BRUSELAS (apro).- Poco antes del mediodía del jueves 12 de julio de 2012, Joe Saluzzi, fundador y socio de la agencia de bolsa Themis Trading, quedó atónito ante lo que veía en un monitor de su oficina de Manhattan conectado al mercado bursátil de Wall Street.
Todo comenzó cuando Saluzzi ajustó la terminal sobre los títulos de la trasnacional Coca-Cola.
“La gráfica que aparece en naranja sobre fondo negro lo deja sin voz. En una oscilación tan poderosa como regular, la acción dibuja unas olas. Esas pulsaciones, amplias y simétricas, no tienen nada que ver con los movimientos cotidianos de la bolsa, erráticos y difícilmente previsibles. Esta sucesión de picos y hondonadas sigue un ritmo preciso”, narra el libro titulado Krach Machine, cómo los traders de alta frecuencia amenazan con hacer estallar la bolsa, de los periodistas suizos Frédéric Lelièvre y François Pilet.
[pullquote align=”right”]Artículo publicado el 11 de octubre de 2013 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO
[/pullquote]“Los movimientos se realizan en cadencia, en ciclos de una hora… Treinta minutos de descenso durante media hora, seguido de treinta minutos precisos de alza. Y va de nuevo. La acción de un grupo que pesa 172 mil millones de dólares en la bolsa de Nueva York pulsa sobre las pantallas como un electrocardiograma gigante. Más inquietante aún: el título (de Coca-Cola) no es el único afectado. McDonald’s, IBM y Apple siguen el mismo movimiento cronometrado”.Saluzzi escribió en la ventana de un programa de discusión en directo: “Esta cosa no es humana, esto no tiene sentido”.
El extraño fenómeno bursátil, que desapareció media hora antes del cierre de Wall Street, a las 17:00 horas locales, no fue reportado por la prensa ni por las agencias de información financiera, recuerdan los autores, y la Securities and Exchange Commission (SEC), la agencia del gobierno de Estados Unidos que aplica la ley en los mercados de valores del país, no abrió ninguna investigación al respecto.
Riesgo fatal
Como sacado de un guión de ciencia ficción, la anomalía fue generada por alguno de los programas informáticos, llamados algoritmos, que fondos especulativos y bancos internacionales han diseñado sigilosamente con la finalidad de pasar órdenes de compra y venta de títulos de manera autónoma, sin intervención humana, con el objetivo de realizar “el sueño más viejo del mundo de la finanza: ganar siempre, al menos en la teoría”, precisan los autores.
Editores de las secciones de economía y finanzas del periódico Le Temps y el semanario Le Matin Dimanche de Suiza, respectivamente, Lelièvre y Pilet realizaron una profunda investigación tras la que concluyen que el sistema financiero internacional se dirige hacia un “fatal crack bursátil” si persiste la incontrolable y frenética actividad de los algoritmos que utilizan sin escrúpulos algunos corredores (traders) de alta frecuencia (HFT, por sus siglas en inglés).
Esos programas son capaces de transmitir diariamente una gigantesca cantidad de órdenes de intercambio de títulos que pueden generar millones de dólares de ganancias. A través de las operaciones de alta frecuencia se realiza 60% del número de transacciones en Estados Unidos y 40% en Europa.
Apoyada en documentos judiciales de Estados Unidos, principalmente, y en testimonios inéditos de actores directamente involucrados en el tema, la investigación ha atrapado la atención de la prensa europea por la detallada recreación que hace de los episodios en que esos algoritmos han desestabilizado las bolsas y que sólo suelen conocer quienes están inmersos en el sector.
En entrevista telefónica con Apro desde Ginebra, Lelièvre señala:
“La manipulación de la bolsa es un riesgo que existe desde que la bolsa existe. Pero el trading de alta frecuencia representa una nueva manera de hacerlo y lo ha vuelto prácticamente indetectable, ya que es muy complicado probar la manipulación”.
El libro expone que la bolsa NYSE Euronext, creada en 2007 con la fusión de Wall Street y las bolsas europeas, y en la que cotizan 4 mil 500 empresas, permite a sus clientes de alta frecuencia transmitir sus órdenes en 0.037 milisegundos, es decir a una velocidad 6 mil 756 veces más rápida que un abrir y cerrar de ojos.
