Los críticos europeos lo consideran uno de los mejores exponentes de la música ambiental, minimalista y experimental en la actualidad. Se trata del tijuanense Fernando Corona, Murcof, quien debido al poco interés que suscitaron sus proyectos de sonoridades electrónicas con artes visuales y por la grave situación de violencia en México, desde 2005 optó por radicar en Cataluña para desarrollar un trabajo a todas luces sorprendente.
(Artículo publicado en la edición del 15 de octubre de 2011 de la revista PROCESO)
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BRUSELAS.- La imagen en tercera dimensión similar a un feto aparece en el centro de una pantalla transparente de unos 12 metros de largo por unos tres de alto.
La atmósfera musical es sideral.
Detrás de la pantalla se observan dos hombres sentados frente a computadoras portátiles: uno es el músico mexicano Fernando Corona, Murcof, y el otro es el artista visual Simon Gellfus, de la vanguardista productora de imágenes en 3D, AntiVJ.
El “feto” se mueve y crece de manera inquietante; cada vez parece más la ecografía de un ser monstruoso de ciencia ficción hecho con cuchillas y alfileres de metal. Late; quiere estallar. El fondo sonoro sube de intensidad.
El corazón metálico se expande con espasmos de agonía acompañados de explosiones embrutecedoras que provocan los golpes secos de una guitarra digital distorsionada.
Tras largos minutos estalla definitivamente el ser y se convierte en una especie de insecto que se contorsiona, posiblemente de dolor. Se retuerce.
La música de ambiente es nuevamente suave pero perturbadora: el “insecto” toma nuevas formas extrañas, oníricas, aterradoras a veces, pero siempre violentas. Gradualmente se torna en una madeja de hilos de metal que se mueve nerviosamente y que ahora ocupa toda la pantalla. Hay un acercamiento de la imagen; la música se vuelve rítmica, minimalista, con pequeños ruidos incidentales de interferencia radial: el público, cautivado, comienza a penetrar en las entrañas de aquel ser.
En ese clima de angustia audiovisual transcurren los primeros 20 minutos del proyecto que actualmente presenta Murcof en Europa y que trajo al festival de arte contemporáneo alternativo de Bruselas, Todaysart, el pasado 30 de septiembre.
Fernando Corona, nacido en Tijuana hace 41 años, es uno de los artistas más reconocidos en la escena de la música electrónica internacional. Desde la aparición de su primer disco en 2002, titulado Martes, la crítica europea no ha dejado de alabarlo como uno de los mejores exponentes de la música electrónica ambiental (ambient), minimalista y experimental.
Además de Martes, ha grabado los CD Utopía (2004), Remembranza (2005), Cosmos (2007) y The Versailles Sessions (2008), todos ellos con la disquera británica especializada Leaf. Este año fue editado en Europa, bajo el sello francés InFiné, disco de la banda sonora que compuso para la película mexicana La sangre iluminada, del director tapatío Iván Ávila, y que en 2008 sacó en México la pequeña disquera Intolerancia.
Murcof también ha ganado reconocimiento adicional por sus colaboraciones con músicos de renombre como el trompetista de jazz de origen suizo Erik Trufazz (con quien grabó en 2008 el disco México), el percusionista y dj indobritánico Talvin Singh –una celebridad de la corriente Asian Underground que mezcla sonidos occidentales y música tradicional india–, o con la joven estrella de música clásica contemporánea, el pianista luxemburgués Francesco Tristano.
Corona vive en Barcelona desde 2005, una decisión que tomó cuando el interés por su música decaía en México y Estados Unidos, mientras en Europa le llovían las invitaciones. En entrevista con Proceso, Corona asegura que no regresaría a México; no sólo por razones laborales, sino también porque no quiere exponer a la inseguridad a su familia, con la que vive tranquilamente en España.
Exilio europeo
Para definir la música de Murcof hay que recurrir con frecuencia a las sensaciones y traducirlas a palabras, no sin dificultades. La revista italiana de cultura digital Digicult, refiere:
“Murcof es uno de los más grandes artistas de la música electrónica en circulación.”
Un año después de instalarse en Barcelona, Corona se llevó el premio francés Qwartz del “artista más prometedor”, que entrega cada año la International Network for New and Electronic Music. Esa organización señaló: “Su música es una mezcla de electro-acústica y electrónica radical, que contiene una fusión de discretas melodías de piano e instrumentos de cuerdas y un tinglado de texturas, ritmos y sonidos electrónicos como clicks (ruiditos secos) o cortes (incisiones).” Expone sus razones para dejar México:
“Me mudé a Barcelona básicamente por trabajo. A partir de que salió el disco Martes a comienzos de 2002 comencé a viajar bastante. Me llegaron muchas invitaciones para dar conciertos. Luego salió el disco Utopía, que me trajo todavía más trabajo, mientras que en México y Estados Unidos tenía cada vez menos.
