BRUSELAS.- José Jarero, jefe de prensa del entonces embajador mexicano ante la Unión Europea (UE), Porfirio Muñoz Ledo, se acercó discretamente a este corresponsal.
–¿Ya checaste Astillero?– preguntó el funcionario refiriéndose a la columna de Julio Hernández en La Jornada.
Al lado, Bernardo Altamirano, encargado de Asuntos Latinoamericanos de la embajada mexicana, preguntó lo mismo al corresponsal de Reforma.
–Pueden verla por internet en la computadora de la sala de prensa. Ahí ya la está leyendo la corresponsal de Notimex– añadió Jarero.
(Artículo publicado en la Edición Especial No. 30, “La obsesión del poder”, dedicada a Carlos Salinas de Gortari, de la revista PROCESO)
Era el mediodía del 14 de mayo de 2002. Ante legisladores belgas el presidente Vicente Fox pronunciaba un discurso sobre la buena marcha de la transición democrática y de las grandes expectativas de que se fortalecieran las instituciones y de que mejorara la situación de los derechos humanos en México.
Frente a él, escuchándolo juntos, estaban dos enemigos políticos: Muñoz Ledo y el secretario de Relaciones Exteriores de Fox, Jorge G. Castañeda. Era tal la enemistad entre ambos funcionarios que el canciller habría animado al mandatario para que enviara lejos del país a Muñoz Ledo, quien perseguía un puesto en el gabinete como recompensa por el apoyo político que le brindó a Fox cuando éste era candidato a la Presidencia.
Los corresponsales y los reporteros enviados desde México estaban acomodados en dos palcos separados dentro del pequeño hemiciclo.
–En la sala de prensa hay impresora–, dijo Altamirano.
Él y Jarero se ofrecieron a sacar fotocopias de la citada columna para, dijeron, distribuirlas entre los demás periodistas mexicanos que en ese instante tomaban apuntes del discurso presidencial.
Astillero decía: “Jorge G. Castañeda ha vuelto a reunirse con Carlos Salinas de Gortari. Lo hizo anoche cordialmente en Bruselas, donde cenó y conversó durante más de dos horas con el expresidente mexicano en el restaurante Lola (caro y de moda) ubicado en la exclusiva plaza Sablon de la capital belga”.
Y remataba: “Según reportes de comensales y turistas que los vieron y saludaron, ambos personajes platicaron animadamente, y luego de consumir una buena botella de vino francés fueron los últimos en dejar el establecimiento. A la salida abordaron juntos un Mercedes Benz negro con chofer y sin guardaespaldas a la vista. Castañeda llevaba un saco informal, con estampado a cuadros, y Salinas un traje gris oscuro”.
“Invenciones de la prensa”
Un día antes de la cena en el Lola, el 13 de mayo, Castañeda participó en Bruselas en el Segundo Consejo Conjunto México-UE, máximo órgano de decisión del Acuerdo de Asociación Económica, Diálogo Político y cooperación, que entró en vigor en 2000.
La Presidencia de la UE –entonces a cargo de España– y el gobierno mexicano anunciaron que habría una conferencia de prensa final para abordar las conclusiones del consejo. Los europeos suelen hacerlo así tras esta clase de encuentros.
Luego de dos avisos de retraso, alrededor de las seis de la tarde se canceló la cita con los periodistas. Enojados, éstos esperaron a los diplomáticos mexicanos y españoles en un pasillo de salida del edificio del consejo, donde tuvo lugar la reunión.
Castañeda, el primero en pasar, miró con arrogancia a los correponsales y continuó su apresurada marcha. Unos metros detrás venía el ministro español de Asuntos Exteriores, Joseph Piqué, quien se detuvo a explicar lo ocurrido.
Clavó su mirada en el canciller mexicano y dijo molesto:
–Fue una cuestión de su agenda. Nos dijo que no podía quedarse más, que tenía cosas qué hacer; por eso cancelamos la rueda de prensa.
Cuando Fox terminó su intervención en el Parlamento belga los periodistas ya sabían del encuentro de la noche anterior entre Castañeda y Salinas.
Al término de la sesión, los reporteros se precipitaron a la salida del salón donde interceptaron al canciller mexicano. Jarero detuvo a algunos corresponsales:
–¿Quieren hablar ahora con Castañeda?– preguntó.
Abrió una puerta que conectaba con un corredor interno por donde venían platicando tranquilamente Castañeda, Fox y otras personas.
La pregunta, a bocajarro, tomó por sorpresa al funcionario:
–Secretario, ¿confirma o desmiente que se reunió ayer con Salinas?
Después de un breve silencio respondió que eran “invenciones de la prensa” y que no tenía nada más qué decir.
Horas después, cuando la noticia había desatado un escándalo en México, el secretario admitió que sí se había visto con Salinas, pero que había sido un encuentro “casual, de banqueta, muy rápido y superficial”.
Dijo a los periodistas: “No fue ninguna reunión. Yo fui a cenar con mis amigos Enrique Get y su esposa Degonika”. Y los retó: “Allí están en el hotel (Concorde), los pueden buscar en el cuarto 143. Siempre lo veo (a Get) y, en efecto, me encontré a este señor (Salinas de Gortari) ahí (en el restaurante Lola). Platicamos un largo ratito, media hora, 45 minutos”.
Sin embargo, la propietaria del establecimiento aseguró que la reunión entre ambos personajes se había prolongado casi tres horas.
El 20 de julio de 2003, en un artículo del New York Times, Castañeda –quien dejó su cargo en enero de ese año– afirmó que “se había encontrado con Salinas bajo su propia iniciativa, como lo había hecho con otros expresidentes, para discutir asuntos de política exterior”.
Una nota publicada en El Universal el 27 de septiembre de 2005 consignó declaraciones del excanciller en las que sostuvo que se reunía “con salinas y otros expresidentes con el mismo propósito, que fue mantenerlos informados, por instrucciones de Fox, de las resoluciones que tenía México en materia de política exterior”.
En un artículo de Salinas en el New York Times, el exmandatario desmintió esa versión y sostuvo que su conversación con Castañeda “fue más personal que política”.
Y abundó: “No fue un encuentro entre el gobierno de Fox y un expresidente, pero indudablemente fue una demostración de civilidad política que yo aprecié”.
En la nota de El Universal Muñoz Ledo aseveró que en esa época Castañeda se acercó a Salinas para pedirle que “puenteara con el PRI a cambio, dijo, del (buen) trato que se le había dado”.
Días después del episodio de Bruselas, Castañeda suprimió las plazas de José Jarero y Bernardo Altamirano, ambos contratados por Muñoz Ledo como personal de confianza. Había motivo para el desquite: fue Jarero quien reconoció a Castañeda y salinas mientras pasaba por ahí camino a su casa, a una cuadra del restaurante Lola.