Para ello fue necesario construir en un hangar de 30 mil metros cuadrados en la periferia de Londres, en Basildon, un inmueble a prueba de bombas, protegido de las ondas electromagnéticas y sobre el que no pasan corredores aéreos, en donde se reunieron los servidores de las bolsas y aquellos de los traders, ajustados al microsegundo.
Los periodistas, a quienes se les permitió visitar el “búnker”, cuya réplica se encuentra en Mahwah, a las afueras de Nueva York, remarcan que, anterior a la apertura de Basildon, cuya construcción demandó una inversión de 500 millones de dólares, los corredores de bolsa no podían acceder electrónicamente a todos los mercados bursátiles.
Más todavía, añaden que la “guerra por la velocidad” desatada en el sector empujó la instalación, que debe finalizar este año, de un nuevo cable trasatlántico que costó 250 millones de dólares y que promete disminuir en cinco milisegundos (a menos de 60 milisegundos) las transmisiones bursátiles entre Londres y Nueva York en relación con el cableado actual, que sigue una ruta más al sur.
Ofensivas cronometradas
La velocidad con que opera el sistema financiero da vértigo. En el libro se cita un caso provocado el 4 de junio de 2010 a las 11 horas, ocho minutos, 55 segundos y 152 milisegundos por un algoritmo operado sobre la bolsa electrónica Nasdaq desde la ciudad de Nanking, por un grupo de 55 traders chinos, a través de una plataforma manejada por la agencia Hold Brothers en Nueva Jersey, Estados Unidos.
Con base en los reportes de investigación de la SEC, los autores describen lo que llaman “un ataque cronometrado”. El algoritmo chino envía una orden de venta de mil acciones de la empresa industrial Grainger a un precio de 101.34 dólares, la mejor en ese instante. En los 170 milisegundos que siguen, el mismo programa lanza una descarga de 11 órdenes de compra, de 2 mil 600 acciones, a un ritmo de alza progresiva que llega al precio de 101.33 dólares.
Diez milisegundos después otro algoritmo activo en ese momento, previendo que el precio de compra alcanzaría los 101.34 dólares, compra las mil acciones en venta. Diez milisegundos después el algoritmo chino anula las órdenes de compra y cae la oferta y la demanda de las acciones a su nivel precedente.
Ahora el programa chino lanza una orden para comprar mil de esas mismas acciones a 101.30 dólares y descarga 11 ofertas a la baja, por lo que el algoritmo “víctima” las vende 96 milisegundos después, previendo que el precio caería todavía más.
La operación, que duró sólo cuatro segundos, dejó 40 dólares de ganancia a los traders chinos, que, según la SEC, entre enero de 2009 y septiembre de 2010 lanzaron sobre el Nasdaq 8 millones de órdenes que derivaron en 325 mil transacciones, por las que obtuvieron 1 millón 800 mil dólares de beneficios con esa técnica (layering).
No obstante, un “algoritmo solitario” posee en Estados Unidos el récord de órdenes en un segundo: 47 mil 138, que no produjeron ninguna transacción.
Las operaciones se ejecutan tan rápido que el control de la “máquina financiera no está garantizado actualmente”, afirma Lelièvre en la entrevista, y agrega: “los algoritmos se desbocan inesperadamente y la bolsa se derrumba”.
Relata que el 1 de agosto de 2012, Knight Capital, “un actor de peso en el trading electrónico, casi quiebra en un lapso de media hora a causa de una falla (bug) de su algoritmo, que se volvió loco y no lo pudo controlar”. La firma perdió 440 millones de dólares, y la respuesta de la SEC fue sólo organizar una mesa redonda con los actores del sector.
Frenar el sistema
La alta peligrosidad que representan estos programas informativos ultra-veloces quedó de manifiesto por primera ocasión el 6 de mayo de 2010, cuando ocurrió el crack bursátil bautizado como Flash Crash (Crack Relámpago), refieren en su investigación los periodistas suizos, que califican el suceso como “la más grande caída y también la más rápida remontada jamás registrada en la historia de Wall Street”.
