RECIÉN PUBLICADO: Europa: Necesitada de unión, se empieza a disolver su sede

BRUSELAS (apro).- El pasado domingo 14 de octubre –dos días después de que el premio Nobel de la Paz le fuera otorgado al proyecto de integración de la Unión Europea (UE)–, los independentistas de la región norte de Bélgica, Flandes, resultaron vencedores en las elecciones comunales y provinciales.

Más aún: Amberes, la ciudad emblemática de Flandes –hasta ahora gobernada por el socialista Patrick Janssens–, pasó inesperadamente a manos del partido separatista Nueva Alianza Flamenca (NVA, por sus siglas en neerlandés), que recogió ahí 37.7% de los votos (contra 28.6% de Janssens).

Así, el próximo alcalde de la ciudad será el tan controvertido como popular líder de la NVA, Bart De Wever.

(Artículo publicado el 19 de octubre de 2012 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)

“La NVA se ha llevado la más grande victoria electoral (independentista) después de la guerra. De un solo golpe nos convertimos claramente en el primer partido de Flandes, e incluso mejoramos nuestro porcentaje ya generoso de 2010”, festejó De Wever la misma noche del 14 de octubre frente a sus simpatizantes.

En los comicios federales de 2010, la NVA obtuvo 27.8% de los votos, un marcador sin precedentes para un partido independentista flamenco, en tanto que esta ocasión logró un ligero crecimiento, a 28.5%, y se alzó como el partido vencedor en 20 de las 35 provincias de Flandes.

Cabe recordar que la NVA fue creada en 2001 y, en las primeras elecciones en que participó, en 2003, apenas consiguió 3.1% de los sufragios.

El programa de la NVA establece que Flandes –la región norte del país, próspera y de habla neerlandesa– debe separarse de Valonia –la región sur, pobre y donde el idioma es el francés–, conservando Bruselas como capital del futuro Estado flamenco.

De Wever –un político que suele provocar a sus pares francófonos y que maneja muy hábilmente la comunicación– ha afirmado públicamente en múltiples ocasiones que su objetivo es que “Bélgica –el país que acoge las instituciones de la UE– desaparezca sin que nadie se dé cuenta”, que simplemente “se evapore” (Proceso No. 1806).

Para muchos analistas y observadores políticos de Flandes, el perfil de De Wever corresponde al de “un nacionalista moderno”, que maneja un discurso realista muy distinto al del tradicional partido nacionalista de extrema derecha, Interés Flamenco (Vlaams Belang, en neerlandés) que, además, pugna por la expulsión de los inmigrantes.

En cambio, para la mayoría de los belgas francófonos, incluyendo sus medios de comunicación, De Wever es un separatista radical, formado en la extrema derecha neonazi del país, y prueba de ello sería que su ideario ha conseguido arrebatar un número decisivo de seguidores de Interés Flamenco, hasta hace poco la mayor fuerza política del movimiento separatista regional.

“Un paso más lejos”, titulo el diario francófono Le Soir en su primer plana al día siguiente a la victoria de la NVA, en referencia a la cada vez más cercana escisión del país, aunque no inmediata.

Su nota principal, encabezada “Un poco menos de Bélgica”, dice: “La victoria de Bart De Wever en Amberes, con más de 37% de los votos, así como el arraigamiento de la NVA un poco por toda Flandes, eran previsibles, pero de cualquier modo el golpe es duro. Ello no tranquiliza el futuro del país: los nacionalistas condicionarán un poco más todavía el paisaje político en Flandes y empujarán, una y otra vez, el advenimiento de una Bélgica ’confederal’ en un primer tiempo, y la separación en definitiva, como lo desea el programa de la NVA”.

La Libre Belgique, el otro diario francófono de Bélgica, escribió en su editorial del 15 de octubre: “La NVA ya no es un accidente, una distracción o una coquetería de los electores de Amberes, acostumbrados a juzgar en las votaciones a personalidades originales. A partir de ahora, la NVA es el gran partido popular que otras formaciones políticas sueñan ser”.

Jean Faniel es politólogo del Centro de Investigación y de Información Sociopolítica (CRISP, por sus siglas en francés), con sede en Bruselas. En cuanto a la cuestión acerca de la inminencia o no de la disolución de Bélgica –planteada por la revista francesa Les Inrockuptibles el 17 de octubre–, Faniel contesta:

“En su discurso de victoria, De Wever no habló de independencia de Flandes, sino de confederalismo (…) Las razones que mantienen a Bélgica unida permanecen: el problema del caso de Bruselas, capital de Flandes pero cuya mayoría política y demográfica habla francés; intereses contradictorios de los actores económicos, que mezclan una voluntad de independencia y otra de conservar un mercado unificado, reglas jurídicas idénticas y la marca ‘Bélgica’ para las exportaciones, más vendible que la etiqueta ‘Flandes’, menos conocida, etcétera”.

Y agrega: “Lo que está sobre todo en juego, es la transformación todavía más fuerte de las estructuras de Bélgica, y notablemente el desmantelamiento creciente de la solidaridad nacional, encarnada hasta el momento por el sistema de seguridad social (único)”.

Sin embargo, la clase política belga francófona ha preferido minimizar los hechos. El primer ministro belga, el socialista francófono Elio Di Rupo, declaró la noche de los comicios:

“Como todos los ciudadanos, observo los resultados en todo el país, pero las constataciones son constataciones locales. Y noto también, de una manera general, que los partidos de la mayoría (los partidos que ya gobernaban) resistieron mejor (a la NVA) de lo que anunciaban los sondeos”.

