BRUSELAS.- La banalidad con que el expresidente Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún solían abordar asuntos de importancia para la nación dio pie a situaciones alucinantes y propias de políticos imprudentes y legos en diplomacia.
Prisionera de su vanagloria, son numerosas las ocasiones en que la ex pareja presidencial se puso ella misma en ridículo durante sus viajes al extranjero, como aquella ocasión en que visitaron la Corte Internacional de Justicia (CIJ), ubicada en La Haya, Holanda. Fue el 28 de enero de 2003.
La fecha es importante. Apenas tres semanas antes, el 9 de enero, la CIJ había comenzado, a petición de México, el proceso legal contra Estados Unidos a causa de la violación de los derechos consulares de 51 mexicanos condenados a muerte en ese país (conocido como caso “Avena”). Por tal motivo, el gobierno de Fox pedía la revisión de tales procesos judiciales desde el principio.
La situación era la siguiente: México, aunque de manera calculada, atacaba a Estados Unidos en una corte internacional y la controversia tenía relación con un tema muy espinoso para la relación bilateral. Se trataba de una decisión tan inusual como delicada.
En ese contexto llegó Fox, acompañado de Marta Sahagún, al Palacio de la Paz, como se le conoce al majestuoso edificio que aloja a la CIJ.
Enmarcado por un recibimiento de jefe de Estado, formal, sobrio y pleno de protocolo, Fox dio un breve discurso en la sesión de la Corte, a la que asistieron los jueces que la conforman y que provienen de todo el mundo.
Tras su intervención, comenzando la tarde, la Corte ofreció un coctél en el gran vestíbulo del Palacio de la Paz.
Éramos al menos unas 100 personas entre jueces, personal diplomático de todas partes, invitados de la embajada mexicana, funcionarios del gobierno holandés, periodistas. El centro de la atención era Fox y Marta. Pero sobre todo ella.
Resulta que enmedio del vestíbulo hay unas magníficas escaleras palaciegas. A la señora Sahagún le encantaron. Así que delante de toda la concurrencia, le ordenó al fotógrafo presidencial realizar en ese mismo momento un estudio fotográfico de ella en el sitio.
Así, la mujer de Fox subió las anchas escalinatas y posó para el entusiasmado fotógrafo… pero también para la centena de personas que ahí nos encontrábamos:
–¿Así me veo bien?, preguntaba preocupada y se acomodaba el vestido.
–Así señora… muy bien… baje un poquito… más, más ¡ahí!, le indicaba el empleado presidencial con señas mientras disparaba la cámara una y otra vez.
Marta subía y bajaba lentamente, con gracia disimulada y sonrisa impostada; unas veces tomaba cuidadosamente la espléndida balaustrada y posaba, otras bajaba algunos escalones y se detenía de golpe para dar la impresión de naturalidad. Y así durante un largo rato.
Mientras tanto, su marido conversaba con los jueces y la prensa de la importancia que para su gobierno tenía el proceso de La Haya, cuya finalidad, decía, era defender los derechos de tantos connacionales condenados a muerte en Estados Unidos.
A Fox no le importó que detrás de él, y frente a nosotros, su mujer estuviera jugando a ser la reina de un país que solo existía en su imaginación.
(Artículo de opinión publicado el 30 de Julio de 2008 en el blog colectivo de periodistas MUNDO ABIERTO)