Violencia “innata”

BRUSELAS.- Marjon van Royen fue testigo de las peores atrocidades durante los cuatro años que informó para Holanda acerca de la guerra en Bosnia. Sin embargo –y guardando las distancias–, la violencia en México la sorprendió. No había pasado ni cuatro días en Ciudad Juárez –en donde preparaba un reportaje sobre las mujeres ahí asesinadas– cuando ya estaba sumergida “en una profunda depresión”.

(Artículo publicado en la edición del 17 de Junio de 2005 de la revista PROCESO)

“Para mí fue una pesadilla”, cuenta a Proceso la reconocida periodista holandesa, quien radica ahora en Río de Janeiro, Brasil. Dice que le impactó “la pobreza, la ausencia total del Estado, de servicios, y de una policía que no considera ciudadanos a las personas que habitan en ese lugar perdido”.

Van Royen, de 48 años, ha atrapado la atención en Holanda y Bélgica con su nuevo libro: La noche del grito (De nacht van de schreeuw). En éste expone una sociedad mexicana revuelta en la corrupción y la violencia, así como en el racismo “puro y duro”; pero que, ante todo, se ahoga en un “odio extremo” contra sus mujeres.

“El México que no aparece en ninguna guía de viajes”, escribió el diario belga De Morgen.

“Mi libro va dirigido a todo el que se pregunta cómo es posible que sucedan cientos de crueles asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez”, declaró van Royen al periódico, que dedicó cinco planas de su suplemento cultural al trabajo de la periodista. El título del artículo es una cita de la autora: México está construido sobre mujeres violadas. En la parte superior aparece una foto a doble plana de un grupo de madres con los retratos de sus hijas, víctimas de la barbarie en dicho poblado fronterizo.

–Su libro choca con la imagen superficial, más bien positiva, que hay de la sociedad mexicana en Europa– le comenta el corresponsal.

–Afuera, México tiene una imagen diferente de lo que en realidad pasa adentro. Yo tuve la oportunidad de vivir el sistema en sus entrañas– sostiene.

Su mensaje lo ha captado igual otras publicaciones. La popular revista Knack opinó que La noche del grito “regresa a los holandeses a una época de miedo y de desconcierto”, mientras que el periódico De Volkskrant prefiere la descripción de “un pandemonium mexicano” donde se entrecruzan “policías corruptos, estafadores, magos y víctimas”.

La autora dice perseguir un objetivo:que los holandeses sepan cómo son pisoteados en la vida diaria los derechos de las mexicanas, “sin que la llegada del gobierno de Vicente Fox haya significado una mejoría”.

“Europa se fija en la situación de las mujeres de Afganistán, de Irak, en general de los países árabes; pero lo que está sucediendo en México es también muy grave”, apunta.

La noche del grito (editorial Nijgh & Van Ditmar) ha vendido ya 20 mil ejemplares y va en la tercera edición. Nada mal para un pequeño país de 15 millones de habitantes.

Van Royen llegó a la Ciudad de México en 1996. Permaneció dos años y medio como corresponsal de la radio pública holandesa NRC.

Al principio, cuenta en la introducción de su libro, consideraba su nuevo destino como una “extrema” pero soportable versión latinoamericana de Italia, donde había vivido ocho años rodeada, dice, de “nepotismo, corrupción y locura”.

Pero resultó peor. En su libro de 477 páginas, Van Royen narra cómo se estrelló contra un infranqueable muro de intolerancia, cómo llegó a perderse en un mundo de códigos sociales incomprensibles para ella y en el que, apunta, agachar la cabeza y no protestar ” es una forma de sobrevivir”.

Relata que conoció a Sandra, una indígena náhuatl con la que entabló una entrañable amistad y con quien compartió la batalla de cada día contra “el rechazo social”. La acogió en su casa cuando la indígena fue echada de una “ciudad perdida” donde vivía con su hija. La joven había sido forzada a ser madre por un agente de policía. Pronto ese espacio de “emancipación” en la colonia Roma, como Van Royen lo llama, fue atacado. Una mañana apareció una pinta en la casa tachándolas a ambas de mujerzuelas.

“Los mexicanos no entendían esa relación: para ellos, Sandra no podía ser otra cosa que mi sirvienta”, lamenta.

Fue en esos momentos de rabia e impotencia que la mujer indígena le dio una lección vital de sabiduría mexicana. Lo dijo: “como humano tienes que hacer lo que puedas, pero no desear lo imposible”.

Sandra es el personaje central de su novela. “Contando su historia te puedes percatar de cuántas injusticias se cometen cotidianamente en México”, explica van Royen, quien a partir de las vivencias que compartió con la joven construyó su propia hipótesis acerca de los feminicidios en México.

En la entrevista con Proceso, realizada vía telefónica, reflexiona: “Esa violencia extrema es motivada por la pérdida del papel preponderante de los hombres en la economía. No es casualidad que los asesinatos hayan comenzado en Ciudad Juárez: allá las mujeres son empleadas por las maquiladoras y pueden ser independientes.

“Los hombres reaccionan defensivamente y quieren manifestar su superioridad amenazada de una manera violenta. Humillan a los demás porque se sientes ellos humillados: antes eran el centro de la familia, su protección, pero han perdido es afunción”.

Continúa: “Esa explosión de brutalidad es un fenómeno endémico en el país. Los asesinatos no son autoría de un loco solitario. Eso quiere hacer creer la policía para no tener que mirar en la sociedad mexicana misma, que expresa una violencia innata contra las mujeres”.

Para la escritora, detrás del “cáncer” que representa el macabro fenómeno de las “muertas de Juárez” está en lo que podríamos llamar los genes históricos del pueblo mexicano: la combinación de un sangriento pasado colonial con el revanchismo hacia las mujeres, motivado desde algún oscuro rincón de su formación sociocultural que es incapaz de asimilar la supuesta traición de la Malinche hace más de 500 años.

Van Royen, hoy corresponsal en Río de Janeiro, acepta una culpa suya: no haberse empapado de la idiosincrasia local. Admite que jamás se relacionó con los mexicanos con otra visión que no fuera la europea.

Matiza: “Mi intención no ha sido hablar mal del país, sino de algunas prácticas. Incluso hablo mal de mí misma. Quiero mostrar a los europeos lo difícil que es integrarse a otro contexto: en Holanda o Bélgica, nos decimos ‘¿por qué no se integran los inmigrantes?’ ¡Por favor, no es tan sencillo!”.

–¿Le gustaría que saliera una traducción en español de su libro y que lo leyeran en México?

–Me encantaría. Pero no creo que lo quieran leer.