“Lo que recuerdo son pedazos de piso que de pronto salieron disparados. Luego un imponente choque y el vagón lleno de humo. Miré en el vagón de enfrente personas que golpeaban las ventanas y gritaban: ‘¡déjennos salir!, ¡déjennos salir!'”, cuenta una de las sobrevivientes de los ataques terroristas al Metro de Londres el jueves 7, un después de que la capital británica fue elegida sede para los Juegos Olímpicos de 2012. En tan sólo 24 horas, Londres pasó de la alegría al horror. Esta es la crónica de esa terrible mañana.
(Artículo publicado en la edición del 10 de julio de 2005 de la revista PROCESO)
BRUSELAS.- 8:50 de la mañana. Hora pico en la ciudad. El drama está por comenzar. En la sala de control del Metro londinense se registra un desperfecto en la línea Circle. De inmediato se piensa que una sobrecarga ha quemado el sistema eléctrico. Error.
A las 8:51 estalla la primera bomba y estremece el convoy que acaba de dejar la estación Liverpool Street rumbo a Aldgate, en el corazón del centro financiero de Londres.
Una flama alumbra el oscuro túnel, los pasajeros son lanzados al piso y en segundos el humo y los escombros invaden los vagones. La explosión afecta a un tren que justo en ese momento cruza en sentido contrario, causándole daños.
Michael hening, uno de los pasajeros, contó al diario The Guardian: “lo primero que vi fueron cosas plateadas que volaban: eran los cristales. Y luego un flash amarillo”. La fuerza del impacto arrojó a Hening al suelo: estaba a sólo tres metros del lugar donde explotó la bomba. Se siente afortunado por haber salido con vida.
A la confusión siguió un inquietante silencio. Las llamas consumían los restos combustibles. La gente entró en pánico y trató de abrir las puertas para escapar. la completa oscuridad y el espeso humo, que no dejaba respirar ni ver más allá de unos cuantos metros, dificultaron la tarea.
Muchos pasajeros, con cortes en el cuerpo y en el rostro provocados por la voladura de los cristales, trataban de ayudar. Los conductores del Metro, que en esos momentos ya habían alertado a las autoridades, se esfrozaban desde afuera para liberar a la gente.
La pesadilla duró 30 minutos. Algunos, huyendo del humo, caminaron por los accesos internos hasta los vagones traseros. En el camino los gritos de auxilio se escuchaban, lo mismo dentro de los vagones que afuera.
Un testigo declaró al Financial Times: “Al frente del primer vagón había un enorme agujero. Cuando pasé al segundo vagón lo único que vi fueron cuerpos tirados en el piso”.
Entonces llegaron las unidades de rescate, que pocos minutos después del bombazo ya habían montado operativos de emergencia. La policía había acordonado un área de 200 metros alrededor de la estación Aldgate.
Los sobrevivientes comenzaron a ser evacuados. La escala de la tragedia creció ante sus ojos: una centena de heridos caminaba, lentamente, rumbo a la superficie, mientras que los graves reposaban sobre las vías. En ese lugar perdieron la vida siete personas.
Casi a la misma hora, otros 900 londinenses vivían el infierno. A las 8:56 otra bomba había impactado a un convoy que se dirigía a la estación Russell Square desde King’s Cross.
Los pasajeros, instintivamente, se percataron de que se trataba de una bomba: un flash cegador y un sordo estallido. El Metro redujo súbitamente la velocidad hasta que se detuvo. Otra vez olas de humo negro y la histeria colectiva. “Salimos como pudimos de los vagones. Los menos heridos cargaban a los más graves, unos muy quemados del rostro”, platicó una pasajera a la BBC.
Las tareas de rescate se dificultaron: Picadilly es una de las líneas más profundas del Metro de Londres. Los bomberos y la seguridad del Metro tardaron unos 40 minutos en llegar al sitio de la explosión. A los pasajeros que seguían atrapados los sacaron rompiendo los cristales y forzando las puertas. Los acompañaron sobre los rieles hasta las estaciones Russell Square y King’s Cross. Alrededor de esta última , y de Bloombsbury, los servicios médicos recibían a los heridos en varios establecimientos: Camden Town hall, Birkbeck Collage, un Holiday Inn en Marchmont Street y hasta en un local de Burger King.
La gente comenzaba a agolparse afuera de las estaciones y las televisoras, la BBC y la CNN, entraban en directo a informar de lo que se en ese momento “parecía un ataque terrorista”.