“El tipo de estética y de sonido que estaba trabajando como Murcof no tiene espacio en México; es contada la gente que sigue esta tendencia, no hay medios especializados constantes y confiables. En cambio, en Europa hay una larga tradición de música experimental y ambiental. Existe ya una infraestructura armada”.
Entre 1999 y 2002, Corona participó con su proyecto Terrestre en el Colectivo Nortec que nació en Tijuana y que ganó fama internacional por su concepto novedoso que combina música electrónica bailable y una estética gráfica ligada a la cultura popular del norte del país.
“Nortec –reconoce– fue una escuela para mí en muchos sentidos. Éramos siete proyectos en Nortec, algunos con dos o tres integrantes. Compartíamos todo: conocimientos, los últimos loops (secuencias) o plugins (efectos); desde sonidos hasta técnicas o gráficas. Fue un aprendizaje muy intenso de tres años. Para 2001, yo estaba tocando música muy prendida, y estaba chido; pero sentía que me faltaba la contraparte.
“En esa época Nortec ya había pegado mucho y cada uno comenzó a querer jalar por su lado. Al final, yo no quería ir a donde quería la mayoría. Además, comenzaron a imponer reglas: no tocar con ciertas bandas, no meterse en ciertos circuitos de música que fueran demasiado rock o demasiado populares… Querían mantener el marco del proyecto Nortec en el mundo de la electrónica.”
Menciona haber tocado durante seis años en una banda de rock, con bajo, batería y guitarra, por lo que aquella regla le pareció un limitante:
“Nortec comenzaba a manejarse como si fuera un grupo y no siete proyectos individuales; se quiso uniformar y eso ocasionó discrepancias y fricciones.
Llegó un momento en que el resto del colectivo tenía un manager y yo otro junto con Plankton Man (Ignacio Chávez). Eso fue también lo que llevó a mi ruptura final con Nortec”.
Cuenta que a principios de 2001 mandó sus composiciones a diversas disqueras europeas, como se lo aconsejó un amigo suyo. Ese año tocó con Nortec en el Festival Sonar de Barcelona, ocasión que aprovechó para platicar con representantes de algunas discográficas, entre ellas de Leaf. A los dos o tres meses recibió un correo electrónico en el que la disquera planteaba su interés en producir un disco. Murcof aceptó.
Violencia
Si algo distingue el desempeño en vivo de Murcof es el talento para construir estructuras sonoras radicalmente opuestas. Corona trata de explicarlo sobre la marcha:
“Hasta los 35 años viví entre Tijuana, Ensenada y San Diego. Esa circunstancia me definió como persona y lo expreso en mi música, pero no puedo identificar qué elementos están vinculados a la violencia (existente en México).
“Tijuana siempre ha sido una ciudad de fricción, de choque a causa de la frontera con Estados Unidos y el tráfico de todo. Siempre viví con esa tensión, está dentro de mí; quizá la música sea una forma de destensar esa parte. Trato de arreglar en la música esa ruptura que cargan los mexicanos y que se traduce en la vida cotidiana en la violencia que hay en el país; de ver cómo los opuestos se pueden complementar en lugar de luchar entre ellos.
“Es lo que hago también entre la música y la gráfica: me interesa borrar la frontera entre una y otra para crear un universo donde todos los sonidos puedan existir y moverse de un mundo a otro sin conflicto.”
–En el espectáculo con AntiVJ, ¿la música está previamente definida sobre la imagen, o tienes margen de improvisación durante la secuencia visual?
–Simon Gellfus crea “mundos” con diferentes leyes. Él programa el software que usa para generar sus imágenes: impone un conjunto de reglas para cada uno de los “mundos” que generan sus propias imágenes. Yo le mando a él sonido por separado.
“Así, por ejemplo, un sonido de bombo afecta cierta característica de ese “mundo”; otro sonido afecta otra característica. Él a su vez puede modificar mi señal y afinarla a otros parámetros.”
–¿Puedes detallar un poco este concepto?
–Lo que hago es enviar sonidos a Simon que afecten los elementos visuales; el objeto visual reacciona al sonido. Lo que estamos haciendo es enviar más y más sonidos, puntualizando más ciertos momentos de la pieza para que parezca un soundtrack.
“Existe una estructura o guión predeterminado, ya sabemos más o menos lo que va a suceder, pero siempre sucede de manera diferente. El software puede lanzar hoy cinco líneas y en otra ocasión 20, o tres. Yo controlo el impulso, la instrucción, el ‘ahora’; pero el programa define lo que ocurrirá porque cuenta con ciertas leyes que van evolucionando: es una especie de entorno orgánico…
Concluye el músico tijuanense: “Queremos iniciar otro proyecto con visuales y música nueva, y desarrollarlos juntos todo el tiempo, de tal modo que Simon me pueda mandar sus parámetros para que él genere sus mundos y yo usarlos para traducirlos en música, una unión total.”