Las imágenes cotidianas más recurrentes que guardo de mi estancia en Pekín son desiguales: la comida con su casi afrodisiaca pimienta de Sichuan, un montón de chinos aglomerados queriendo subir o bajar del metro, vehículos en dos o tres ruedas con enormes cargas –cual instalación de arte contemporáneo– y conductores con guantes hasta los codos, tapabocas y caretas tornasol.
Fueron dos meses los que pasé en la capital asiática conviviendo con un grupo de artistas mexicanos (también residentes en esta ciudad). Ello, a cuatro años de haber dejado mi país de origen (México), resultó en una confrontación no sólo con la cultura china, sino también con aspectos de la mía: las estructuras de poder en forma de pirámides (muy inclinadas) que los mexicanos (y chinos) tenemos la manía de establecer, sólo pueden tener sentido si pienso en los referentes formales de nuestras culturas milenarias. Pero la cosa se jode cuando en estas estructuras de poder el ocultamiento de información (que incumbe a un grupo) es utilizado como herramienta de control.
Con ese panorama no debiera sorprender lo difícil que es establecer una discusión artística profesional. Sin embargo, la generosidad cotidiana de la cultura mexicana no puede ser eclipsada fácilmente: la calidez, la intensidad y el ingenio son los poderosos motores de una creatividad inigualable. Los días de risas y cabuleos (*) en mexicano se añoran estando de vuelta en la capital alemana.
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El arte contemporáneo hecho en China tiene una calidad formal y conceptual sorprendente. En el museo del CAFA (Central Academy of Fine Arts) uno puede ver piezas de artistas recién salidos de las aulas que están a nivel de las de cualquier artista europeo de mediana trayectoria.
El CAFA alberga en sus aulas a estudiantes de todas partes del mundo, pero el trabajo de jóvenes artistas chinos representa una gran parte en las salas de exposición. Puedo citar a artistas famosos como Li Hongbo, Fang Lu o He Xiangyu, cuyo trabajo ha recorrido varios países. El nombre de los artistas recién salidos de las aulas bien merece ser mencionado, pero desgraciadamente todas las cédulas en las salas de exposición están escritas sólo en caracteres chinos y para ésta entrega aún no he encontrado un traductor.
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Platicaba con un amigo mexicano en Berlín sobre lo que conocemos de China. Como era de esperarse, terminamos en el tema de la fayuca y las copias chinas. Llegamos a la conclusión de que tal vez el verbo “copiar” tenga un sentido distinto en occidente y en oriente. Quedamos en reanudar nuestra plática después de echarnos un clavado en la historia del concepto “derechos de autor” o copyright.
Las copias y reproducciones masivas chinas, hechas en cortísimos lapsos de tiempo, pueden ser considerados temas muy interesantes si se toma en cuenta lo antiguo de su práctica.
Lothar Ledderose (Múnich, 1942) elaboró un estudio sobre los “módulos”, en el cual desentraña la forma en que fueron producidos los más de 8,000 soldados de terracota de Xian en un periodo tan corto de 11 años (221 a.C. – 210 a.C.). Llegó a la conclusión de que ello sólo fue posible con el desarrollo de un sistema de figuras preformadas. Descubrió que había dos tipos de manos, ocho tipos de torsos, ocho tipos de cabezas y diferentes tipos de ojos y mentones. Las muchas combinaciones de estas partes, así como el acabado final –en el que se puede ver la mano del artesano–, dan la impresión de tener miles de figuras distintas.
Este sistema de módulos es el mismo que se utilizó para la construcción del aeropuerto de Pekín.
El alemán fue galardonado por dicho trabajo en 2005 con el premio Nobel de Humanidades.
Ledderose señala otro ejemplo de esta producción masiva con apariencia de originalidad: la pintura china con motivos de bambú. Pintores como Zheng Xie (1693-1765) pudieron pintar miles de obras con motivos de árboles de bambú con un repertorio de únicamente 3 elementos: hojas oscuras (hechas con un solo trazo sesgado de pincel, empapado en tinta negra), tallos claros (hechos con un pincel seco) y los nudos o uniones de las secciones del bambú (hechos a manera de trazos delgados con pronunciado principio y final). La mezcla de esos tres elementos brindó un sinfín de posibilidades.
Las reglas y convenciones son elementos importantes en la cultura china. Existe un libro del siglo XVIII en el que se dictan las convenciones para pintar árboles de bambú: presenta un repertorio de tipos de hojas de bambú y las posibilidades para combinar un follaje de hojas de bambú. Es interesante ver que el tamaño de las hojas de bambú siempre es el mismo, de tal manera que cuando el pintor quiere rellenar una superficie de mayor tamaño, no pinta hojas más grandes, sino un mayor número de hojas. Un dato interesante para entender de paso cómo funciona la psicología china.
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Visitar Pekín es algo que recomiendo mucho, sobre todo en estos tiempos de colapso mundial. No puedo decir que sea una de mis ciudades favoritas, pero me ha cautivado a tal grado que me es imposible pensar que nunca volveré. Algunos conocidos y amigos alemanes, después de bombardearme con preguntas sobre mi estancia en esa capital, confiesan que prefieren mantenerse alejados de ese país que, por “sucio y represor”, les causa temor.
Ha despertado mucho mi curiosidad la reciente visita de Li Keqiang, primer ministro de la República Popular de China, a Berlín, y que bajo el eslogan “Menos copias, más inventos”, pretende presentar a su país como un socio potencial de Alemania en lo que a innovación tecnológica se refiere. ¿Será que China, la que incluyó al mundo en sí misma al construir réplicas de ciudades de Europa y América, se despabila con un socarrón bostezo para incluirse ahora abiertamente en él?
*cabulear: bromear, burlarse.