COPIAS ORIGINALES
PEKÍN- Existen réplicas chinas de productos comestibles, automóviles y hasta de aviones.
El caso de la réplica arquitectónica china es, por la tenacidad con que los chinos copian incluso pueblos enteros, muy impresionante.
En la ciudad de Hangzhou, al este de China, se encuentra “La Paris Oriental” con una réplica de 108 metros de alto de la torre Eiffel, y frente a ella se posa muy altiva la copia de la fuente de los jardines de Versalles. En la misma ciudad han construido también una zona con canales y puentes; la llaman “la Ciudad flotante”, una copia casi exacta de Venecia.
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La apropiación y la copia es una costumbre china milenaria.
De acuerdo con la historia oficial, desde que Qui Shi Huang , rey del estado chino del 247 a.c. al 221 a.c (y posteriormente primer emperador de una China reunificada), conquistó los últimos seis reinos que se resistían a la unificación, mandó hacer una réplica a escala de los palacios de los reinos conquistados a lo largo del río Wei. Fue también Qui Shi Huang quien mandó realizar los famosos guerreros de Terracota de Xian: 7,000 figuras de guerreros y caballos en escala real encontradas en 1974 dentro del mausoleo que alberga la suya y otras 400 tumbas más.
Posteriormente el emperador Wu De Han (141 – 87 a.c) construyó una pequeña réplica del Lago de Kunming, lago en el que el emperador inició su asalto a la ciudad de Yunnan.
En su libro Original Copies: Architectural mimicry in Contemporary China (Copias originales: mimetismo arquitectónico en la China Contemporánea), Bianca Bosker da un interesante testimonio y análisis del fenómeno de “duplitectura” en la China Contemporánea.
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Parte del proyecto que actualmente traigo entre manos consiste en recabar datos de tiempo y de espacio en las ciudades recorriéndolas de forma circular. En ese sentido, mi encuentro con Pekín (ciudad con siete circuitos concéntricos) me vino, valga la expresión, como anillo al dedo.
Hace un par de días mientras viajaba a bordo del autobús número 300 –el que da la vuelta al tercer anillo–, pude tener una vista general de la ciudad. Fue especialmente una sorpresa encontrarme con la torre central de Televisión China, construida en 1992, que es una copia casi idéntica a la Torre de televisión Berlinesa, construida en 1979.
En Pekín, la ciudad más poblada de China, los enormes edificios multifamiliares de hasta 15 pisos dominan el paisaje. Se encuentran por doquier sin importar el barrio por el que se camine.
Después de varias vueltas por el primero, segundo y tercer anillo de Pekín me puse romántica, pensando que es la misma Pekín con sus siete anillos la que se replica a sí misma hasta el infinito.
Independientemente de las razones técnicas, políticas y económicas que alientan a la réplica en este vasto país de Oriente, me gusta pensar que el afán de copiar no es un sinónimo de anhelo por vivir una vida occidentalizada o un exceso de confianza en su propio ingenio. Es más bien el paso que sigue a la conquista y apropiación de un territorio, tal como lo hacía Qui Shi Huang.
Cuentas y regateo chino
Hasta ahora me he resistido a adquirir uno de esos teléfonos con internet permanente y todo incluido: GPS, diferentes chats y traductor. Como es de esperarse algunos de mis colegas de residencia me consideran primitiva.
Desde hace casi dos meses que llegué a Beijing utilizo los principios más primitivos de comunicación: gestos, sonidos onomatopéyicos y el dibujo en servilletas o pedazos de papel. Son el único medio posible de supervivencia. Pero al ir de compras al mercado de pulgas y antigüedades de Panjijuan, o al mercado del té, se quedan cortos. A la hora de hablar en números pareciera que la comunicación primitiva vuelve a cambiar el sentido.
Los chinos tienen una muy particular manera de contar los números con las manos del 5 al 10; del 1 al 5 es reconocible.
Al momento de negociar el precio a pagar por alguna revista antigua o pieza de porcelana, uno se siente en total indefensión: después de un grito de sonidos ininteligibles dando la cantidad a pagar, y ver la cara del comprador de “no entiendo ni jota de chino”, le siguen una combinación de señas que “deletrean” cada uno de los números de la cifra total a pagar. Después de presenciar esta escena uno queda peor de confundido.
Por suerte, supongo que acostumbrados al silencio o risa nerviosa de los turistas después de la obligada escena inicial, los marchantes chinos tienen siempre a la mano una calculadora. Así, puedo decir que ningún traductor ha sido más eficaz a la hora de negociar que la calculadora.
Después de la introducción en chino por parte del vendedor, le sigue un ir y venir de la calculadora de manos del vendedor al comprador y viceversa, hasta llegar a un “oke,oke” (O.K) por parte del vendedor, sinónimo de “trato hecho”.
El regateo en China es casi obligatorio. Hay marchantes que se molestan hasta gritar cuando un comprador, al saber el precio, se marcha sin hacer ninguna contraoferta.
Uno puede obtener hasta un 70% de descuento del precio inicial de cualquier producto si aplica la mezcla correcta de gestos, números, y sobre todo humor, al entrarle al ritual del regateo chino.
En una ocasión, quise comprar en el mercado de antigüedades de Panjijuan un reloj despertador, con una imagen de propaganda comunista. El precio inicial fue de 100 Yuanes. Se veía a leguas que se trataba de una de esas baratijas-souvenir con cierto encanto, pero también se veía a leguas que yo era turista. Mi oferta inicial fue de 10 Yuanes (en una guía leí que uno debe ofrecer de 10% a 20% del precio inicial para poder pagar el 30 o 40% del mismo).
Como era de esperarse la reacción de la vendedora fue el de abrir los ojos lo más grande que pudo y, con una negativa, darme la calculadora con un 80 en la pantalla. Mi contraoferta de 15 Yuanes, obtuvo un “no,no” y un 70 como respuesta. A mi negativa, la vendedora volvió a extenderme la calculadora. Mi oferta final, 20 Yuanes, apareció en la pantalla. No estaba dispuesta a pagar más por un souvenir que días antes había visto en 15 yuanes en un puente de una calle que no recuerdo.
Después de percibir que la vendedora no tenía intención de bajar de los 65 Yuanes que alcancé a leer en la pantalla, un “No, xie, xie” (No, gracias) fue mi despedida y continué mi camino. Cuando menos me lo esperé, la vendedora dio un salto y, en segundos, ya estaba del otro lado de su tendedero de baratijas siguiéndome por los pasillos del mercado, calculadora en mano.
Yo no sabía que el regateo no terminaba al borde de su puesto. La compra del souvenir para ese momento había pasado ya a segundo plano, pues durante varios minutos me dediqué a luchar para que la vendedora, que me tomaba fuertemente del brazo, no me arrastrara hasta su territorio de venta. Logré zafarme de su mano, que apretaba cada vez más fuerte mi antebrazo. La baratija ya casi se me había olvidado, pero alcancé a ver en la pantalla de la calculadora que mi oferta de 10 Yuanes era su oferta inicial.