Contradicciones

El triunfo de los nacionalistas flamencos significó un cruel recordatorio de las muchas crisis que atraviesa actualmente la Unión Europea (UE) –no únicamente la financiera o la moral, en el caso de su participación en conflictos armados–, por lo que la obtención del premio Nobel de la Paz despertó severas críticas en todo el mundo por las contradicciones que sacó a relucir.

Por ejemplo, el propio presidente del Consejo de la UE y exprimer ministro belga, el neerlandófono Herman Van Rompuy –quien encarna el espíritu de unidad que debería existir entre los 27 Estados nacionales que conforman la UE– participó el 2 de septiembre último en una conocida manifestación nacionalista flamenca, el “Gordel”.

Este paseo flamenco anual consiste, desde 1981, en andar en bicicleta en la zona periférica de Bruselas, que está incrustada en territorio flamenco, con el objetivo simbólico de mostrar su fuerza y los límites a los francófonos.

Este año en particular asistieron los separatistas flamencos más extremistas (unos 30 mil). “Eso hace más chocante la presencia de Van Rompuy”, opinó en su blog Jean Quatremer, el veterano corresponsal del diario galo Libération.

“Detrás de la reivindicación nacionalista (del Gordel) –prosigue Quatremer– está la cuestión de la solidaridad financiera entre Flandes y Valonia y Bruselas, que casi la totalidad de los flamencos cuestiona”.

Y se pregunta en relación a la figura de Van Rompuy como presidente de la UE: “¿Cómo se puede defender la solidaridad entre los países pobres y ricos de la zona euro y criticarla en su propio país? ¿Cómo se pretende encarnar ’los valores europeos’, que pasan por el rechazo del nacionalismo, y al mismo tiempo pedalear a lado de la extrema derecha más intolerante? En suma, hay una contradicción patente que debilita gravemente el discurso ‘federalista’ de Van Rompuy”.

El pasado 11 de octubre, el día anterior al anuncio del premio Nobel de la Paz, el primer ministro italiano, Mario Monti –quien fue comisario de mercado interior y luego de competencia en la Comisión Europea–, advertía, en una conferencia del think tank Amigos de Europa en Bruselas, que “el más grande problema político de Europa” es la “virulencia contra la integración”.

La crisis económica, expuso, “está socavando la materia prima sobre la cual está construida la integración europea”, y mencionó que se está configurando un peligroso escenario de “países del norte europeo (los más ricos) contra aquellos del sur (los más endeudados)”.

Los efectos son manifiestos en el ánimo de los ciudadanos europeos. De acuerdo con el Eurobarómetro publicado en noviembre de 2011, sólo 47% de los encuestados consideran “positiva” la pertenencia de su país a la UE, y apenas 41% dice confiar en la misma; en este último aspecto, tres de cada cuatro ciudadanos griegos –los más golpeados por las medidas de austeridad exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Central Europeo y la UE como condición para salvar su economía–, declaran que desconfían de la UE.

“El drama es que la UE está siendo juzgada como la culpable de esta situación. Culpable de habernos llevado a la crisis del euro. Culpable de provocar la recesión imponiéndonos la austeridad. Culpable de los excesos de la globalización. Hemos alcanzado los límites del absurdo”, señala el exprimer ministro belga y actual eurodiputado Guy Verhofstadt, quien junto con su colega franco-alemán Daniel Cohn-Bendit escribieron un manifiesto a favor de una mayor integración europea, publicación que comenzó a circular a principios de octubre.

El manifiesto, titulado en francés Debout l’Europe! (algo así como ¡De pie, Europa!), y disponible entre otros idiomas, en inglés, francés, italiano o alemán, acusa:

“Son los Estados miembros los que cargan la responsabilidad entera de la debacle. Es su incompetencia la que ha provocado la crisis del euro. Es su incoherencia la que ha causado la recesión. Es su ceguera la que ha hundido Europa y la ha abandonado en un mundo en el cual no juega más un papel significativo (…) Es la hora de llevar a cabo una contraofensiva. Una ofensiva por ‘más’ y no por ‘menos’ Europa. Una elección por una Europa unida más que por una unión dividida y anacrónica de Estados-nación”.

El manifiesto, de 66 páginas –que ha merecido un amplio interés de los medios de comunicación europeos– parte del siguiente planteamiento: en 25 años ningún país europeo influirá en el contexto mundial, ni siquiera Alemania; el club de los países ricos, el G-8, se compondrá de Estados Unidos, China, India, Japón, Brasil, Rusia, México e Indonesia, ello a pesar de que la Europa unificada será el continente más poderoso y más rico del mundo.

En ese escenario, sólo la UE, y no los países europeos por separado, pesará en la geopolítica del futuro.

“Necesitamos una verdadera revolución”, claman los autores, y explican: “(Necesitamos) crear una gran Unión federal con instituciones europeas supranacionales; instituciones comunitarias facultadas para definir la política económica, presupuestal y fiscal del conjunto de la zona euro; instituciones dotadas de mecanismos que le permitan imponer el respeto de las reglas del juego, sin que los Estados miembros puedan paralizar el proceso”.

En concreto, Cohn-Bendit y Verhofstadt proponen “transformar lo más rápido posible a la Comisión Europea en un verdadero gobierno europeo con ministros europeos, que hoy llamamos comisarios”. Ellos, continúan, serían controlados por un Parlamento Europeo con competencias reforzadas, entre ellas el derecho de iniciativa legislativa, del que hoy carece. “Sólo así –declaran– podremos sacar a la Unión de la encrucijada”.

Y rematan: “El Consejo Europeo de Jefes de Estado y de Gobierno –del cual es presidente Van Rompuy– es incapaz de asumir esa función. ¡Guste o no escucharlo, así es!”

La comisión noruega que concede el premio Nobel de la Paz explicó que la UE había sido galardonada debido a las contribuciones que durante 60 años ha hecho al “avance de la paz y la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”.