A partir de un reporte de la SEC, el libro narra que a las 14:30 horas de ese día la bolsa estadunidense observó una presión a la baja. Dos minutos después una firma establecida en Kansas decidió ordenar la venta, a través de un algoritmo, de instrumentos financieros de protección contra la evolución del mercado, llamados E-Mini, por un valor de 4 mil millones de dólares. Esa misma operación hubiera tomado cinco horas sin utilizar el programa de algoritmo, que la ejecutó en 20 minutos.
El pánico atrapó los mercados y a las 14:42 horas la caída tomó una magnitud inédita: en los siguientes tres minutos se perdieron 700 mil millones de dólares, un monto equivalente a los beneficios que acumularon en 2010 las 500 empresas más grandes de Estados Unidos.
En 14 segundos, los corredores de alta frecuencia se retiraron brutalmente del mercado y sólo compraron 200 de los 27 mil contratos E-Mini que habían intercambiado, lo que amplificó la caída. A las 14 horas 45 minutos y 28 segundos, la bolsa tuvo que suspender durante cinco segundos las cotizaciones del instrumento financiero, tras lo cual los precios se estabilizaron y cinco minutos más tarde recuperaron su nivel anterior al incidente.
La SEC entregó su reporte el 30 de septiembre de 2010, casi cinco meses después. Otras investigaciones llegan a durar años.
Desde aquella ocasión, mencionan los autores en su libro, casi cada mes ocurre una falla algorítmica similar, y entre 2006 y 2011 se documentaron 18 mil 520 caídas y picos “ultrarápidos”, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Coldwell, en Nueva York, publicado en febrero de 2012 y que menciona el libro.
Lelièvre comenta a Apro: “En nuestra investigación algunos traders de alta frecuencia se quejaron de esos algoritmos; decían que los inducían al error al hacerlos creer que hay una presión para comprar un título mientras que en realidad alguien está sacando provecho con la venta”.
Prueba de que hay un interés manipulador detrás de esos programas informáticos es que nueve de cada diez órdenes efectuadas son anuladas porque no obedecen a un legítimo interés económico, refiere Lelièvre.
–¿Usted piensa que se debe regular la actividad del trading que maneja estos algoritmos?–, se le cuestiona.
–Hay que mejorar su control y su utilización. El trading algorítmico no es forzosamente malo en sí mismo. Es un progreso tecnológico. El punto es cómo limitar el riesgo. Existe un inmenso debate al respecto, el cual es muy técnico. En Europa se plantea la reducción de la velocidad con que operan. La Directiva sobre Mercados de Instrumentos Financieros (MIFID II) de la Unión Europea prohíbe la anulación o la modificación de una orden durante un periodo de 500 milisegundos. Eso ya es mucho en relación a la velocidad con que hoy funcionan los sistemas y me parece un nivel correcto de automatización. Así también se gana tiempo de reacción en caso de haber un problema.
En lo que fue una primicia, a finales de abril pasado el director ejecutivo de la plataforma bursátil EBS, Gil Mandelzis, anunció la intención de limitar la velocidad de sus sistemas algorítmicos, ya que, reconoció en una entrevista con el diario británico Financial Times, publicada el 28 de abril, los jugadores de bolsa de alta frecuencia cruzaron “la línea de riesgo” y han “dañado los mercados”.
También marcó un hito la aprobación en el parlamento alemán, el 28 de abril último, de la primera ley que obliga a los traders de alta velocidad a garantizar que sus algoritmos no puedan perturbar los mercados, y fija una proporción mínima entre las órdenes ejecutadas y aquellas anuladas para luchar contra las manipulaciones del mercado.
Al respecto, Lelièvre opina que “no sirve de nada legislar país por país”. Además, observa, en Alemania no hay traders de alta frecuencia, por lo que se requiere “una respuesta al menos a escala europea, porque negociar una a nivel internacional es muy complicado. En Europa tenemos una reglamentación, la MIFID II, pero en Estados Unidos no”.