Los agentes de seguridad llegaron un poco más tarde, cuando comenzaban a salir los sobrevivientes del atentado en King’s Cross –que causó el mayor número de muertos, 21–. A unos metros, en Tavistock Square, la muerte estaba esperando: a las 9:47 un autobús de dos pisos, los típicamente londinenses de color rojo, estalló en su parte superior. Al encontrarse con una nueva matanza, muchos de los que iban a sus casas, afectados por lo que habían vivido en King’s Cross, no pudieron más y entraron en crisis.
El autobús número 30, que normalmente realiza su recorrido turístico de Hackney a Marble Arch, estaba repleto de pasajeros afectados por el corte en el servicio de Metro, que intentaban llegar a sus trabajos.
El conductor, que no podía circular como de costumbre por Euston Road, tomó las calles de Bloombsbury hasta llegar a la esquina de Upper Woburn y Travistock Square. Paró un momento para preguntar por una calle libre. La explosión voló totalmente el segundo piso. Sangre y pedazos de cuerpos quedaron embarrados en las paredes de los cuarteles generales de la Asociación Médica Británica, cuyo personal salió de inmediato a prestar ayuda a las víctimas.
Ann Sommerville dijo a The Guardian que “una vez que explotó (el autobús), podía escuchar gritos de terror. Podías sentir un olor como de pólvora , y había cosas volando en el aire”.
El hotel Tavistock, ubicado justo delante del parque donde los heridos esperaban atención médica, fue improvisado como clínica de emergencia.
“Iba en dirección del autobús cuando una bomba estalló en la parte trasera. Voló el techo como 10 o 15 metros y también gente. Sus cuerpos quedaron regados alrededor”, explicó a CNN otro testigo. Algunos testimonios recabados por The Guardian aseguran que algunos de los sobrevivientes del ataque a Russell Square fueron vistos tomando el autobús.
Anji patel contó al tabloide belga Le Soir cómo se salvó de milagro: era tan larga la fila para tomar el autobús, que lo perdió.
En el tiempo transcurrido entre el atentado al autobús y el cometido en la estación King’s Cross, otro convoy que dejaba la estación Edgware Road –al oeste– también fue atacado. La explosión en el sexto vagón dañó a otros dos al impactarlos contra la pared. La historia fue similar: oscuridad total, salidas selladas, humo espeso y pánico.
“Lo que recuerdo son pedazos de piso que de pronto salieron disparados. Luego un imponente choque y el vagón lleno de humo. Miré en el vagón de enfrente personas que golpeaban las ventanas y gritaban: ‘déjennos salir, déjennos salir'”, cuenta una sobreviviente.
En la esquina que forman Homer Street y Old Marylebond Street, policías con uniformes amarillos fosforescente instalaron cordones de seguridad. El hotel Metropole, al lado contrario de Edgware Road, fue también tomado por los paramédicos como hospital de campaña, una vez que la tienda Mark & Spencer, donde se atendía los heridos, fue evacuada a las 10:00 por razones de seguridad.
A esa hora Londres ya era un caos y la lluvia había reemplazado al sol que había alumbrado la felicidad londinense, un día después de ganar la organización de los Juegos Olímpicos de 2012.
Las sirenas de las ambulancias, las patrullas y los bomberos habían sustituido el barullo normal de la ciudad. No había Metro, los autobuses habían dejado de circular en la zona 1 (el centro de la ciudad) y el Ministerio de Defensa había impuesto una zona de exclusión sobre Londres. A las 11:00 el tráfico ferroviario fue detenido y muchos edificios eran evacuados ante el temor de nuevos atentados.
Las tiendas de la avenida comercial Oxford Street cerraron sus puertas: las calles de Holborn y Gray’s Inn Road habían sido bloqueadas debido a un paquete sospechoso que resultó inofensivo.
En las calles del centro, miles de personas caminaban desorientadas. Sobre Euston Road los sobrevivientes eran inconfundibles: la ropa ennegrecida y el rostro tiznado, las huellas del trauma. A mediodía había dudas sobre el número de explosiones ¿seis o siete? Se hablaba de más autobuses siniestrados. Para saberlo habría que esperar.
A las 12:00, el primer ministro, Tony Blair, confirmó lo que todo mundo ya sabía: “Una serie de atentados ha golpeado a Londres”.