Con el fin de impedir el debate y compartir cosas interesantes, la industria del copyright (de los derechos de propiedad intelectual) ha logrado eliminar las libertades civiles on line. Pero todo por una estúpida y equivocada concepción del negocio.
Hay un par de cosas que la generación de la red (net generation) sabía desde que inició el llamado debate sobre la piratería. La primera de ellas es que la industria del copyright sufría de un caso médico de inversión rectocranial severa cuando asumieron la desacertada presunción comercial de que una copia no autorizada de una película o de una pieza musical equivalía a una venta perdida.
La segunda de esas cosas es que no habría importado si esa presunción era cierta (que no lo era), ya que ninguna industria puede eliminar las libertades civiles fundamentales independientemente de que su existencia signifique que puedan ganar dinero o no.
Así que nosotros, la generación de la red, sabíamos desde el principio que la industria del copyright no sólo estaba equivocada, sino que también su afirmación era -o tenía que haber sido- irrelevante en primer lugar.
Sin embargo, la industria del copyright estaba absolutamente decidida a impedir que la gente discutiera y compartiera cosas interesantes (es lo que significa compartir archivos), mandando al infierno las consecuencias para las libertades civiles y la sociedad en general. Si lo pones de esta manera: ¿qué tipo de medidas tomaría la industria para impedir física y legalmente a la gente discutir las cosas que quiere en privado? Debe llegar a conclusiones que hacen enchinar la piel. Las medidas necesarias irían más allá de Orwell, y eso es exactamente lo que exigió la industria del copyright.
Desafortunada y trágicamente, los políticos no entendían lo que el monopolio de los derechos de autor estaba pidiendo. Ellos consideraban Internet como una especie de juguete novedoso y regulable, y no como el espacio para la comunicación privada que es. Cuando usted confunde una arena de conversación privada con algo completamente diferente, y regularlo como cualquier juguete comercial ordinario, el desastre a las libertades civiles está a la vuelta de la esquina.
Eso es exactamente lo que pasó. Pero, ¿qué se puede esperar cuando los secretarios de los legisladores deben imprimir para ellos sus correos electrónicos (sí, en serio) y aún así creen que entienden lo que es Internet?
La semana pasada vimos que toda la presunción inicial del negocio -que la fabricación no autorizada de música y películas había sido la causa de la caída de las ganancias- estaba completamente equivocada. Con el intercambio de archivos sin licencia reducida a apenas 4% en Noruega, sin un efecto significativo sobre los ingresos, es trivial observar que ese intercambio nunca fue un problema de negocio en primer lugar. Por el contrario, nosotros, los de la generación net, afirmamos con seguridad que tal intercambio ejerce una positiva –y no negativa– correlación con las ventas.
Así que la industria del copyright ha presionado con éxito la creación de leyes que prohíben a la gente compartir y discutir cosas interesantes en privado, y lo ha hecho desde la más falsa presunción concebible del negocio. Como resultado de este tonto sentido de los negocios, combinado con una intransigencia temeraria, nos quedamos con nada para hablar en privado.
Es útil recordar qué derechos se han perdido en esta estúpida cruzada cuando se compara con el equivalente analógico: el derecho a comunicarse de forma anónima se ha perdido debido al cabildeo de la industria del copyright. El anterior fue un derecho tan fundamental que Estados Unidos no existiría sin el mismo (ver los Federalists Papers –un compendio de artículos escritos en 1787 y 1788 y que sirvieron de fuente de interpretación de la entonces novel Constitución de ese país–, y que fueron publicados anónimamente en todas partes).
Ya no tenemos el derecho de modificar, reconstruir y replantear nuestras propias posesiones, porque podemos hacerlo con la intención de discutir cosas interesantes con nuestros amigos.
Los carteros ya no cuentan con la inmunidad del mensajero, algo que había sido una constante sagrada entre el Imperio Romano y la Mentecata Industria del Copyright.
Ya no tenemos el derecho legal para señalar o dar direcciones de sitios interesantes si lo que sucede en ese lugar rompe una ley. (Sólo para ilustrar el tratamiento especial de la industria de los derechos de autor, hay que comparar lo anterior con el hecho de que Wikipedia tiene una página útil sobre diseño de armas nucleares).
A la industria del copyright se le ha otorgado el derecho a escribir sus propias leyes gracias a un vacío legal intencional que nos prohíbe eludir las medidas de restricción digital, e incluso cuando esas medidas impiden utilizaciones aún legales de nuestros propios bienes.
El derecho de enviar cartas privadas se está perdiendo, debido a una diatriba de larga duración. La industria del copyright ha presionado con éxito a los más grandes proveedores de correspondencia hoy –Facebook y similares– para prohibir cualquier cosa que no les gusta. No hace mucho tiempo, si usted enviaba un enlace a The Pirate Bay en Facebook éste era interrumpido por un mensaje que decía que había discutido un tema prohibido. Imagina que sucede con una antigua llamada telefónica o una conversación en la calle y te darás cuenta de esa horrible evolución.
Un diario tiene una amplia protección de la ley contra el registro e incautación en la mayoría de las legislaciones. Sin embargo, una computadora –que es mucho más sensible– no. Después de todo, puede contener una copia de una mala película.
El derecho a la presunción de inocencia se ha perdido, gracias al cabildeo de la industria del copyright para cosas como la Retención de datos: leyes que registran todas nuestras conversaciones de forma preventiva, con quién hablamos y desde dónde, cuándo y cómo, sólo por si acaso se encontrara más tarde que a la industria del copyright no le gustara lo que discutimos.
El derecho a tener leyes ejecutadas por autoridades judiciales específicas se ha perdido: la industria del copyright ha presionado con éxito para crear leyes que les dan un carril de alta velocidad, saltándose el lento sistema judicial con su irritante “debido proceso” y otras tonterías, cuando se trata de hacer cumplir enérgicamente sus monopolios comerciales contra peligrosas madres solteras. La industria del copyright específicamente planeó usar esto en combinación con la conservación de datos por encima.
¿Sabías que la industria del copyright incluso ha demandado a los proveedores de servicios de Internet para que instalen equipos de escuchas telefónicas y censura en lo más profundo de sus interruptores, exigiendo efectivamente espiar y censurar a todo un país? ¿No estamos hablando aquí de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos) o la GCHQ (Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno de Gran Bretaña), sino de una imbécil industria privada que se lanza en una cruzada en contra de sus clientes malignos?
Esto es sólo una breve lista de ejemplos. Hay muchos más.
Y estas libertades civiles –vitales libertades civiles y fundamentales que no están transmitiéndose de nuestros padres a nuestros hijos– se perdieron a causa de un maldito negocio tonto que resultó ser 180 grados equivocado. Y eso es más que deprimente. Es para enfurecerse.