede ejercer Francia, por ejemplo, si le vende helicópteros artillados al gobierno mexicano, o Alemania si ha vendido armamento a México, si las balas de los hechos de Iguala eran alemanas? Así no se le puede obligar al gobierno mexicano a cumplir con estos derechos humanos.
–¿Qué pretende hacer Huellas de la Memoria en este sentido?
–Huellas de la Memoria apela sobre todo a la sociedad. Queremos abrirle los ojos a la sociedad mexicana, que de momento prefiere ver hacia otro lado, pero también queremos establecer un diálogo con las sociedades europeas. Provocar reflexión. Pedirles que presionen a sus gobiernos para que hagan cumplir al gobierno mexicano las cláusulas y convenios de derechos humanos, y que mientras tanto no vendan sus armas al gobierno mexicano.
–Dentro de este horror, ¿hay esperanza?
–Sí. Quien logró parar la guerra y la desaparición forzada en Argentina fue la sociedad. La población adquirió un gran nivel de conciencia y dijo basta. Hicieron del problema de los desaparecidos un problema de todos. El gobierno mexicano no nos dará respuestas. Quien puede parar esta situación es la sociedad civil, no hay otra. Se han dado pasos muy importantes gracias a las organizaciones de familiares que buscan a sus desaparecidos. Están formulando una ley contra la desaparición forzada, presionando para que exista.
–¿Esa esperanza también puede percibirse en la exposición?
–Sí. Se pinta un panorama que no se puede negar, pero, insisto, hay muchas familias que están organizadas. Sobrepasaron la situación del miedo, que no es poca cosa, algunos de ellos están amenazados incluso, pero aun así están haciendo todos los esfuerzos para que se establezca una ley que condene la desaparición forzada. También están trabajando en cambiar los escenarios de violencia a partir de estrategias de cultura de paz, de tal modo que éstas impacten en las generaciones que vienen. Si a los niños les brindas algo más que el horizonte de violencia que hay ahora, tal vez no vean el involucrarse en el narcotráfico como única opción. En México el tejido social se rompió, hay que restablecerlo y ellos están trabajando en eso, y cuando digo ellos me refiero a la gente, a la sociedad civil, no a un gobierno ni a un partido político.
–Alemania, siquiera desde el punto de vista cultural, parece muy abierta a presentar el problema de la violencia en México. Películas como Tempestad, de Tatiana Huezo o La libertad del diablo, de Everardo González, fueron exhibidas en la Berlinale, y varios periodistas han brindado conferencias que en las que se aborda la situación…
–Alemania es muy receptiva con relación a lo que está pasando en México porque sabe, o recuerda, lo que puede suceder con situaciones de este tipo. A esta exposición no ha dejado de llegar gente, y lo mismo sucedió cuando estuvo exhibida en la fundación Heinrich Böll. A diferencia de lo que tú y yo podamos hablar aquí sobre la desaparición, esta exposición posee un componente físico, incómodo. Consta de ochenta zapatos pero es como si tuvieras a las ochenta personas aquí. El objeto, más allá de la verbalización, te hace el problema más evidente, más cercano, presente. Es una exposición muy didáctica, por decir. Hemos dado cuatro visitas guiadas hasta ahora y el 21 de julio dimos una charla para cerrar la exposición en Berlín antes de que se fuera a Nuremberg, lugar que nos parece muy simbólico. Nuestra intención es mandar señales claras: queremos que el gobierno mexicano tenga la voluntad política para comenzar a juzgar a los culpables de este tipo de violencia. De no ser así, no veo cuándo esto podrá acabar. En realidad, y te lo digo con toda franqueza, es preocupante lo que sucede. Este proyecto nunca debió de haber existido.
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