Bruselas (apro).– El pasado 9 de noviembre una mujer kamikaze estalló en pedazos al paso de una patrulla militar en Bakuba, 60 kilómetros al norte de Bagdad. El hecho no hubiera saltado a las primeras páginas de los diarios europeos si los soldados estadunidenses no hubieran encontrado entre los restos de la terrorista un documento que movilizó, de manera inusual, a los servicios de seguridad: un pasaporte belga. Éste indicaba un nombre: Muriel Degauque, nacida en Bélgica hace 38 años.
(Artículo publicado el 5 de Diciembre de 2005 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)
Convertida al islamismo por su marido, un belga-marroquí de 31 años, Muriel había hecho el viaje con él desde Bruselas hasta Irak con el único objetivo de inmolarse. Lo consiguió, convirtiéndose así en la primera mujer kamikaze europea; un fenómeno que hasta la mencionada fecha era exclusivo de las palestinas y las chechenas.
Los servicios de seguridad belgas reconocieron de inmediato la existencia en el país de una peligrosa red islamista. “Todo esto demuestra la presencia en Bélgica de estructuras de transportación, sostenimiento y expedición de terroristas a Irak”, señaló el procurador federal Daniel Bernard, tras una serie de pesquisas llevadas a cabo el miércoles 30 de noviembre en medios islamistas radicales de Bruselas, Amberes, Charleroi, Tongres y Riemst, en la que participaron 250 agentes especiales.
Seis de los 14 sospechosos arrestados han sido inculpados por actividades terroristas y por utilización de documentación falsa. Todos ellos habían tenido contacto con Muriel. Según informó la policía, se trata de un tunecino de 29 años, un belga nacido de 33, un belga de origen tunecino de 32, otro de origen argelino de 30 años, y uno más de origen marroquí nacido en 1973. Uno de los detenidos, un belga de 28 años, fue puesto en libertad.
En París también fue arrestado un tunecino de 27 años que operaba como sostén logístico; el gobierno francés reveló que 22 ciudadanos galos han salido del país para pelear a lado de la guerrilla antiestadounidense en Irak; siete de ellos han muerto, dos de los cuales, al menos, en operaciones suicidas.
El zar antiterrorista belga Alain Grignard aseguró que se trataba de “delincuentes” ya fichados por las fuerzas del orden: “Seducidos por el islamismo extremo –dijo– cayeron en un sistema sectario: odian a Estados Unidos, no hablan más que de la Guerra Santa y frecuentan a los militantes salafistas”, inspirados en Osama Bin Laden.
También reveló que más belgas podrían estar involucrados en anteriores ataques terroristas en Irak, y más preocupante aún, “que otros se preparan a ir”. O más bien “otras”.
Mohamed Reha, un belga-marroquí arrestado en Rabat a principios de noviembre, afirmó a la policía que él mismo se entrevistó con las esposas de varios detenidos islamistas en Bélgica que se declararon listas a cometer atentados suicidas. La propia policía confesó que había logrado detener el desplazamiento de otra pareja.
La noticia sobre la kamikaze belga llega justo cuando el Tribunal Correccional de Bruselas juzga a 13 nacionales y marroquíes perseguidos por su presunta pertenencia al Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM). Dicha organización es sospechosa de haber orquestado la masacre del 11 de marzo de 2004 en Madrid, que dejó 191 muertos; y el atentado del 16 de mayo de 2003 en Casablanca, Marruecos, donde perdieron la vida 45 personas.
Para los expertos en el tema, es un hecho la implantación en el pequeño reino europeo de los principales grupos ligados a la órbita de Al Qaeda, sobre todo después de que la contundencia de las acciones antiterroristas de la policía española forzara a la cúpula extremista en Europa a desplazarse del país ibérico a Bélgica y Holanda.
Desde 2001, citan fuentes oficiales, Bélgica ha tratado un gran número de expedientes relacionados con terrorismo: 170. Sin embargo, muchos todavía se preguntan cómo una antigua vendedora de pan pudo convertirse en una fiel militante de la jihad dispuesta a morir en un país lejano.
Quienes han estudiado las estrategias de reclutamiento terrorista en Europa, como Michael Taarnby, de la universidad danesa de Aarhus, establecen que el perfil de las víctimas corresponde al de individuos con problemas personales –emocionalmente débiles– que pretenden encontrar en la conversión al islamismo –visto como una religión “calurosa”–, darle un sentido a su vida. Una constatación más: son los europeos convertidos los más expuestos a asumir posiciones extremas.
