Un 3 de julio de hace 130 años nacería Franz Kafka, narrador en alemán de historias tan emblemáticas como « La condena », « El fogonero » o « La metamorfosis ». En 2006 se publicó en nuestro idioma (ediciones ERA) una nueva traducción sobre la transformación de Gregor Samsa en insecto, realizada por el escritor argentino Cesar Aira. Entrelazamos ambos sucesos para recuperar una entrevista con Aira tras su paso por Berlín, gracias a una beca del DAAD.
El escritor argentino, César Aira (Coronel Pringles, 1949), llega al punto de encuentro risueño y pide una pequeña cerveza pilsener que bebe con gozo, dando pequeños sorbitos. Tiene razones para mostrarse contento: apenas ha pasado un mes en Berlín y ya puede presumir que conoce el barrio al que se le destinó al derecho y al revés, lo que va desde cafeterías que fácilmente pasarían por desapercibido hasta edificios de considerable peso histórico.
A ello agreguémosle la reciente aparición de uno de sus libros traducido al alemán –el quinto o, el sexto, según se lo vea- y, por supuesto, el origen de un nuevo escrito que, de pasar su propia censura, se unirá en un futuro próximo a las más de sesenta obras que ha publicado hasta el momento.
Pero queda aún otro mes, tiempo durante el cual César Aira, a quien el conocido autor chileno, Roberto Bolaño, consideró “uno de los tres o cuatro mejores escritores que escriben en español actualmente”, podrá continuar escribiendo su novela berlinesa, la otra, la que se escribe con los sentidos, las conversaciones, las experiencias que se llevará de vuelta a la Argentina.
Y tal vez uno de los recuerdos que decida incluir en su velís sea esta charla nocturna que aceptó dar al CAI y en la que, más que sobre su literatura o la manera en que funciona su inagotable imaginación, da cuenta de las diversas maneras en las que artistas y pensadores alemanes han influido en su vida y en su obra, obra a la que hay que acercársele sin perder más tiempo y sin importar que se halle impresa en chino, en inglés o en alemán. Y además hay que gozarla. A pequeños sorbitos.
Aquí algunos vestigios de esa velada:
CAI: ¿Qué lo trajo a Alemania en esta ocasión?
Aira: Podría decir, para empezar, que me trajo mi agente, Michael Gaeb. Sucede que el año pasado había salido en Alemania esta novela mía, Los Fantasmas, y tuvo bastante repercusión entre la crítica. Asimismo, los editores querían que viniera para la aparición de otro libro (El Congreso de Literatura), y además la DAAD (Deutscher Akademischer Austauschdienst: Servicio Alemán de Intercambio Académico) me había invitado ya en años anteriores a atender el programa de residencia para escritores que tienen para un año. Pero, bueno, digamos que un año es demasiado tiempo para mí, así que accedieron a darme una beca corta, de dos meses. Así pues, todos estos factores coincidieron y por eso estoy por acá.
CAI: ¿Había además algún motivo personal?
Aira: Sin duda. Tenía ganas de volver a Berlín. Yo ya había estado en esta ciudad en una ocasión anterior, pero solamente por unos días. Y bueno, Berlín es una ciudad “cool”, ahora viene todo el mundo y quería conocerla. Me interesa por los museos y la actividad artística clásica más que la cuestión literaria, pues no domino el alemán y en eso estoy un poco ajeno. Así que estoy aquí y con mucho gusto.
CAI: ¿Cuándo tuvo lugar ese primer viaje a Berlín?
Aira: Hace unos siete u ocho años y he de decir que encontré a una Berlín muy cambiada. Y eso que estamos hablando de un plazo tan corto. En aquel entonces estuve en una residencia de escritores en Wannsee. Recuerdo que me quedé en la zona de Charlottenburg y solía caminar por el Ku’damm. Ahora también lo hice y es otro Ku’damm: han construido mucho y ahora esa famosa iglesia rota (Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche) ha sido metida en una caja. ¡Qué curioso que a una ruina la tengan que restaurar! (risas). Deberían de dejar que se siga arruinando.
CAI: ¿Y le ha sido difícil fabricarse una especie de rutina?
