BRUSELAS.- Pese a las advertencias de los organismos civiles internacionales sobre los productos transgénicos, el pasado 19 de marzo se publicó finalmente en el Diario Oficial de la Federación de México el Reglamento de la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (OGM).
(Artículo publicado en la edición del 8 de abril de 2008 de la revista PROCESO)
Aunque dicho reglamento establece los requisitos para la creación, el desarrollo y la comercialización de dichos artículos, así como los procedimientos para que el gobierno extienda las autorizaciones correspondientes, en México ya se cultiva soya y algodón de ese género en un área de 100 mil hectáreas, al punto de que el país ocupa el décimo lugar entre los mayores productores de OGM, según datos de 2007 aportados por el Servicio Internacional para la Aplicación y Uso de Agro-biotecnología (ISAAA, por sus siglas en inglés).
Aprobada por la Cámara de Diputados el 14 de diciembre de 2004, la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados no se publicó en el Diario Oficial sino hasta el 18 de marzo de 2005, pero desde entonces y hasta el mes pasado careció de reglamento.
Apenas en el mes de enero de este año, la organización no gubernamental Friends of the Earth International publicó un reporte titulado Who benefits from OGM crops? (¿Quién se beneficia de los cultivos de OGM?), donde advierte:
“Los partidarios de la biotecnología argumentan que los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) son buenos para los consumidores, agricultores y el medio ambiente, y que su popularidad está creciendo en todo el mundo. Eso es falso. A pesar de que los OGM fueron introducidos a la cadena alimenticia hace más de una década, 90% de éstos son cultivados en sólo un puñado de países con sectores agrícolas altamente industrializados y orientados a la exportación: Estados Unidos (50%), Argentina (20%), Canadá, Argentina y Brasil (los tres 20%)”.
El documento asegura que los OGM comercializados desde 1996 no han aliviado los principales problemas de los agricultores ni probado ser mejores que los cultivos convencionales.
“Pese a la adopción de soya transgénica en Paraguay y Brasil –indica el informe, copia del cual tiene Proceso–, los agricultores de esos países siguen atrapados en una profunda crisis, y la producción se ha caído debido a los bajos precios del producto y al incremento en los costos de los insumos, como las semillas transgénicas. Tampoco el algodón genéticamente modificado ha incrementado de modo significativo el sustento de los campesinos que lo siembran en México, Sudáfrica, Colombia, Argentina y Australia”.
Por lo tanto, expone, los OGM no han ayudado a reducir la pobreza y el hambre.
Explica: “La gran mayoría de los cultivos transgénicos sirven para alimentar a los animales cuya carne se exporta a los países ricos. Por otro lado, de cada cinco hectáreas, cuatro requieren el uso de herbicidas fabricados por la misma empresa que vende las semillas (Monsanto, principalmente), un gasto que no pueden afrontar los campesinos de los países en desarrollo”.
Y plantea que “la mala experiencia con el algodón transgénico en Sudáfrica; las protestas en India a causa del bajo precio y la falta de resultados del mismo algodón; las pérdidas que sufrieron os agricultores chinos que también lo sembraron… todos esos casos sugieren que tales semillas no son una herramienta efectiva para combatir la pobreza en el campo”.
Otros cuestionamientos se refieren a “la falta de adecuadas evaluaciones sobre el impacto de los OGM en la salud humana y el medio ambiente”, así como al “elevado uso de pesticidas” que requieren, lo cual vuelve a estos plantíos “insostenibles desde un punto de vista ecológico a mediano y largo plazo”.
Sin embargo, la industria de la bioecnología y gobiernos como el de México siguen promoviendo los aspectos benéficos de ese tipo de cultivos.
De acuerdo con esa ONG holandesa, todo parte de la manipulación de las estadísticas, y responsabiliza sobre todo al Consejo de Administración del Servicio Internacional para la Aplicación y Uso de Agro-biotecnología (ISAAA, por sus siglas en inglés).
A ese organismo estadunidense “sin fines de lucro” lo financia, entre otras compañías del sector, la poderosa firma Monsanto, que produce 90% de las semillas transgénicas que se comercializan en el planeta.
En cuanto a los datos manipulados, la ONG destaca que se han convertido en referencia y argumento para aquellos gobiernos, medios de comunicación y centros de estudios que pretenden convencer a la opinión pública de que abrir el mercado a los OGM es una medida adecuada.
Para comenzar, ISAAA maneja una lista de 14 “megapaíses biotecnológicos”, entre ellos México, dando a entender que en éstos se plantan vastas superficies de transgénicos.
Sin embargo, indica el reporte de Friends of the Earth, “en la mayoría de esos ‘megapaíses’ los plantíos transgénicos componen apenas 3% del total de la tierra agrícola. Únicamente Estados Unidos, Argentina, Paraguay y Uruguay han plantado OGM en más de 30% de sus hectáreas cultivables. En estas dos últimas naciones es tan poca esa superficie que esos altos porcentajes de plantíos transgénicos resultan en realidad pequeños”.
En su informe de 2005, ISAAA anunció que entre 1996 y 2004 se había dado “un gran progreso” en la introducción de OGM, al cubrir 385 millones de hectáreas en 22 países.
“Pero muchos gobiernos de naciones en desarrollo no rastrean o monitorean las áreas plantadas con tales semillas y, por tanto, es imposible obtener estadisticas oficiales, en el periodo referido, de ‘megapaíses’ como Sudáfrica, Filipinas o Brasil”, indica la ONG, cuyas propias estimaciones establecen que hay 80 millones de hectáreas cultivadas con OGM en el mundo, es decir, apenas 1.5% del área agrícola global.
Y afirma: “ISAAA reconoció este problema en su reporte 206, admitiendo que los datos sobre los países en desarrollo los había adquirido ‘a través de contactos informales’. No obstante, sus reportes son con frecuencia tomados como oficiales y citados por otras fuentes”.
Aemás, el organismo ofrece sus conteos en acres, la medida de superficie anglosajona que coresponde a 0.40 hectpareas, lo cual abulta las cifras y da la impresión de mayor extensión.
Como ejemplo de la manipulación de las cifras, la ONG señala en su documento que ISAAA aseveró en dichos estudios que Filipinas cultivó más de 50 mil hectpareas de maíz transgénico. “Cuando al director de ISAAA, el doctor Randy Hautea, se le preguntó la fuente de esa estadística, contestó que provenía del epartamento de Agricultura de Filipinas. Resulta que el gobierno de ese país no mide las áreas plantadas con ese maíz ni dispone de un sistema para saber la cantidad de semillas vendidas a los campesinos. La Oficina de Estadísticas Agrícolas no conoce el número de hectáreas o de agricultores usando tal maíz, y un funcionario con quien pudimos hablar admitió que las cifras de ISAAA eran superfluas”.
El reporte precisa: “ISAAA tiene la fama de inflar los números, incluso tratándose de países que cuentan con información oficial. Por ejemplo, ese organismo ha inflado entre 2 y 9% las estadísticas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. También sus datos varían de año en año sin justificación alguna. En su reporte de 2004, afirmó que siete millones de campesinos pobres de China se habían beneficiado del cultivo del algodón transgénico. En su reporte del año siguiente, esa cifra cayó a 6.4 millones sin ninguna explicación de por medio. Y mientras en 2003 Indonesia apareció como el productor número 19 de OGM, en 2004 inexplicablemente desapareció del mapa”.