Muriel nació el 19 de julio de 1967 en Monceau-sur-Sambre, en Charleroi, donde creció siendo testigo del paso de la decadencia económica sobre esa ciudad, hoy considerada la más deprimente de Bélgica, debido al proceso de reconversión industrial iniciada durante los años 70. Sólo como dato, el caso del pederasta Marc Dutroux, que dio la vuelta al mundo, tuvo lugar en la misma zona.
Durante su adolescencia, Muriel tuvo problemas de drogas, cuentan a la prensa local sus padres, una secretaria y un obrero obligado a jubilarse tras un accidente laboral que implicó una fractura de cráneo. También fue acusada de robar dinero de una panadería donde trabajó.
Su vida dio un dramático vuelco cuando su hermano Jean-Paul, a quien estaba muy ligada emocionalmente, murió en un accidente de motocicleta a los 24 años. Fue un duro golpe emocional del que jamás pudo recuperarse.
Muriel tenía debilidad por los hombres de credo musulmán: primero se casó con un turco, de quien se divorció; luego comenzó a salir con un argelino. Pero la relación que marcó su destino fue la que mantuvo con Issam Goris, un belga de origen marroquí con profundas heridas de infancia: su padre los abandonó a él y a su madre, y se instaló en Guinea para no darles una pensión alimenticia.
Issam llevó a Muriel a vivir un tiempo a Marruecos. Cuando regresaron a Bruselas se instalaron en el barrio de Saint-Gilles, en el corazón del “barrio árabe”, a unos pasos de la estación de Midi, donde hace unas semanas ocurrieron disturbios callejeros como los de París.
Muriel era ya irreconocible. Sus padres platican que usaba siempre velo y seguía al pie de la letra las reglas más estrictas del islamismo: nada de tabaco, alcohol o televisión, o que su padre y su marido comieran en el mismo cuarto que ella y su madre.
“La última vez que la vimos –recuerdan–, le dijimos que ya no nos tratara de adoctrinar, que ya era suficiente”.
Un vecino en Charleroi que la conocía desde niña, comentó al diario popular La Dernière Heure que, con los años, Muriel se había vuelto “muy débil e influenciable”.
La pareja entró entonces en contacto con una filial iraquí que organizó su viaje a Irak, donde ya los estaría esperando un comando de la resistencia.
Las investigaciones apuntan a uno de los detenidos en la capital: Pascal Cruypennink, un belga que adoptó el credo islamista en la misma época que Muriel y que asistía regularmente a la mezquita del parque Cincuentenario de Bruselas, que se ubica a una calle de las instituciones de la Unión Europea.
La historia de Pascal, un exayudante de cocinero de 33 años, es también conflictiva. Desempleado al momento de su arresto, el presunto reclutador proviene de una familia modesta y de padres divorciados. Como su padre lo golpeaba fue ingresado a una casa de cuidados especiales. Después cayó en prisión. Más tarde se casó con una mujer africana, con quien tuvo dos hijos. Su divorcio le causó una fuerte desilusión. La conversión al islamismo puro y duro fue el paso siguiente.
Fue él quien habría reclutado a Issam, su mujer, y al menos a otra muchacha, Angélique, una africana de 18 años que al final se arrepintió.
Hay otros dos sospechosos de preparar el traslado a Irak de “Myriam”, el nombre que adoptó Muriel al convertirse. Son Nabil Karmun y Bilal Soughir. A éste último ya lo seguían las agencias de seguridad: su padre, Habib, fue imam en Bruselas de 1980 a 1990. En 1994 fue expulsado a Túnez, su país natal, por su condición migratoria ilegal y su predicación de la jihad.
La policía belga ya sospechaba que Bilal sostenía una célula de reclutamiento. La prueba definitiva fue la información proveniente de escuchas telefónicas que proporcionó Estados Unidos.
Las reuniones de Issam y Muriel con la filial terrorista se multiplicaron. La versión oficial señala que la pareja finalmente decidió viajar a Irak, posiblemente en julio pasado. Lo hicieron en automóvil, atravesando Europa y después Turquía hasta llegar a Irak, donde ya los estaban esperando.
El 9 de noviembre, Muriel lanzó el automóvil cargado de explosivos contra un convoy militar. Resultado: cinco policías iraquíes muertos, uno más gravemente herido, así como cuatro civiles. Ese mismo día, más tarde, Issam fue abatido por tiros estadunidenses, en condiciones hasta ahora poco claras.