Aira: Creo que no. Me parece que desde el primer día aprendí a manejarme, por ejemplo, en la U-Bahn y S-Bahn y descubrí que es muy fácil, que el tránsito no es pesado, que se puede caminar por esas avenidas tan anchas ¡Con lo único que hay que tener cuidad es con las bicicletas! Y del idioma alemán he aprendido lo básico. Por lo menos puedo pedir una baguette y un café sin problemas, y siempre he visto buena voluntad entre los alemanes con los que me he cruzado.
CAI: ¿Cree que aprovechará esta estancia para escribir una novela?
Aira: Empecé algo pero lo interrumpí al acto. Cuarenta páginas que decidí interrumpir. Me entraron dudas y mejor la dejé. Es muy común para mí empezar algo y darme cuenta al poco tiempo de que no funciona. Aunque a veces, después de meses o años, retomo lo que había escrito, le doy la vuelta y me doy cuenta de que sí puede funcionar. En cualquier caso, y retomando tu pregunta, empecé otra cosa. La idea me llegó a la cabeza al pasear por este barrio, Wilmersdorf, pues fue aquí donde Kafka vivió sus últimos meses de vida. Fue así que empecé a escribir algo que se va a llamar no La Carta al Padre (libro de Kafka) sino La Carta del Padre… una vez Roland Barthes, hablando de (Marcel) Proust, dijo que éste se pasó la vida escribiendo una sola obra, En Busca del Tiempo Perdido, misma que fue preparando durante toda su existencia. Acerca de ella, Barthes comenta que en cuanto Proust tuvo los nombres de sus personajes entonces finalmente tuvo la novela escrita, ¡y yo de repente descubrí que también tengo todos los nombres de mis personajes! ¡Los tomé de las calles o los lugares con los que me cruzo asiduamente desde que llegué a Berlín!: Savo, el esclavo, el cual es el nombre de una cafetería a la que voy continuamente; Helmsted, que proviene del nombre de la calle en donde vivo y, bueno, hasta hay un príncipe regente, porque la avenida paralela a la mía se llama Prinzregentenstraße…
CAI: Es sabido que en su natal Argentina usted suele escribir en cafeterías, ¿ha encontrado algunas aquí que le inspiren a continuar dicha costumbre?
Aira: Sí, cerca de donde vivo, en la Prager Platz, hay una cafetería muy linda. Me gusta porque es self service y allí voy cuando las mañanas están bonitas. También escribo bastante en mi departamento. Tiene un precioso escritorio frente a la ventana y desde allí se ven los árboles. He descubierto que tengo que mirar hacia fuera para escribir. No puedo escribir en un lugar absolutamente cerrado. Sin embargo, para leer necesito un sitio cerrado. Yo no puedo leer en una playa o en la terraza de un bar.
CAI: ¿Habrá algo de lo que, desde ahora, está seguro que echará de menos de Berlín?
Aira: Sé que lo recordaré bien, con cariño, pero sé que en Argentina pronto me instalaré en la rutina de siempre… aunque hay una cosa que usualmente yo no hago allá: ir al supermercado (risas). Acompaño a mi mujer pero no hago las compras solo. Acá me he visto atacado por lo que yo llamo “el síndrome del náufrago”, sobre todo los primeros días, en los que compraba demasiado. No podía cerrar la heladera de lo llena que estaba.
CAI: ¿Qué piensa del hecho de que Berlín se encuentre de moda, no solamente entre los turistas, sino también entre una nueva generación de artistas de todo el mundo?
Bueno, no estoy tan al tanto de lo que sucede actualmente en muchos rubros, aunque es cierto que en los artistas plásticos alemanes han sido, en las últimas décadas, dignos de ser tomados en cuenta. Mencionaría a Gerhard Richter, Georg Baselitz, Daniel Richter…
CAI: Neo Rauch…
Aira: ¡Neo Rauch es mi favorito!, ¡es una maravilla! Yo he comprado todos los catálogos suyos que he podido a través de Michael (Gaeb). Cada vez que sale uno nuevo me lo manda. Para mí Neo Rauch ha sido una fuente de inspiración, de renovación. Esos cuadros suyos que son narrativos, pero narrativos en planos espacio temporales distintos, son exactamente lo que a mí me gustaría hacer en mis novelas: una narración que no se entienda bien, que tenga que descifrarse en tiempo y espacio. Tengo un catálogo pequeño suyo, que preparó él mismo y que contiene dibujos. ¡Es extraordinario!
CAI: Además de artistas plásticos, supongo que hay otros alemanes pertenecientes a diversas ramas artísticas que lo han influenciado o, al menos, que han sido merecedores de su admiración, ¿podría citar algunos de ellos?
Aira: Por supuesto. En la música, por ejemplo, tengo un gran aprecio por el llamado Krautrock de los setenta y los grupos pertenecientes a ese género, como lo fue Neu!; aunque los que más me han gustado, y de hecho tengo todos sus discos, son Kraftwerk: esa música mecánica, casi impersonal… Ahora vi en una disquería todos sus discos remasterizados, una edición nueva… pero bueno, hay que resistirse un poco al consumo (risas). Poseo las dos versiones que hay, una en alemán y otra en inglés, de su disco Trans Europa Express, y me parece que es muy notable la superioridad del primero, no por el idioma sino por la sonoridad, tal vez porque se grabaron en distintos estudios. Curiosamente, una diferencia tan sutil en la acústica puede cambiarlo todo.
CAI: ¿Y qué me dice del cine?
Aira: No sé. Traté de ver algo de Alexander Kluge y la verdad no me gustó mucho. Heineke, que es austríaco, tampoco me convence. Definitivamente me quedo con lo anterior, con el expresionismo alemán. Creo que si tuviera que mencionar mis cinco películas favoritas una de ellas sería Amanecer, de (F.W.) Murnau. ¡Los expresionistas estaban realmente locos! Si uno ve, por ejemplo, El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene, no puede pensar otra cosa. Crearon un género realmente fascinante. (Rainer Werner) Fassbinder también me gusta, aunque no he visto toda su extensísima obra. Entre otros artistas plásticos que no he mencionado y que admiro mucho se encuentran Martin Kippenberger y Joseph Beuys, con todo y que este último tenga ese contorno de charlatán o predicador: el mero hecho de que haya creado una intriga me parece más que válido para un artista.
CAI: ¿Y en cuánto a literatura, filosofía?
Aira: Nietzsche, por supuesto. La suya es siempre una lectura a la que vuelvo, pero me he decepcionado de la filosofía en general. De hecho, lamento haber perdido tanto tiempo de mi juventud y de toda mi vida leyendo filosofía. Es puro discurso… creo que la literatura es más honesta que la filosofía. La filosofía son palabras pero con el presupuesto de que detrás de ellas hay una cosa y no es cierto: son solamente palabras. Por su parte, la literatura son también sólo palabras pero no nos engaña: nosotros sabemos que detrás de ellas no hay nada. Por eso es más honesta.
CAI: Como escritor, ¿qué siente al ver sus libros traducidos al alemán?
Aira: Pues no sé. En general mi política es olvidarme de los libros una vez que los he publicado. Por fortuna, de eso se ocupa Michael (Gaeb). Creo que nunca habría soñado en tener un agente literario, que me parece de lo más snob, pero sinceramente lo necesité, y con urgencia, una vez que mis libros empezaron a traducirse. Al principio traté de hacerlo solo pero se creó un lío tremendo. Él llegó a poner las cosas en orden justo cuando más lo necesitaba, cayó casi providencialmente. Y además terminamos entablando una bella amistad.
CAI: ¿Sabe cuántos libros suyos hay traducidos al alemán?
Aira: Cinco… seis, me parece, porque hace mucho, y por mero entusiasmo, unos estudiantes austríacos tradujeron una de mis novelas y después la ofrecieron a una editorial que finalmente aceptó publicarla.
CAI: ¿Qué piensa sobre el hecho de que, en general, y Alemania no es la excepción, la mayor parte de sus lectores sean gente joven?
Aira: Buenísimo. Ahora la mayor parte de mis amigos son jóvenes. Se ha dado una renovación de amistades que me ha sentado bien, que me alienta.
*Entrevista publicada originalmente por el Centro Alemán de Información en julio de 2013